lunes, 18 de julio de 2016

LUGARES E IMPRESIONES (I)

Cuando volví a la estación, tras más de veinte años, comprobando que unos tipos de una compañía de seguridad privada me impedían acceder a los andenes, intuí que el bucle había saltado por los aires. La primera vez que posé mi pie en ella me llamó la atención por su luminosidad casi infinita del Mediterráneo; lejos de la sobriedad de la irradiación solar castellana. Pero, tras media vida, la magia se había disuelto. La tecnología y el terror hacían imposible recrear un paseo despreocupado por los andenes. Arcos de seguridad y detectores de metal cerraban el acceso. 
 Acudí allí impelido por una fuerza interna que me obligaba a pasar página y salí con la certeza de que de que se trataba de una necesidad imperiosa. 
No descarto volver, sería absurdo, pero, creo, que bajo mi mismo cuerpo habitará otra persona. 
En esos días redescubrí, una vez más, la necesidad imperiosa de movimiento que me permita aprehender el mayor número de experiencias y lugares. No se trata de correr sin sentido, ni de coleccionar etiquetas o fotografías. Hay un impulso que me empuja a andar, deambular, pensar por y en los lugares distintos que mi tiempo puede abarcar. Utilizar diferentes medios de transporte, que faciliten pensar acorde a su compás. La diferencia entre llevar y ser llevado resulta transcendental.
Por ejemplo, mientras permanecía parado el autobús en el que viajaba una pareja de jóvenes, sentados en un banco, dejaban caer la cabeza uno sobre otro. Su expresión indicaba, sin lugar a dudas, que les importaba una mierda la existencia del mundo, se estaban amando uno apoyado sobre el otro, sin más. 
Resulta notable reconfortante, casi envidiable, encontrar por azar a dos personas amándose sin otra necesidad que sentirlo.

"Y si de repente se cayera la luna,
Y si de repente no te volviera a ver,
De manera urgente caería en la locura,
Y, de manera urgente, tendrías que volver".


Tal vez impulsado por el Terral, o por el sentido de aprehender del que hablé antes, me moví de aquí para allá; un poco al buen tuntún y, en ocasiones, de manera planificada. Mar y prehistoria. Mar prehistórico. Pinturas de veintiocho mil años de antigüedad y túmulos, bastante más modernos, asaltados por los políticos de turno y su cohorte de aduladores y periodistas. Los figurantes deben hacer notar su alegría por el nombramiento como Patrimonio de la Humanidad de los movimientos megalíticos que siempre han estado allí, aunque ellos no lo supieran.
Un enorme pez paleolítico, pintado en la pared de una cueva, o una cámara neolítica, en ambos casos de carácter ritual o propiciatorio. Plasmar la necesidad fuera del ámbito intrapersonal. Lo mismo que estoy haciendo yo en estos momentos. 
Una cueva en mitad de la nada actual, utilizada durante más de diez mil años como refugio, santuario, y museo, antes de que existiesen los museos. La necesidad de plasmar la realidad; de sobrevivir y de contarlo; de intentar entender lo inexplicable. Un pequeño recipiente de nuestra historia. Una pileta de imágenes. 
Cerca de allí, otra maravilla, en la que el hombre poco o nada tiene que ver. Un tajo en la roca de proporciones descomunales. El costumbrismo decimonónico y la virulencia de la naturaleza. Un coso asimilado a lo goyesco (y a la desproporción del ansia recaudatoria) y un río que ha vencido a través del tiempo. Puede parecer paradójico que el lugar que los viajeros ilustres de antaño identificaban con la España atrasada y pintoresca fuese el lugar de nacimiento del creador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos. Idear el lugar donde crear el futuro, alejado varios siglos del lugar de procedencia. 

"Le estoy buscando explicación
¿Será el eje de rotación
Que hace que esté torcido
El mundo en que vivimos?"

El mar, ese formidable ser que se balancea rítmico sin cesar. Idas y venidas de tranquilidad o cólera. El mar, que nace todas las mañanas en el este, tras dormir entre los acometidas de un sueño incierto y misterioso. El mar, que se cubre de luz en el Mediterráneo y de melancolía en el Cantábrico. 
El mar, que volví a considerar como ese lugar al que acudir para olvidar que sólo existen planicies y montañas lejanas u holladas. El mar, que a sus orillas genera la misma rutina y desidia que la jornada laboral. 
Viajar paralelo al mar. Correr paralelo al mar. Andar paralelo al mar. Vivir paralelo al mar. Sentir y sufrir paralelo al mar. Las mismas historias de superación y de miseria que tierra adentro. La misma esencia humana que en cualquier otro lugar. La mayor diferencia: desayunar contemplando la línea que separa el agua casi infinita del cielo inabarcable. Una licencia de tranquilidad, explotada durante estos días. Aunque si he de elegir desayunos, permítanme la merced de elegir el que realicé lejos de allí. Buscando, deambulando, llegué donde deseaba y encontré algo nuevo entre lo conocido. Buen café, solo y doble, por supuesto, buen pan, mejor aceite y tomate. Un respiro antes de encontrar a Lorca, al Equipo Crónica o a Eduardo Arroyo. La España cañí y el arte crítico ante la sociedad embrutecida. El señorito brillante y la lucha contra la barbarie que lo asesinó. Arte encapsulado en un viejo palacio ganado con la entrepierna, tan bien vista en nuestro país por políticos y bufones varios, que siempre anhelan arrimarse al dinero y al poder. 

"Yo que pensaba,
 Yo que creía firmemente en el amor,
Hoy ya sé que no.
Que ya no importa 
Y que a la vida hay que buscarle otra razón
Y busco en los colores del atardecer
Y no lo encuentro".

Empiezo a seleccionar con verdadero interés a quien doy mi dinero. La voracidad confiscatoria de religiosos, particulares y administraciones para evitar que las ciudadanos contemplemos el arte con mayúsculas me horroriza. Pagar por disfrutar nuestro patrimonio, contribuyendo con ello a la ignorancia de lo que somos, me parece una forma más de separarnos de nuestra esencia, de nuestra libertad para crearnos desde nuestras raíces. Por un momento pensé en lo que se denomina I.V.A. cultural y las quejas que suscita entre los mamporreros de la industria del entretenimiento. El verdadero terrorismo consiste en pagar por lo que es nuestro y, sobre todo, de nuestros ancestros.
Sin embargo, paseando por el mero placer de pasear, se pueden encontrar patios del sur, remansos de tranquilidad y frescor, que invitan a quedarse. El tiempo parece ingrávido en aquellos espacios, mientras el calor se parapeta tras las paredes, claudicando de manera extraña en pleno mediodía.
Por todos los sitios se observan huellas del paso sucesivo del mismo hombre, revivido mil veces en su ansia de conquista. Restos romanos reconstruidos a mayor gloria del político de turno, fortalezas musulmanas con arcos prestados de herradura, usados por los conquistadores precedentes, cruzados peninsulares, que llegaron en el último momentos, genes que transportan pelos y ojos británicos, llegados al sonido de la riqueza minera. Un maremágnum de vida, que no necesita recordar de dónde viene. ¿Para qué lo iban a necesitar? ¿Quién necesita conocer la Historia bastarda cuando sólo tiene ganas y necesidad de vivir?

"Incendiario,
Todos dicen que soy un incendiario,
que enciendo hogueras sólo con hablar
Y que morir no me importa, y me da igual".

Pescado de nombres saboreados de manera previa o no. La necesidad de probar los frutos de esa mar tan distante de mi punto de origen. Cocinados en brasas, enharinados, rebozados o de cualquier otra forma, saciando la gula del hombre de interior, que ansía ese momento de reencuentro con lo que cada lugar ofrece.
El placer recuperado de vagar por lugares nuevos y viejos, planificando e improvisando, me hace más libre.
La vuelta, una gran bandera media asta. Nuevos muertos de la vieja barbarie. Una visita prometida a ese período de tiempo que me fascina, sostenido sobre arcos de herradura. Una iglesia, redescubierta hace apenas tres décadas, ideada por esos bárbaros que se enseñorearon de estas tierras. Santa Lucía, ya en mi provincia de destino, arquitectura entre brumas. Las mismas brumas que envuelven a sus creadores.
Unos kilómetros antes me doy cuenta de que he perdido la costumbre de conocer a alguien, del que ya sabía, a la vuelta de mi viaje. Tal vez todo se deba a que en realidad he cambiado. O, tal vez, todo se deba a que presienta que perdí una buena oportunidad la última vez. Nunca lo sabré.

"Quédate en silencio
 Y oye el ruido de mis tripas soñadoras,
Que sueñan con comerte a todas horas.
Ruge el deseo contenido."


Nota aclaratoria: Todas los textos en cursiva pertenecen a canciones del disco "Lo que aletea en nuestras cabezas" de Robe.

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