miércoles, 20 de julio de 2016

EL SILENCIO DE LOS SIN VOZ

"No subestimes nunca la estupidez humana"

Robert Heinlein


Leía en un grupo de Facebook de docentes quejarse a un fulano sobre la actitud de un partido que criticaba una actividad dirigida a concienciar al personal docente sobre el sexismo del lenguaje. Como el lector sabrá opino que el lenguaje no es sexista. Lo sexista, o no sexista (sea eso lo que sea), es la intención del emisor o la percepción, muchas veces errónea, del receptor. 
Hecha esta aclaración creo necesario decir que el asunto del día no va por los derroteros de la intención y la percepción de unos y otros. Me gustaría abordar otro asunto bastante más complejo y cruel, tapado a menudo por estupideces como la tratada con anterioridad: la carencia de voz de los marginados reales. Para aclarar de lo que hablo voy a exponer una situación, real o no, pero con muchos visos de ser cierta, que muchos docentes hemos conocido. 
Imaginemos un niño de corta edad, seis, siete u ocho años, cuya familia se encuentra vinculada a la delincuencia. Este tipo de pequeños ya apuntan maneras, pues el modelo que observan en su hogar no resulta el más recomendable para desarrollar todas las capacidades del alumno, incluidas las emocionales, de la mejor manera posible. Sin embargo, la intervención de los servicios sociales en estos casos suele ser superficial. Se intentan poner parches, pero la cosa no suele pasar de consejos, buenas intenciones y poco más. Paños calientes para carne de cañón. Estos chavales, que suelen dar mucha pena (todos necesitamos sentirnos bien con nosotros mismos), no parecen interesar mucho a los medios de comunicación, ni al resto de la sociedad, excepto cuando generan problemas, bien para que el resto de alumnos sigan las clases, bien por haber cometido pequeños o, no tan pequeños, delitos. Entonces sí, medios, padres, expertos y demás tropa empiezan a verter opiniones. Unas en plan enrollado y modernillo, incidiendo en el contexto desfavorable. Otras centrándose en lo punitivo y la predeterminación. En todo caso, un tema de conversación pasajero, como si de la eliminación de España en la Eurocopa se tratase. A diferencia de la Eurocopa, hablamos de personas, de niños en concreto. De cuestiones que requieren una solución o, al menos, un intento serio de solucionar una problemática no elegida por el pequeño. Sin embargo, él no tiene voz en los medios. Sólo interesa cuando en torno a él aparecen noticias desagradables y/o morbosas. Diría más, viven en una sociedad paralela a la nuestra, que no nos interesa lo más mínimo. No sólo no nos interesa, además tenemos especial cuidado en que su vida no converja con la nuestra, por la cuenta que nos trae.
Sin embargo, parece que casos como el expuesto (sea real o no), preocupan menos que la estupidez del lenguaje sexista. Tal vez todo se deba a que un centro de menores resulte menos vistoso que una Dirección General de Igualdad o menos productivo que la publicidad institucional de la que se benefician los medios de comunicación, que no de información, sobre el asunto. Y esto da mucho que pensar. 
Da que pensar, en primer lugar, sobre la moral de cierta gente. No cabe duda que apostar por algo tan difuso, y absurdo por lo general, como el lenguaje sexista (he puesto este ejemplo, pero existen otras muchas cuestiones similares) lava conciencias y, sobre todo, no presupone que se han de presentar resultados sobre el grado de consecución de objetivos. Apostar por mejorar la calidad de vida y las posibilidades futuras de un niño sí supone un reto. Complejos abstractos y esnobs no conllevan la necesidad de cambiar algo. Al contrario, los que viven de ese constructo teórico, mantienen la necesidad económico y/o moral de que siga existiendo esa problemática. 
En segundo lugar, resulta curioso que los que se erigen en defensores de causas nobles, obvien a los marginales, a los sin voz. Al final son ellos los que intentan alumbrarnos sobre los temas que resultan relevantes, y los que no, para alcanzar nuestra paz interior. Es lo bueno de vivir con un alto grado de confort, no necesitas cambiar las cosas, sólo lavar la conciencia. En el fondo se trata de no cambiar nada; eso sí, dando la impresión de que la lucha por la igualdad es el estandarte que rige cada paso a dar.
Este segundo punto trae aparejado un tercer punto: privar a otros colectivos de la palabra. Monopolizar el discurso se convierte en necesario. Aunque les cueste reconocerlo se trata de una dictadura. Una dictadura basada, como todas las dictaduras, en mantener o mejorar el estatus socioeconómico de los afines al régimen. 
Por último me gustaría reseñar la hipocresía de estos tipos que alardean de defender causas nobles. Tal vez nada mejor que una conversación en la que  hace cierto tiempo participé para mostrar la vacuidad del discurso de estos estultos de sillón frente a un televisión de 42 pulgadas. Hablando sobre una niña resultó sorprendente, y dramático, llegar a la conclusión de que lo mejor que puede pasarla es que cuando en pocos años se case, sin estudios, y antes de llegar a la mayoría de edad, su pareja sea un buen tipo y, a ser posible, con una mentalidad como la suya. Sí, existen niñas/adolescentes, que no aprovecharán sus estudios obligatorios, con muchas posibilidades de tener su primer embarazo antes de que pueda abandonar sus estudios obligatorios (dieciséis años), con unas expectativas bastante... Ponga el lector lo que desee. ¿Acaso les importan esas niñas a esos descerebrados que defienden el sexismo del lenguaje? No les importan una mierda. De hecho, muchos de ellos piensan que eso sólo ocurre en África o en barrios de España marginales, muy lejos de de sus cómodos hogares.
A nadie le importa aquél que no tiene voz. La voz la tienen aquellos que pueden beneficiarse de ello y todos la corte de personajes con un cierto poder adquisitivo, que necesitan buscar en causas "nobles" una forma de aliviar sus conciencias de pequeño burgueses. Pero lo que más preocupante del asunto, sin duda, es aquello que nos parece prioritario y secundario. Los valores que transmitimos a nuestro hijos. Resulta más importante elucubrar que ayudar a quien lo necesita, destinando, de paso, los fondos de todos, limitados, aunque no tanto como parecen, a teorías y no a necesidades reales. Tal vez todo consista en eso: taparnos los ojos ante las necesidades de los otros, creando causas lejanas y difusas, que nos permitan seguir viviendo en nuestro mundo sin grandes zozobras. Tal vez sea más fácil intentar cambiar un mundo lejano y/o inexistente que ayudar a quien tenemos al lado. 
Un saludo.

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