viernes, 20 de mayo de 2016

SOBRE NIÑOS Y ADOLESCENTES (II)

"Enseñar no es transferir el conocimiento,
sino crear las posibilidades para su propia
producción o construcción"
Paulo Freire

Vamos con la segunda parte del tema de los niños y adolescentes. Me atrevería a decir que ambas entradas versan, con mayor exactitud, sobre la visión que los adultos tenemos de niños y adolescentes. 
Tras leer la primera parte del asunto, el lector podrá haber extraído la conclusión de que el que suscribe defiende la beatitud de niños y adolescentes. Nada más lejos de la realidad. Los niños y adolescentes poseen la capacidad para hacer el bien y el mal, como el resto de seres humanos. Nada más lógico pensar que cuando realizan este tipo de acciones en función de la capacidad de maniobra que poseen. En otras palabras, si un niño quiere hacer una perrería a alguien, por lo general, lo va a hacer con otro niño de edad similar o inferior, porque con un adulto le puede salir el tiro por la culata. No hace falta reseñar que en este sentido actúan igual que cualquier otro ser humano de mayor tamaño o desarrollo cognitivo.
Me quiero detener en este aspecto, la bondad o maldad de los peques y púberes, para desarrollar esta segunda parte del asunto. 
Existe una opinión, muy extendida, que defiende que todos y cada de los niños, y la niñas ni te cuento, poseen una composición 100% de esencia angelical. Diría más, estos defensores de la beatitud infantil abogan porque negar lo evidente, culpando de las malas acciones de los pequeños a presuntas carencias educativas. Ya se sabe, cuando algo no resulta tan maravilloso como se desea, echamos la culpa a la educación o, si eres del otro bando, a la pérdida de la familia tradicional. En realidad hemos mejorado algo, antes se echaba la culpa de este tipo de cosas a maldiciones. Aunque, bien visto, unos y otros siguen el mismo patrón que en la Edad Media: culpar de algo a un factor incontrolable, intangible y, desde mi punto de vista, falaz. 
No se puede negar que existen casos de niños y adolescentes que han tenido la mala suerte de dar en familias de esas que se llaman desestructuradas y que acaban convirtiéndose en carne de cañón. Los que nos dedicamos a esto de la docencia conocemos unas cuantas. Y también sabemos que los servicios sociales suelen hacer poco, o nada, en estos casos (desconozco si por falta de compentencias para abordar los asuntos, o por falta de competencia). Estos niños, no sólo de familias de clase baja, resultan una minoría sobre el total. Sin embargo, como todo en esta vida, la mayoría de los niños y adolescentes nacen y crecen en familias que podemos denominar  normales. Familias con sus cosas buenas (sus puntos fuertes) y sus cosas malas (sus puntos débiles). Muchas de esas familias están compuestas por más de un hijo y, cosas de la vida, cada uno de ellos puede tener un patrón de comportamiento bien distinto. Si descartamos asuntos de esos que estudiamos los docentes como el lugar que ocupa cada niño en la familia, la importancia de tener hermanos mayores como modelos... resulta que cada uno de los niños son de su padre y de su madre. Parece que la educación resulta importante, pero no tanto. Aunque creo que lo que debemos preguntarnos es: ¿qué entendemos por educación?
Parece que el ideal de cierta gente puede definirse como transmitir a los niños, y a los adultos, unos conocimientos que les permitan desenvolverse en la vida con total solvencia, en especial en lo referido a normas y creencias. Esta transmisión de conocimientos, según estos entendidos, resultan suficientes para conseguir seres humanos angelicales.¡Magnífica estupidez!
Los niños, como los adolescentes y los adultos, aprendemos indagando, en especial cuando nos referimos a reglas sociales. Las reglas sociales son arbitrarias, cada sociedad tiene las suyas, por lo que ningún ser humano nace con ellas en sus genes. Los defensores de las teorías de la educación y de la familia, creen que los seres humanos nos convertimos en máquinas sociales perfectas por el hecho de que nos expliquen tal o cual norma. Pues no.
Para empezar las normas no resultan tan claras en muchos casos. Resulta evidente que matar no es bueno, pero...¿coger diez céntimos de papá de encima de la mesa es robar? En sentido estricto sí, pero...
Para continuar, una de las cosas que los niños deben hacer, los adultos también, es experimentar; y dentro de esa experimentación nos encontramos con los límites de las normas sociales. Límite que, como bien sabemos, resulta muy flexible, siendo determinado tanto por las circunstancias (las normas son más flexibles en una fiesta familiar, por ejemplo), como por las características e ideología del núcleo social donde se desarrollan. A nadie se el escapa, por ejemplo, que lo que en una familia, o institución, resulta aceptable, en otras puede representar una aberración.
Dicho todo lo anterior queda claro que los niños, y los adolescentes, van a ser unos bandarras, al menos de vez en cuando, y lo van a ser por obligación. Por la obligación de experimentar, de conocer los límites y, de manera involuntaria en muchas ocasiones, de conocer las consecuencias de sus actos. Acciones buenas traerán aparejadas consecuencias positivas (al menos en muchos ocasiones). Acciones reprobables deberían conllevar consecuencias negativas. Y esto debe formar también parte del aprendizaje social de todos y cada uno de nosotros.
Los niños, y los adolescentes, no son, al menos en su mayoría, buenos o malos. Se limitan a vivir y experimentar. A cometer errores y a acertar, sufriendo las consecuencias en ambos casos. A veces son malvados y otras unos seres estupendos; como todos nosotros.
Tal vez la conclusión que debamos sacar de todo lo anterior es que los peligrosos son aquellos que apelan a la educación, o la familia tradicional, como solución de todos y cada uno de los problemas. Ellos, adultos fanatizados y entontecidos, son los que no se han dado cuenta de que los niños y los adolescentes no sólo aprenden a base de doctrina. Además de la charla de rigor se encuentran en la obligación de tantear, de acertar, de equivocarse, de probar el premio y el castigo y, lo más importante, de interiorizar una serie de valores a través de su experiencia y de la reflexión sobre ella.
Un saludo.

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