martes, 17 de mayo de 2016

SOBRE NIÑOS Y ADOLESCENTES (i)

“Si existiera algo que quisiéramos cambiar en los chicos, 
en primer lugar deberíamos examinarlo
 y observar si no es algo que podría ser mejor 
cambiar en nosotros mismos".
Carl Gustav Jung

Ayer pude asistir a un hecho que me sirvió para corroborar, una vez más, cuán equivocados están aquellos que defienden que los niños se pasan el día delante de un aparato electrónico, habiendo perdido la capacidad de comunicarse y, por supuesto, de jugar entre ellos. Pero lo curioso del asunto es que todo tiene que ver con un móvil y con un juego para dicho aparato. Paso a contar el asunto y luego haré una reflexión sobre el asunto, y sobre alguna cuestión más relacionada con el asunto.
Dos niños, pongamos que de unos nueve o diez años, que hasta ese momento no se conocían de nada, coinciden y uno le pregunta a otro cuál es su equipo favorito. Uno dice ser del Atlético y el otro le responde que del Barça. El primero felicita al segundo por el título de Liga obtenido el día anterior. Medio minuto después el seguidor del equipo catalán le enseña un móvil al otro niño y le muestra una aplicación, un juego, que el segundo dice desconocer. Ni corto ni perezoso el niño el dueño del smartphone le presta el aparato y le explica paso a paso el juego y le invita a probarlo. Uno y otro van comentando el desarrollo de las partidas, intercambiándose el aparato cada poco, sin que, de manera previa, hayan establecido unos normas, al menos de manera explicita. 
Curioso. Establecen pautas de interacción, turnos, comparten objetos... Y todo con un aparato electrónico delante. O, lo que dicho en cristiano, se comportan como se desea (he escrito desea) que lo haga cualquier niño de su edad, "a pesar" de esos aparatos del diablo que parecen volver autistas, o algo parecido, a los niños y adolescentes. 
Tal vez sea aquí donde debamos abandonar lo ocurrido ayer, para centrarnos en lo que deseo sea el cuerpo de la entrada: la falsa percepción de la realidad que algunos adultos tienen sobre la vida de los niños y adolescentes.
Creo que ya lo he escrito otras veces, pero uno está harto de escuchar que los críos se pasan la vida encerrados en casa, jugando son sus cacharros infernales o, y en esto estoy de acuerdo (al menos en algunos casos), asistiendo y participando en un sinfín de actividades extraescolares. Nada más lejos de la realidad. Basta con pasearse por un parque, cuando hace buen tiempo, para observar a una infinidad de niños, y de chavales algo más mayores, correteando de un lado para otro, jugando a fútbol, a la peonza (sí, hay críos que juegan a la peonza), jugando con patinetes... Los niños salen a la calle, juegan, se mueven, pero resulta difícil verlos cuando se está en casa viendo la tele o enganchado a las redes sociales, cuando se frecuenta habitualmente bares o cuando se pasa media vida trabajando.
Sí, los críos siguen corriendo, jugando al Pilla-pilla, saltando a la comba o jugando a la goma, echando partidos de fútbol... y, además, utilizan las nuevas tecnologías, son capaces de jugar a la Nintendo, a la PSP, a la Wii, tienen la habilidad para manejar el móvil mejor que nosotros y, por si eso fuera poco, hacen trastadas en casa y en la calle, como las hacíamos nosotros.
Como era de esperar, el uso de aplicaciones, videojuegos y demás engendros de las nuevas tecnologías no ha creado una generación de psicópatas, cuyo mayor anhelo es imitar a sus héroes de los videojuegos. En ese sentido no había mucha posibilidad de error. Ni el cine, ni los cómics, ni la televisión crearon una generación, la nuestra y la anterior, de descerebrados asesinos (ni tan siquiera el cine franquista creó una generación de Joselitos, Marisoles o Marcelinos, con su pan y su vino).
Resulta curioso hablar de niños que se pasan la vida solos ante pantallas, cuando lo que en realidad debemos decir que existen padres que ven poco a sus hijos o que, de manera directa, les enchufan a la tele o a un aparato electrónico para que no den la brasa. Pero, tal vez, resulte menos espectacular echar la culpa al modelo productivo o a la dejadez de los padres, que a la falta de un modelo eductivo guay (progre) o a la disgregación de la familia (carcas).
De igual manera, uno oye hablar de los adolescentes como una panda de drogadictos, incapaces de hacer nada que no sea medrar. Esta aseveración me hace especial gracia cuando se les compara con nuestra generación, que debió ser de puta madre, pero yo no me enteré. Nuestra generación fue la última de la heroína y la que ya empezó a meterse farlopa por la nariz. Todos conocemos alguno que se ha quedado por el camino, gracias a lo maravilloso de estas sustancias; pero aún así y todo, nosotros éramos mejores. Eramos mejores porque nunca nos hemos emborrachado cuando éramos jóvenes, ni de mayores; porque nunca nos metimos en peleas, ni cometimos tropelías. Nos pasábamos el día pensando en proyectos maravillosos, nuestra única meta era emular a Gandhi en lo moral y a Einstein en lo intelectual. No había cabida para otra cosa en nuestra existencia.
Por si eso fuera poco nos muestran en los medios el comportamiento desmadrado de miles de jóvenes, españoles o guiris, en la Fiesta de Fin de Año de Salamanca, en Magaluz o en otros lugares, y momentos puntuales. ¡Habrase visto estos universitarios,de cuarto de Arquitectura, borrachos y drogados como piojos!
Por fortuna, la realidad, el día a día, resulta bastante distinto. Existen jóvenes toxicómanos y alcohólicos, pero la mayoría estudian, trabajan (o lo intentan) y tienen metas en su vida. Como las tuvimos nosotros.
Uno considera que el problema no se centra tanto en los jóvenes, como en la percepción que quieren tener los adultos y que los medios de comunicación contribuyen a extender. No resulta nada atractivo narrar la vida de un estudiante que madruga, estudia, se enamora, se enfada, se frustra, sale los fines de semana... Tampoco resulta apasionante narrar el discurrir de un chaval con estudios básicos, sin trabajo o con un trabajo de mierda por cuatro duros. Y no digamos ya lo aburrido que puede resultar contar como un niño desayuna, va al cole, come, hace los deberes, participa en actividades extraescolares, juega en el parque, ve la tele..
No cabe duda de que la atracción de lo morboso, del exceso (aunque sea momentáneo), de aquello que se sale de lo común ejerce mucha más atracción sobre las personas. No cabe duda de que los medios viven de ello, desvirtuando la realidad para todos aquellos que, en vez de vivirla, prefieren que se la den a través de una pantalla o de papel. Pero, no. Los niños siguen jugando, interactuando, compartiendo y pegándose, ligando cuando son un poco más mayores, aprobando y suspendiendo... En definitiva, los niños siguen rigiéndose por los mismos esquemas, para bien y para mal, por los que nos gobernábamos nosotros. Han cambiado dos cuestiones:

  • La disponibilidad de las nuevas tecnologías.
  • Una vida, en determinados casos, marcada por los horarios laborales de los progenitores, que conlleva que ciertos niños pasen mucho tiempo encerrados en casa o realizando actividades extraescolares que poco les aportan en ciertos casos.
Con este reflexión, que pone el énfasis en el papel de los padres y de una sociedad que prioriza el trabajo (cuando lo hay) y el consumismo, acabo esta entrada, la primera que versará sobre niños y los adolescentes. La segunda, y última, intentará dar una visión, la mía, sobre la infancia y la juventud bastante alejada de los cánones establecidos.
Un saludo.



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