lunes, 27 de marzo de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (26-3-2017)

Hablaba, de manera distendida, hace dos o tres semanas con una compañera sobre un niño con "problemas" que tenía, tiene, en su tutoría. Ambos compartíamos la impresión de que todas las medidas tomadas desde el sistema educativo eran insuficientes, porque no era el centro escolar el generador de la problemática del alumno y porque los recursos del sistema resultan limitados e ineficaces para abordar ciertos asuntos. 
La conversación siguió un rato más y derivó hacia ese extraño fenómeno que se produce cuando ciertos niños pequeños acuden al psicólogo para resolver cierto tipo de conductas adaptativas, socialmente no aceptables.  Aunque no pretendo generalizar, querido diario, tengo la impresión, acertada o no, de que existe un negocio floreciente en torno a esos niños con dificultades que, en muchas ocasiones, tras acudir al especialista del alma y la mente, no sufren mejora significativa en sus circunstancias. Existen cuestiones, no me cabe duda, en las que un buen profesional puede ayudar a pequeños y jóvenes a mejorar su calidad de vida; pero, por desgracia, existen otras en las que los verdaderos protagonistas del problema son los padres y estos no acuden al especialista, por mucho que los profesionales les den pautas de actuación con respecto a sus hijos. 
Resulta doloroso observar con impotencia como ciertos chavales sufren la consecuencia de la problemática que se produce en sus hogares, arrastrándola a su vida escolar, y el sistema, por lo general, responde con cierta indolencia.
Tal vez, sólo tal vez, los centros deberían disponer de una figura, docente, educador social (con competencias también en asuntos como acoso escolar, absentismo...), que, cuando estos niños con problemas en casa, inicien la jornada manifestando su frustración, estén con ellos en un sitio tranquilo un rato, diez, quince minutos, para hacer ver a los peques que su actitud no resulta la más adecuada, que les escuche y/o les ayude a identificar como se sienten y a tranquilizarse, para, poder reincorporarse a su aula. Es una propuesta que puede no ser la mejor, pero, al menos, propone una solución a un problema que existe.
Creo que existen dos tipos de docentes: los malos y los que hacen los que pueden y saben, que, en muchas ocasiones, es mucho y muy bueno. Dentro de estos últimos, los que hacen lo que pueden y lo que saben, existen dos tipos: los que se preocupan por el resultado final y los que ponen más interés en el proceso, pensando que el resultado final es consecuencia del dominio del proceso por parte del alumno. Yo no me atrevería a incluirme entre los docentes que hacen lo que pueden y lo que saben, pero sí entre los que se preocupan, en ocasiones hasta casi la obsesión, por el proceso. Comprender el proceso de enseñanza adecuado, en especial en lo referido a las Matemáticas y a Lengua (en especial lo referido al metalenguaje); pero también me preocupa lo referido al aprendizaje: ¿cómo aprenden? ¿qué procesos necesitan tener para adquirir los aprendizajes?... En realidad se trata de dotar al alumno de estrategias para que puedan abordar, de manera autónoma, todas las actividades que se le plantean, relacionadas con un contenido Estos procedimientos pueden ir desde como coger un lápiz, hasta la división en pasos, necesaria para la resolución de problemas con varias operaciones. Por tanto, puede ir desde la guía física (ayuda para realizar de manera correcta la pinza digital para manejar con eficacia un útil de escritura) a aspectos relacionados con la secuencia de actividades o a la explicitación de la metacognición para abordar todo tipo de actividades con éxito.
Como he dicho creo que existen dos tipos de maestros: malos y los que hacen lo que hacen lo que pueden y lo que saben. No sé dónde se sitúa el limite entre unos y otros, pero sí soy consciente de que los malos se caracterizan por creer que sólo con palabras se consigue que ciertos alumnos aprendan. Muchos niños necesitan que se les enseñe a hacer, que se les motive, que se les choque la mano o se les pase la misma por la cabeza, junto con unas palabras de felicitación, por el trabajo  bien realizado.
Leía en un cartel, o algo parecido, de Podemos sobre Educación, la preocupación d e miembros de este partido por la educación rural. Uno, que lleva mucho tiempo rulando por pueblos, y por alguna pedanía, se preguntaba a qué se referían con es preocupación. Desde el punto de vista de alguien que viene de una comunidad autónoma que se está muriendo de vieja y vive en otra cuya característica principal es que la mayoría de la población se concentra en pueblos, de mayor o menor extensión, piensa que la preocupación de quien redactó este... lo que sea, se fundamenta en una cierta visión urbanita del mundo que queda lejos del asfalto y los atascos diarios. El problema del "mundo rural" no es tanto de recursos, al menos lo que yo conozco, como de población. Una parte significativa de ese país está muriendo de viejo. Los pueblos, y por ende las escuelas, sucumben por ancianos y por falta de sangre nueva. El problema real no es cerrar un centro, una unitaria, con cuatro niños y que deban ir a otro pueblo. La verdadera cuestión se centra en la defunción de miles de localidades, por falta de habitantes.
Uno, que intenta ver las cosas positivas y piensa que el hecho de que cuatro o cinco niños, matriculados en una unitaria, tengan que ir a un pueblo cercano, donde convivan con otros pequeños de su edad en el aula, con un desarrollo e intereses similares, supone algo bueno para esos niños, que de otra forma, están abocados a relacionarse, día tras días, con pocos niños. Niños que tendrán otras edades, con un desarrollo cognitivo, motriz, e incluso moral, muy distinto. Creo que, en ese sentido, supone algo bueno. No voy a entrar en el tema de lo que supone la concentración de recursos ni en lo que supone en un mismo aula impartir clases a niños con edades que pueden ir de los tres a los doce años, pues me llevaría mucho tiempo y me quedan pocas energías en este momento.
También me pongo en la piel del niño de tres, cuatro o cinco años que tiene que madrugar un poco más todos los días para ir al cole de otro pueblo, pero creo que ese cuarto de hora o media hora no supone un gran problema. De hecho, para los que trabajamos en pueblos no es una cosa anómala ver niños que llegan en transporte escolar de fincas, donde viven y trabajan sus padres. Y creo que, para esos niños, el colegio, compartir tiempo con otros niños de su edad, significa una buena experiencia.
Tal vez, la perspectiva deba variar y no pensar en el camino por carretera diario o en despertarse más o menos. Tal vez, la perspectiva debe ser que todos los niños, vivan donde vivan, tiene las mismas condiciones y posibilidades. Lo de la despoblación de una parte de este país, eso supone otro cantar.
Como dije, querido diario, las fuerzas escasean y, por hoy, me despido de ti. 

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