Hace un par de meses explicaban en mi trabajo una serie de actividades que se iban a llevar a cabo y todas tenían que ver con la inseguridad: Curso para defenderse ante la posibilidad de que te toque Arguiñano como compañero de viaje en un vuelo transoceánico y empiece a contar chistes de los suyos, Seminario sobre asertividad para decir a la suegra que ya has comido bastante, tras hacerte repetir tres veces el segundo, Jornadas sobre autodefensa ante la posibilidad de que los Testigos de Jehová se planten a la puerta de tu casa... Y a uno le llamó la atención que esto ocurra, porque nos encontramos en uno de los países más seguros del mundo, si excluimos la existencia de Tele 5.
Las estadísticas confirman que vivimos en uno de los lugares donde el índice de criminalidad es más bajo. De hecho, si excluimos algunos reductos marginales, con gran índice de delincuencia, como las Presidencias de la Comunidad de Madrid, de Valencia o de Andalucía, el país marcha relativamente bien, a pesar de la campaña de cierta compañía de seguridad para que instales en tu casa aparatos que evitarán los robos sí o sí. Una compañía que dice prevenir los robos antes de que se produzcan. ¡Cágate, lorito! Llevo dando vueltas al asunto bastante tiempo y creo saber como funcionan los colegas para prevenir los actos delictivos. Los de la compañía tienen un fichero policial con todos los que se dedican a robar casas y pone un empleado detrás de cada uno de los delincuentes. La función del currito es la de advertir a los ladrones, cuando van a realizar un trabajo, que en la casa de al lado, la que no tiene contratada la seguridad con la susodicha compañía, hay más joyas, más dinero y el perro que vigila es de escayola. Así de sencillo.
Esa empresa también tiene un anuncio en la que alguien pone una alarma, porque es la única persona que no la tiene en su calle. Tampoco me extrañaría que eso fuese verdad. Si hay gente que a una bebida que se llama Puerto de Indias cuando lo mezcla con tónica le llama gin-tonic, tampoco resulta raro que alguien ponga una alarma porque el resto de la peña lo tiene.
La verdad, lo miremos como lo miremos, defender lo nuestro si resulta una preocupación para muchos de los ciudadanos de este país. Basta leer los periódicos para entender que cerrar nuestra puerta a quien quiere penetrarla sin nuestro permiso resulta fundamental: "Sergio Ramos falló en el primer gol"; "Semedo no parece un lateral con la calidad suficiente para la defensa del Barça"; "Godin se lesiona y estará tres semanas de baja"... Porque, y ahora en serio, además de los cuatro o cinco casos puntuales con los que los medios nos bombardean durante semanas, ¿cuántos de nosotros en nuestra vida tenemos problemas cotidianos o frecuentes relacionados con la inseguridad? Por favor, absténgase aquellos cuyos familiares ven Sálvame de Luxe o Mujeres y Hombres y Viceversa. Ese tipo de tortura aún no está recogida en el Código Penal, aunque muchos coincidimos en que debiera estarlo.
En realidad, en nuestra vida ocurren pocos, o muy pocos, hechos que tengan que ver con la inseguridad ciudadana. Si excluimos los comentarios del cuñado en la cena de Nochebuena, las putadas de ese compañero trepa y ese pequeño golpe que das a otro coche, tras lo que, como no te ha visto nadie, te das a la fuga, ¿cuántos actos violentos hemos vivido en nuestra vida? Puede que uno, dos, tres a lo sumo. Por que, seamos honestos, ninguno de los que estamos leyendo esto hemos sido asesinados.Por poner un ejemplo de que, en ocasiones, se sobrevalora eso de la inseguridad ciudadana.
Por si eso fuera poco, si uno se fija en la televisión los delincuentes lo tienen chungo que te cagas. Los avances en la ciencia forense son tales, al menos según las series televisivas, que si un criminal se tira un pedo en le lugar del crimen, existe una máquina capaz de recoger del aire los restos mínimos del cuesco que permanecen en el sitio, obteniendo el ADN del sujeto y el resultado de su última declaración del IRPF. Tal vez por eso los mafiosos comen pasta y nunca se les ve comer legumbres. Son muchos años delinquiendo y se las saben todas.
Intuyo que a esa sensación de inseguridad también contribuyen esas empresas de asesoría y defensa jurídica que se pueden contratar por unos cuantos euros al mes y que son de gran utilidad. Si hay una disputa por un aparcamiento que han visto dos personas a la vez, se llama a los abogados y todo solucionado. Que una gitana te echa mal de ojo por no comprar el romero que te ofrece con la buenaventura, telefonazo a tu asesor jurídico y todo solucionado. A alguien le huelen los alerones en el metro, se tira de móvil y todo solucionado. A no ser, claro, que la otra persona también tenga contratada una empresa de asesoría jurídica (la del romero casi seguro que no), que, entonces te pueden demandar a ti por insinuar, por ejemplo, que el del alerón descuida su higiene, vulnerando su derecho a la imagen y a la falta de higiene. ¡Vamos!, que eso puedo convertirse en un sindiós.
Volviendo al tema. Me parece preocupante la sensación de inseguridad, por lo general fruto de la exageración, de la que los medios tienen mucha culpa. Me viene a la memoria un suceso que ocurrió en mi barrio y que fue tratado por los medios en función de su ideología, como un problema de convivencia y de inseguridad ciudadana.
En mi barrio vive los García. Los García son una familia compuesta por padre, madre e hijo. El padre trabaja más horas que un esclavo en una plantación de algodón de EEUU en el siglo XVIII. La madre tiene trabajos ocasionales: en esta ocasión no trabajas, en ésta tampoco y en ésta, que libra tu marido, sí trabajas para putear y que no coincidáis en casa, pero sólo dos días.
Un día el niño se negó a comerse las lentejas y la madre le dijo que si no se las comía en la comida lo haría en la merienda. A través de la cotilla del bloque los medios de comunicación se enteraron del asunto y los programas de televisión y las tertulias radiofónicas dedicaron horas y horas al asunto. Por allí desfilaron la Grisso con su paquete de macarrones, Ana Rosa Quintana con un negro escribiendo el guión del programa, Ferreras con su pactómetro y otros muchos más comunicadores de radio y televisión. ¡Todo ello porque Miguelín no quería comerse las lentejas! Pero lo más alucinante era el tratamiento del suceso.
Los progres defendían que al niño no se le podía maltratar obligando a la pobre criatura indefensa a comer las lentejas, porque podía crear en él un trauma infantil que arrastraría toda la vida y que le podría conducir a tener comportamientos como los de Maruhenda. Por supuesto, todo ellos supone un claro ejemplo de conflicto social y de abuso de poder por parte de la madre, que, a su vez, estaba traumatizada por la continua ausencia de un padre, que trabaja catorce horas al día para no estar en casa, lo que denota su machismo..
Los de derechas presentaban el suceso como un claro ejemplo de pérdida de autoridad por parte de los padres y como una muestra más de la importancia de la familia tradicional, cuya disgregación genera multitud de problemas sociales, como no ir a misa los domingos, no marcar la casilla de la Iglesia en la Declaración del IRPF, escuchar heavy metal, contribuyendo todo ello al aumento de las enfermedades relacionadas con la visión, pues se ha observado que ha aumentado el número de personas invidentes, fruto de la masturbación juvenil, a la que conduce este tipo de situaciones.
¡Con dos cojones! ¡Una semana de programas especiales por las putas lentejas! Sociólogos, psicólogos, ciminalistas, expertos en medicina deportiva y nutrición, profesores de yoga, ingenieros de la NASA, taxidermistas, Froilán, el Master de Cifuentes y hasta un primo tercero de la madre discutiendo sobre el asunto, como reflejo de una sociedad al borde del caos, precipitándose hacia la locura y la violencia absoluta.
¡Menos mal que pillaron al presidente de una comunidad autónoma en un caso de corrupción y los macarrones, el negro y el pactómetro se fueron a otro lado!
Aunque todo lo anterior pueda parecer una exageración describe como funcionan los medios de comunicación, cuando no hay noticia cualquier cosa sirve para rellenar espacios y no siempre hay políticos proclamando independencias o presidentes de comunidades autónomas del PP apoyados por Mariano Rajoy.
Todo ello no quiere decir que en este mundo no haya problemas y hechos desagradables. Yo, por ejemplo, temo que Dan Brown publique otro libro o que Santiago Segura haga la enésima parte de Torrente. Sin embargo, procuro vivir sin pensar en este tipo de situaciones o en que me puede pasar alguna otra cosa desagradable. A mí me gusta vivir al día y lleno de ilusión, por eso prefiero pensar que esa vecina tan buena, que vive en el piso de arriba, algún día se fijará en mí y practicaremos sexo día y noche. Todo ello, por supuesto, cuando al entrar en su casa desconecte la alarma de esa compañía de seguridad que hace que a mí ya me hayan robado tres veces y a ella ninguna.
Volviendo al tema. Me parece preocupante la sensación de inseguridad, por lo general fruto de la exageración, de la que los medios tienen mucha culpa. Me viene a la memoria un suceso que ocurrió en mi barrio y que fue tratado por los medios en función de su ideología, como un problema de convivencia y de inseguridad ciudadana.
En mi barrio vive los García. Los García son una familia compuesta por padre, madre e hijo. El padre trabaja más horas que un esclavo en una plantación de algodón de EEUU en el siglo XVIII. La madre tiene trabajos ocasionales: en esta ocasión no trabajas, en ésta tampoco y en ésta, que libra tu marido, sí trabajas para putear y que no coincidáis en casa, pero sólo dos días.
Un día el niño se negó a comerse las lentejas y la madre le dijo que si no se las comía en la comida lo haría en la merienda. A través de la cotilla del bloque los medios de comunicación se enteraron del asunto y los programas de televisión y las tertulias radiofónicas dedicaron horas y horas al asunto. Por allí desfilaron la Grisso con su paquete de macarrones, Ana Rosa Quintana con un negro escribiendo el guión del programa, Ferreras con su pactómetro y otros muchos más comunicadores de radio y televisión. ¡Todo ello porque Miguelín no quería comerse las lentejas! Pero lo más alucinante era el tratamiento del suceso.
Los progres defendían que al niño no se le podía maltratar obligando a la pobre criatura indefensa a comer las lentejas, porque podía crear en él un trauma infantil que arrastraría toda la vida y que le podría conducir a tener comportamientos como los de Maruhenda. Por supuesto, todo ellos supone un claro ejemplo de conflicto social y de abuso de poder por parte de la madre, que, a su vez, estaba traumatizada por la continua ausencia de un padre, que trabaja catorce horas al día para no estar en casa, lo que denota su machismo..
Los de derechas presentaban el suceso como un claro ejemplo de pérdida de autoridad por parte de los padres y como una muestra más de la importancia de la familia tradicional, cuya disgregación genera multitud de problemas sociales, como no ir a misa los domingos, no marcar la casilla de la Iglesia en la Declaración del IRPF, escuchar heavy metal, contribuyendo todo ello al aumento de las enfermedades relacionadas con la visión, pues se ha observado que ha aumentado el número de personas invidentes, fruto de la masturbación juvenil, a la que conduce este tipo de situaciones.
¡Con dos cojones! ¡Una semana de programas especiales por las putas lentejas! Sociólogos, psicólogos, ciminalistas, expertos en medicina deportiva y nutrición, profesores de yoga, ingenieros de la NASA, taxidermistas, Froilán, el Master de Cifuentes y hasta un primo tercero de la madre discutiendo sobre el asunto, como reflejo de una sociedad al borde del caos, precipitándose hacia la locura y la violencia absoluta.
¡Menos mal que pillaron al presidente de una comunidad autónoma en un caso de corrupción y los macarrones, el negro y el pactómetro se fueron a otro lado!
Aunque todo lo anterior pueda parecer una exageración describe como funcionan los medios de comunicación, cuando no hay noticia cualquier cosa sirve para rellenar espacios y no siempre hay políticos proclamando independencias o presidentes de comunidades autónomas del PP apoyados por Mariano Rajoy.
Todo ello no quiere decir que en este mundo no haya problemas y hechos desagradables. Yo, por ejemplo, temo que Dan Brown publique otro libro o que Santiago Segura haga la enésima parte de Torrente. Sin embargo, procuro vivir sin pensar en este tipo de situaciones o en que me puede pasar alguna otra cosa desagradable. A mí me gusta vivir al día y lleno de ilusión, por eso prefiero pensar que esa vecina tan buena, que vive en el piso de arriba, algún día se fijará en mí y practicaremos sexo día y noche. Todo ello, por supuesto, cuando al entrar en su casa desconecte la alarma de esa compañía de seguridad que hace que a mí ya me hayan robado tres veces y a ella ninguna.
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