miércoles, 19 de abril de 2017

INTELIGENCIA EMOCIONAL, EMPATÍA Y ASERTIVIDAD

En estos últimos tiempos se ha puesto de moda un concepto que, desde mi punto de vista, deriva de la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, formulada en 1983. David Coleman, en 1995, publica un libro donde habla de la inteligencia emocional por primera vez. Desde ese fecha, ese concepto lo utiliza todo el mundo con cualquier excusa (recuerdo como alguien me llegó a plantear que era experto en inteligencia emocional, a modo de amenaza o coacción. En realidad era otra cosa muy diferente, de la que su madre no tiene la culpa) y para cualquier fin, como queda dicho.
La inteligencia emocional, a modo de resumen, se puede definir como la capacidad de reconocer nuestros sentimientos, identificarlos y manejarlos de manera correcta. De igual manera implica la capacidad de reconocer los sentimientos de los demás, sintiendo empatía hacia esas personas. Estos dos procesos redundarán, al menos en teoría, en un vida más plena y satisfactoria para aquellas personas que sean capaces de adquirir estas capacidades.
No me interesa apoyar o denostar esta teoría, para eso ya existen profesionales del ramo que aportan argumentos mejores que los míos, sino incidir en dos aspectos que subyacen en esta teoría: la empatía y la asertividad.
La empatía se puede definir como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de intentar, o conseguirlo, comprender los sentimientos del que se tiene frente a uno, pero, y esto es importante, sin implicarse de manera emocional en ello, buscando así comprender el comportamiento de dicho sujeto.
Resulta oportuno aclarar que ponerse en el lugar del otro, e intentar comprender lo que pasa por la mente ajena, no siempre va a significar que se esté de acuerdo con el comportamiento de la otra persona.
También parece necesario decir que lo que nosotros consideramos empatía no tiene porque serlo. Resulta lógico pensar que las interpretaciones de todo lo que ocurre a nuestro alrededor están "contaminadas" por nuestra experiencia, nuestras creencias... Y no siempre nuestra interpretación de los demás puede denominarse objetiva o neutra, por lo que, a pesar de intentarlo, no siempre conseguimos que sintamos empatía.
Hasta aquí la teoría y ahora comienzo con lo que me interesa de la entrada: la falta de empatía, casi absoluta, de ciertas personas, así como la necesidad que parecen sentir otros de que sean interpretados sus sentimientos, bien mediante pistas que ellos dan, bien porque ellos lo valen. l
El primer tipo, expertos en conjugar el verbo siempre con el pronombre yo delante, resultan un fastidio absoluto. Vistos desde un punto de vista empático podríamos pensar que poseen una baja autoestima. Pero como no merece la pena tanta empatía en algunos casos, podemos decir que en realidad carecen de inteligencia, bien de tipo interpersonal, bien de inteligencia en el más pleno sentido de la palabra. El lector podrá pensar que oso llamar tontos del culo a este tipo de personas. Pues acertó. Todos tenemos necesidad de sentirnos escuchados en determinados momentos, pero nadie tiene la potestad de hacer que todos le escuchen sólo a él.
Respecto a los de las claves y a la necesidad que tienen ciertas personas de realizar un trabajo de indagación sobre sus sentimientos, poco que decir. Resultan la otra cara de la moneda de lo expuesto con anterioridad. Lo mismo de lo mismo, pero con un juego elaborado, tendente a captar la atención ajena a cualquier precio.
Imagino que nadie podemos considerarnos un dechado de virtudes, y que en todos existe un componente mayor o menor de lo escrito un poco más arriba, pero, doy fe de ello, existen personas donde predomina, de manera masiva, lo descrito. Una pesadilla.
Queda aún por hablar de la capacidad de expresar de manera firme, sin ofender al interlocutor, nuestras opiniones, sentimientos o deseos, defendiendo los derechos propios. A esta capacidad se la llama asertividad. Desde mi punto de vista, la asertividad, resulta más compleja de adquirir, o de practicar, que la empatía, porque implica una alta autoestima, una capacidad de ponerse en el lugar del otro (empatía) y una capacidad dialéctica apreciable. Además, a diferencia de la empatia, que no de manera necesaria debe ser testada o valorada, la asertividad requiere ponerse a prueba sí o sí. Por si todo esto fuera poco, en ocasiones la situación en que debe implementarse no resulta la más adecuada, pues pueden estar pisoteando  nuestros derechos, lo que suele conllevar un estado de ánimo no muy apropiado para reivindicar de manera correcta aquello que creemos.
Como el lector habrá apreciado, tan importante resulta expresar lo que nos molesta y pretendemos, como no herir los sentimientos de la persona a la que queremos influir. Y aquí reside el meollo del asunto: en la dificultad de hacer esto, pues cada persona constituimos un mundo y, por si fuera poco, las circunstancias en nuestra vida varían y con ellas nuestros estados de ánimo.
Todo conocemos personas que defienden sus derechos, o lo que ellos creen sus derechos, a capa y espada, sin miramientos y sin prisioneros. Unos actúan siempre así y otros de vez en cuando.
Por otra parte, existen otros individuos a los que vulneran sus derechos una y otra vez. Se trata del otro extremo del balancín.
Imagino que la gran mayoría nos situamos en un punto entre uno y otro extremo, no siempre equidistante. A veces sólo tratamos de molestar lo menos posible, hasta que resulta imposible no hacerlo y en ese momento...
Lo reconozco, considero la asertividad un arte y no creo que nadie sea capaz de ejercerla en todo momento y en toda ocasión. Creo que una persona asertiva, por todo lo explicado con anterioridad, reúne todo aquello que conforma lo que se denomina inteligencia emocional.
La asertividad, o sus sucedáneos, es posible que nos facilitasen una vida mejor, incluso en lo relativo a lo sentimental. A veces el miedo a no expresar sentimientos, por quedar en ridículo o por ofender conlleva estar detenidos en ningún lugar.
Un saludo.

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