lunes, 17 de abril de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (17-4-2017)

Hemos iniciado el último trimestre del curso. Un curso más amenaza con desaparecer, sin apenas darse cuenta. Lejos quedan los primeros años, cuando todo parecía que se debía descubrir e, iluso de mí, hasta crear de la nada. 
Echando la vista atrás, creo que, a pesar de los sinsabores, esto de la Educación me gusta. Nunca fue algo vocacional (mi verdadera vocación: ser millonario y no pegar palo al agua), pero desde que empecé a ejercer, esta profesión me pareció algo bastante interesante y creativo, aspecto que me parece crucial en esta historia. Recuerdo que una de las frases favoritas que teníamos una compañera y yo decía: "No mpe gusta trabajar, pero ya que tengo que hacerlo, al menos lo hago en algo que me gusta
Fue por esa época cuando, durante un curso de formación, me di cuenta de que podía dedicarme a esto sin desentonar en exceso. Para ello, querido diario, me tendré que retrotaer un poco más en el tiempo y contar algo de mis inicios en el mundo de la Educación Especial. 
Visto en perspectiva tuve la suerte de comenzar mi andadura en un centro pionero en España en muchos aspectos. Yo trabajaba con adultos con discapacidades motoras y cognitivas y durante cuatro años di por sentado que todo funcionaba e innovaba de igual modo. Cosa que pronto comprobé no se ceñía a la realidad. Durante los primeros meses de mi desempeño laboral me encontraba trabajando delante de un ordenador con un adulto joven, creo que yo tenía cuatro o cinco años más que él, con unos problemas físicos destacables, a los que acompañaba ausencia de lenguaje oral, discapacidad intelectual... Tras mirar a ese chaval me pregunté: ¿Qué cojones hago yo aquí?
Años después, durante el curso del que hablaba, el ponente, un tipo muy muy competente,  una hizo una afirmación que respondió a la pregunta que me había formulado varios años antes: Si no os habéis preguntado alguna vez qué hacéis en un centro de Educación Especial, no valéis para esto. Me congratuló no ser un bicho raro y, sobre todo, saber que la duda forma parte del juego.
Ahora, veintitantos años después de formularme aquella pregunta, siguen surgiendo dudas sobre lo que se realiza, su utilidad, su viabilidad. No se trata de cuestionamientos generales sobre competencia global o sobre la idoneidad de esta profesión para mí. En este caso las dudas residen en la práctica, en la adecuación de lo que hago para un chaval determinado. Pero, sea como fuere, me encanta seguir teniendo dudas que, en muchos casos, permiten ajustar lo que planteo a las necesidades del alumno (o eso creo). Me encanta sentirme falible y saber que aún se puede mejorar. Me encanta, también, poseer la certeza de que mi trabajo consiste en dar a los alumnos lo que creo necesitan, equivocándome a veces. En el fondo, creo que he comprendido, no sé hace cuanto tiempo, que la esencia de esta historia es mirar, intentar comprender y dar lo que esa mirada y esa comprensión te dicen debes dar.
Me gustaría, querido diario, hablar de los equipos directivos que se eternizan en el cargo, de las nuevas tecnologías como recurso o como objetivo de aprendizaje, de la convivencia en los centros y el mal ejemplo que, a veces, somos los docentes y de otras mil cosas más, pero creo que todo ello, tan terrenal, tan humano, rompería que el espíritu de lo que he escrito hoy. Por lo tanto, dejaremos pendiente estos asuntos para otro día.

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