"Intento comprender la verdad,
aunque eso comprometa mi ideología"
Graham Greene
Que todas y cada una de las normas sociales son arbitrarias no se le escapa a nadie. En su libro "Sapiens. De animales a dioses", Yuval Noah Harari defiende que lo que en realidad diferencia a los sapiens de otros animales es la capacidad de crear ficciones, como las normas sociales, las patrias, las religiones o las ideologías económicas, bajo cuyo paraguas los humanos hemos podido crear las sociedades complejas que conocemos.
Esta teoría me parece elegante y bastante plausible, pues, desde mi punto de vista, explica que fue la utilidad del lenguaje oral y del simbolismo lo que en realidad nos diferencia de los demás animales y lo que ha contribuido, de manera decisiva, a formar las sociedades complejas que conocemos.
A pesar de lo arbitrario de las normas, bajo ellas debería subyacer una lógica, arbitraria también, pero que nos debe ayudar a plantearnos situaciones similares a las conocidas o, en determinados casos, nuevas por completo.
Un ejemplo, tal vez un poco chusco, puede aclarar, si resultara necesario, lo dicho con anterioridad.
Imaginemos que somos padres y uno de nuestros hijos pasa por esa etapa en la que quiere conseguir objetos de otros niños con métodos no muy apropiados, pegando. Parece obvio que cuando tengamos que actuar ante una situación como la expuesta vamos a actuar de forma muy similar tanto si nuestro descendiente pega una torta a otro niño, como si pega una patada.
Resulta obvio, que en este tipo de casos el patrón de actuación nuestro será muy similar. Pero, ¿qué ocurre cuando no se trata de hechos tan obvios y la ideología impregna la forma de abordar el asunto?
Para tratar el asunto lo mejor será exponer algunas situaciones reales, que nos ayudarán a enfocar el asunto.
A las lectoras no le hará falta imaginárselo, pero a los lectores sí. Imaginen los lectores hombres que son mujeres. Piensen unos y otras que les ha parado la Policía o la Guardia Civil y piensan que ustedes no son gente de fiar y proceden a su registro. Imagino que todo el mundo habrá pensado que lo apropiado es que el cacheo lo haga una mujer. ¿Por qué? No hace que lo responda. Todo el mundo da por hecho la respuesta. ¿Seguro? ¿Qué diferencia existe entre que una mujer policía lesbiana registre a una mujer heterosexual y un hombre policía heterosexual registre a una mujer heterosexual? A partir de aquí hagan todas las combinaciones que quieran con hombres heterosexuales y homosexuales y mujeres heterosexuales y homosexuales. Porque, ni en los cuerpos policiales ni en los cacheos se pregunta por la tendencia sexual de nadie (está prohibido por la ley, por suerte).
Demos otra vuelta más al asunto. ¿Por qué a mí me parece normal que una mujer médico me haga un tacto rectal, siendo yo heterosexual, o a una mujer heterosexual no le importa que un ginecólogo le explore los pechos? En el fondo el policía y el médico son profesionales (y el guardia civil además lleva unos guantes gruesos y rígidos diseñados para evitar heridas de arma blanca) y unos y otros han sido preparados para hacer su trabajo.
Veamos otro caso real y bastante menos anecdótico.
En muchos casos, cuando existen personas que defienden la pena de muerte o la prisión permanente, utilizan el sufrimiento de los familiares muertos como ariete para intentar imponer sus ideales. Uno puede solidarizarse con esas personas que sufren por los suyos. De igual manera, todos los que hablan del sufrimiento de los padres se podrían solidarizar con esa madre que recorre una vez al mes mil kilómetros para ver a su hijo en la cárcel; encerrado allí por cometer crímenes cuando pertenecía a una banda terrorista. Una madre que no tiene porque compartir lo que ha hecho su hijo, pero que olvida eso y sólo ve a un hijo al que ha parido y al que quiere por encima de todas las cosas. La madre tampoco es culpable de lo que ha hecho su hijo.
¿Por qué el sentimiento de esa madre o padre es más importante que el otras madres? ¿Por qué se pueden cambiar las leyes para satisfacer a unos y no a otros?
En el fondo, los dos ejemplos tiene algo en común: se sustentan en una ideología. Una ideología que recela del policía, pero no del médico, siendo ambos trabajadores públicos. Una ideología mediatizada por el sexo y por una visión del sexo tradicional, donde sólo caben hombres y mujeres (visión defendida incluso por aquellos que se postulan más a la vanguardia del respeto a las personas y a sus distintas opciones sexuales). Una ideología basada en el castigo y no en la reinserción. Una ideología donde el que no piensa como uno merece lo peor.
En resumen, una forma de enjuiciar lo que sucede, que no tiene que ver con aplicar unos principios inquebrantables a todo aquello que acontece alrededor. Una incoherencia en la forma de actuar que se disimula bajo la forma de una idea superior, encaminada siempre al bien absoluto, a pesar de demostrar incoherencias una y otra vez. Eso es la ideología, que, por otra parte, todos tenemos.
El gran éxito de quien domina el cotarro, los poderes económicos, consiste en que la ideología de los ciudadanos se enfoque hacia aspectos insustanciales, generando, además, conflictos entre colectivos de distintas ideología, en torno a esos aspectos insustanciales o anecdóticos, que en nada alteran el orden imperante.
Esta reflexión, que suena a teoría conspiranoica, se sustenta además en otro pilar fundamental: se educa para producir y consumir, no para buscar datos y los principios de causalidad. En el fondo, la forma de interpretar la realidad que impera, propiciada por los medios de masas (cuyos dueños son el poder económico) y el sistema educativo (encaminado, cada vez más, a producir excelentes operarios sin criterio), busca que nuestra opinión se rija por la inmediatez, la nula necesidad de profundizar en los hechos y el cambio continuo de cuestiones sobre las que centrar nuestra atención, lo que propicia una visión del mundo inconexa y regida por lo urgente (que es lo que nos presentan otros). No interesa la calma, la capacidad de analizar en profundidad, de indagar, de comparar opiniones y formar una opinión más compleja. La visceralidad, basada en la desinformación, resulta más cómoda. Buenos y malos absolutos. Ideología en estado puro, que, por ejemplo, sirvió para que el cardenal Gomá predicara la palabra de Dios y justificase los fusilamientos (asesinatos) de "rojos". Esa ideología que igual sirve para promulgar leyes que juzgan el odio, para castigar como actos de terrorismo hechos de la vida cotidiana o para promulgar leyes que castigan con mayor rigor a los hombres que a las mujeres, por el mero hecho de ser hombres. Esa ideología ciega, basada en el odio.
Contra ello sólo existe una solución: la razón, basada en el conocimiento, no en la percepción ni en lo visceral. Educar para el conocimiento, no para el instante.
El lector podrá pensar que lo que acabo de escribir difiere de lo escrito un poco más arriba, donde hablo de la ideología como algo consustancial a todos nosotros. Nada más lejos de la realidad. La ideología es necesaria, pues es lo que permite que el mundo cambie y lo que nos lleva a mejorar. Considero que la ideología debe servir para vertebrar los grandes movimientos sociales y no utilizarla, y mucho menos de forma exclusiva, para atizar a Inda o a Maruhenda a través de las redes sociales.
Tal vez el uso absurdo e inútil de la ideología haya vaciado a ésta de todo sentido, quedándose en lo meramente retórico. Puede que la ideología de salón de gente bien alimentada y muy consumista sea, para mucha gente, la única revolución que les apetece hacer. Opinar sin datos reales, no sopesar las contradicciones y el "y tú más", a eso ser reduce todo.
Un saludo.
En el fondo, los dos ejemplos tiene algo en común: se sustentan en una ideología. Una ideología que recela del policía, pero no del médico, siendo ambos trabajadores públicos. Una ideología mediatizada por el sexo y por una visión del sexo tradicional, donde sólo caben hombres y mujeres (visión defendida incluso por aquellos que se postulan más a la vanguardia del respeto a las personas y a sus distintas opciones sexuales). Una ideología basada en el castigo y no en la reinserción. Una ideología donde el que no piensa como uno merece lo peor.
En resumen, una forma de enjuiciar lo que sucede, que no tiene que ver con aplicar unos principios inquebrantables a todo aquello que acontece alrededor. Una incoherencia en la forma de actuar que se disimula bajo la forma de una idea superior, encaminada siempre al bien absoluto, a pesar de demostrar incoherencias una y otra vez. Eso es la ideología, que, por otra parte, todos tenemos.
El gran éxito de quien domina el cotarro, los poderes económicos, consiste en que la ideología de los ciudadanos se enfoque hacia aspectos insustanciales, generando, además, conflictos entre colectivos de distintas ideología, en torno a esos aspectos insustanciales o anecdóticos, que en nada alteran el orden imperante.
Esta reflexión, que suena a teoría conspiranoica, se sustenta además en otro pilar fundamental: se educa para producir y consumir, no para buscar datos y los principios de causalidad. En el fondo, la forma de interpretar la realidad que impera, propiciada por los medios de masas (cuyos dueños son el poder económico) y el sistema educativo (encaminado, cada vez más, a producir excelentes operarios sin criterio), busca que nuestra opinión se rija por la inmediatez, la nula necesidad de profundizar en los hechos y el cambio continuo de cuestiones sobre las que centrar nuestra atención, lo que propicia una visión del mundo inconexa y regida por lo urgente (que es lo que nos presentan otros). No interesa la calma, la capacidad de analizar en profundidad, de indagar, de comparar opiniones y formar una opinión más compleja. La visceralidad, basada en la desinformación, resulta más cómoda. Buenos y malos absolutos. Ideología en estado puro, que, por ejemplo, sirvió para que el cardenal Gomá predicara la palabra de Dios y justificase los fusilamientos (asesinatos) de "rojos". Esa ideología que igual sirve para promulgar leyes que juzgan el odio, para castigar como actos de terrorismo hechos de la vida cotidiana o para promulgar leyes que castigan con mayor rigor a los hombres que a las mujeres, por el mero hecho de ser hombres. Esa ideología ciega, basada en el odio.
Contra ello sólo existe una solución: la razón, basada en el conocimiento, no en la percepción ni en lo visceral. Educar para el conocimiento, no para el instante.
El lector podrá pensar que lo que acabo de escribir difiere de lo escrito un poco más arriba, donde hablo de la ideología como algo consustancial a todos nosotros. Nada más lejos de la realidad. La ideología es necesaria, pues es lo que permite que el mundo cambie y lo que nos lleva a mejorar. Considero que la ideología debe servir para vertebrar los grandes movimientos sociales y no utilizarla, y mucho menos de forma exclusiva, para atizar a Inda o a Maruhenda a través de las redes sociales.
Tal vez el uso absurdo e inútil de la ideología haya vaciado a ésta de todo sentido, quedándose en lo meramente retórico. Puede que la ideología de salón de gente bien alimentada y muy consumista sea, para mucha gente, la única revolución que les apetece hacer. Opinar sin datos reales, no sopesar las contradicciones y el "y tú más", a eso ser reduce todo.
Un saludo.
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