lunes, 11 de marzo de 2019

COLLARES, PERROS Y CERTEZAS INCIERTAS

"En esta vida es fácil morir.
Construir la vida es mucho difícil".

Vladimir Maiakovski

En medio de un Parque Nacional, tomando una cerveza en una terraza, ayer tuve ocasión de ver a mi lado a un par de jóvenes jaredíes (judíos ultraortodoxos) comentando un libro, cada uno tenía el suyo, intuyo que religioso. Además del atuendo, en especial el de uno de ellos, me llamó la atención que estuviesen enfrascados en la lectura y deliberación de aquello que estaban leyendo. Tal vez me llamase la atención porque hacía un día radiante y nos encontrábamos en mitad de un magnífico paraje,  donde predominaba la belleza y el silencio, sólo roto por las conversaciones en voz baja de unos ancianos británicos, situados en otra mesa y los judíos, que comentaban el libro cada vez que leían un fragmento. 
No pude evitar retrotraerme a unos quince años atrás, cuando visitando La Alpujarra en Granada una persona me comentó que hacía un par de semanas había contando con la presencia en la zona del Dalai Lama, que se había encerrado en un monasterio situado en la comarca durante un par de días a meditar, sin visitar ni un centímetro del magnífico lugar durante su estancia allí. 
De manera inmediata supe por qué había tenido esa asociación: en ambos casos se trataba de personas que estaban buscando un sentido a la vida, dejando escapar lo que tenía a su alrededor, su presente, que, de manera más que probable, también ha sido creado por sus deidades con alguna finalidad; entre otras, posiblemente, para ser disfrutado por los seres humanos.
Unos minutos después la persona con la que estaba, una mujer, me hizo ver que si nos besásemos delante de nuestros vecinos de terraza en su país, podíamos ser recriminados con fuerza y tener algún tipo de problema. Por supuesto, nos pusimos a la tarea de besarnos para comprobar que seguíamos en España en el siglo XXI... O por provocar... O porque nos apetecía. O por las tres cosas juntas. ¡Vete tú a saber! Por suerte estábamos en España, en el siglo XXI y no en un lugar donde imperase la visión jaredí.
Unos minutos después del suceso supe que lo ocurrido merecía una entrada en este blog. No tanto por la parte estética, o por la provocación, como por el trasfondo que intuía en el asunto. Aunque en ese momento no tenía nada claro por donde iba a discurrir la misma, no pasó ni un día antes de que este entrada cobrase sentido y, sobre todo, forma. Bastó recordar la fecha de hoy, 11 de marzo, para hilvanar. Otros tipo, que también decían seguir un libro mágico, habían acabado con la vida de casi doscientas personas, hiriendo a unas dos mil personas más, además de los traumas psicológicos causados a un número de personas difícil de cuantificar.
En ese momento no tuve duda alguna: los mismos cimientos, con revestimientos distintos, para construir edificios similares. La ley divina por encima del hombre, utilizada a conveniencia para castigar a los que disienten o no tienen interés en sus prédicas y su extremismo. Y esta visión, en la que el hombre no es importante sólo por el hecho de ser hombre, también se encuentra entre otros salvadores, en este caso no religiosos, que no comprenden que su visión de la vida es sólo eso, su visión de la vida. Salvadores de almas o desfacedores de supuestos entuertos que se encuentran con la soledad más absoluta cuando intentan predicar su nueva. Predicadores que no comprenden que esa falta de necesidad de los demás de sus ideas no se debe a que los demás vivan en el error, sino, más bien, a que sus ideas suponen algo inútil, cuando no un disparate, para otras muchas personas, empeñadas en vivir a su manera.
Sería injusto decir que todos los implicados en este maremágum de profetas de la única y perfecta nueva son capaces de realizar actos abyectos contra otras personas, pero, a pesar de no realizarlo, son la mecha necesaria para que se produzcan atrocidades varias, en nombre de una idea, un díos o una causa. El problema no son las ideas de cada cual, sino intentar implantarlas a los demás a la fuerza. Lo que deriva de un verdad sustancial: la no aceptación de que otras personas puedan pensar distinto o, en muchos casos, la no aceptación de que a otras muchas personas les importe un carajo ciertos temas, ideas, creencias o lo que fuere.
A modo de conclusión parece pertinente recordar que siempre, siempre, siempre hay o habrá un problema cuando un colectivo organizado, mayoritario o minoritario,  intenta imponer su realidad, su visión del mundo a otro colectivo, sin importarle la opinión de éste o la necesidad de aceptar sus ideas, creencias u ocurrencias.
Un saludo.

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