viernes, 27 de mayo de 2016

EL PÚLPITO

"No todo lo que choca rompe. A veces encaja"

Hace un par de semanas, o tres, una amiga, docente como el que suscribe, se puso en contacto conmigo y me comentó que algunos de sus alumnos iban a participar en un concurso de debate sobre un tema, que para el desarrollo de esta entrada resulta intrascendente. Me pidió mi opinión sobre cómo se podía enfocar, desde diversas perspectivas, el asunto. Deprisa y corriendo le aporté alguna idea que se me iba ocurriendo y ahí quedó el asunto.
Hace dos o tres días volvimos a charlar y me comentó como había transcurrido la competición en la que sus alumnos habían participado. Aunque no ganaron, tampoco hicieron mal papel. Pero no es este aspecto el que va a vertebrar esta entrada. Más bien vamos a centrarnos en los vencedores y en ¿por qué vencieron?
Al seguir la conversación surgió el tema de la gran capacidad dialéctica del equipo que se hizo con la competición. Una capacidad que les llevó a noquear a todos sus adversarios, sin piedad alguna. Hasta aquí todo bien. A simple vista resulta muy atractivo contemplar como unos jóvenes muestran la capacidad de, mediante la palabra, defender, e imponer, sus argumentos sobre otras personas. Sin embargo, existe un pero: estos chavales tan brillantes destacan no por su capacidad para aportar ideas, sino por su habilidad para defender o destrozar una idea. En otras palabras: a estos chicos se les ha preparado para armar un discurso ganador, sin importar sobre qué se hable, o sus idoneidad moral. No sólo eso, que no es poco, también se les adiestra para minusvalorar la importancia de las ideas, que pueden ser defendidas o destrozadas, depende de lo que toque en cada momento, con igual empeño y eficacia. Uno no puede evitar acordarse de cuando andaba terminando la Educación Secundaria y de un profesor de Filosofía, democratacristiano, tildaba a los filósofos sofistas de charlatanes (cosa que otro profesor de Filosofía rojeras se encargó de desmentir un año antes).
Fíjese el amable lector que estos futuros líderes, tengo la certeza de que alguno de estos chavales llegará a serlo, han sido adiestrados para convencer a través de la palabra, sin importar el asunto que deban defender. Lo importante en este asunto es la forma, no el contenido. No hay problema alguno en identificar esta forma de proceder con la de los políticos, y con la de los periodistas. Su forma de actuar no se basa en transmitir ideas sobre las que construir un proyecto. Nada más lejos de su propósito. En realidad su quehacer se fundamenta en transmitir mensajes intentando convencernos de lo buenos que son ellos y lo malos que son sus rivales políticos. Se trata del mismo esquema de funcionamiento. Pero, además, unos y otros son capaces de defender una cosa, y la contraria (no es coña), en función del momento y del público al que dirija el mensaje. En el fondo, se trata del mismo patrón: no importa las ideas, se puede defender una y la contraria, lo que pretenden es envolver su ansia de convencer, de imponerse, en palabras. Como el lector se habrá dado cuenta, se trata de personas que se dedican a vender su producto, no por sus bondades, que lo hace mejor que cualquier otro producto, sino porque es el suyo y ya está.
La última frase resulta mucho más importante de lo que pudiese parecer. Se trata de productos inalterables. De todo o nada; no de algo que pueda ser mejorado con el concurso de más gente. O conmigo o contra mí. Nada más curioso que contemplar como se incentiva a jóvenes no a trabajar en equipo para mejorar ideas, no, sino a machacar al rival. Parece que hemos importado una estúpida moda de EE.UU., la de divagar sobre lo que fuere, con la excusa de que debemos aprender a hablar en público (cuestión que me parece estupenda y que debería darse con profusión en el sistema educativo español), pero nos hemos olvidado de algo también fundamental: aprender a escuchar al de enfrente para, entre todos, mejorar ideas, proyectos o la práctica diaria. Nos hemos olvidado que defender una postura a toda costa, utilizando todos los recursos dialécticos a nuestro alcance, sólo es cháchara. Debemos enseñar a trabajar sobre ideas, o realidades, que son maleables. Ideas o realidades que poseen puntos fuertes y puntos débiles (muchas veces se obvian las cosas positivas y toda la "labor" se centra en lo que no funciona, resulta absurdo construir sin una base previa). Debemos enseñar a trabajar sobre puntos de vista diferentes, que pueden llegar a resultar complementarios. En fin, debemos enseñar a respetar que aunque las opiniones del de enfrente puedan no ser acertadas, al menos nos sirven para buscar una fundamentación teórica a por qué nuestras posturas son las correctas, haciendo explícitos nuestros esquemas de pensamiento.
El todo o nada sólo sirve en lo emocional. Los hijos, una persona a la que se ama son lo mejor. Un ser humano que te ha hecho daño se puede calificar como lo peor. Pero, en este caso, hablamos de sentimientos, no de ideas o realidades sobre las que cimentar nuestra vida.
Me gustaría que el lector se fijase en que los políticos, esos que utilizan durante casi toda su existencia la descalificación al rival y el autohalago como patrón de comportamiento (conmigo o contra mí), cuando le interesa alcanzar el poder y no tiene representación suficiente, utiliza la negociación que, en teoría, es un intercambio de ideas, donde se intenta encajar el programa electoral de uno y otro, para construir algo mejor. Al menos eso dicen ellos.
Un saludo.

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