jueves, 21 de marzo de 2019

MANIFESTARSE ESTÁ DE MODA

Se compra lo que tiene precio.
Lo que tiene valor se conquista.



Uno, que ya peina canas, ha asistido a bastantes manifestaciones: contra la indigna Guerra de Irak, impulsada por, entre otros, el indigno José María Aznar, en contra de los recortes de ZPpero y Mariano Rajoy, en contra de reformas educativas... y, por lo general, el resultado siempre ha sido el mismo: ninguno. Y, sin embargo, unos y otros siguen peleando por realizar manifestaciones y por "aclararnos" a los demás el éxito de dichas marchas reivindicativas, o el fracaso, en función del número de asistentes que calculan. Este aspecto, que podía parecer baladí, se ha convertido en el eje central de cualquier movilización y, por lo general, en el único aspecto que parece importar a los convocantes de supuestas luchas encaminadas a conseguir derechos y libertades para pueblos, colectivos oprimidos, patriotas nostálgicos de aguiluchos y religiones semioficiales.
En realidad las movilizaciones a favor de diversas causas suponen una forma de que ciertos organismos, bien sean partidos políticos, sindicatos, iglesias, o asociaciones de todo tipo y pelaje justifiquen su existencia y recuerden a sus seguidores que ellos se preocupan por defender sus derechos "pisoteados" por vete tú a saber quién. Se trata de transmitir la impresión de que todos juntos, saliendo un rato a la calle, o viajando a la capital, podemos hacer algo por cambiar cosas. En realidad, constituyen algo ornamental, decorativo, para simular que se planta cara a una situación, mostrando la fuerza del colectivo, ante el tirano opresor que vulnera los derechas.
Por otra parte, la concentración puntual de personas por parte de diferentes organizaciones, tiene un poder de válvula de escape de presiones sociales. Se hacen visibles las causas que unos y otros defienden, pero sólo eso, se hacen notar, sin traspasar jamás la epidermis del sistema, que ve en este tipo de actos una forma adecuada de no cambiar nada y, en muchas ocasiones, negocio. Movilizar a miles de personas en autobuses, darles de comer si es el caso, aunque sea un bocadillo y una botella de agua, realizar pancartas, carteles, camisetas con lemas, etc. supone negocio para, por lo general, gente afín a los convocantes.
Lo de contar asistentes a una manifestación sirve para dos cosas:

  • Mostrar la capacidad, o la incapacidad, dee convocatoria de los organizadores. Que buscan en este acto una forma de reivindicarse como interlocutores, en muchas ocasiones para justificar su existencia y su modus vivendi.
  • Para hacer creer a los participantes que son muchos y que, como consecuencia de ello, tienen mucha fuerza y una gran capacidad de influir en su entorno. Si además todo ello va acompañado de un siempre efímero seguimiento de los medios, la impresión que generada en los participantes no puede ser más positiva. 
Pero, en realidad, ¿para qué sirven la gran mayoría de las movilizaciones con las que nos bombardean los medios, además de como válvula de escape? Para nada o para bien poco. Al menos desde el punto de vista de quien se moviliza. ¿Cuántas de las cosas que se reivindican se consiguen? Piense el lector en las últimas grandes manifestaciones y vean lo que han conseguido (si es que se proponían alcanzar algo tangible y mensurable).
Sí que una utilidad, además de la adormilar a la gente, mucho más sibilina, para aquellos que las promueven: buscar la confrontación con el enemigo político o ideológico. En el fondo se trata de atizar las pasiones de los seguidores para fidelizarlos. Se pretende polarizar el mundo en dos polos opuestos e irreconciliables. El objetivo no es lograr cambios. Más bien se persigue despistar, centrando la mirada en el otro, en el enemigo. De nuevo el objetivo es no cambiar nada sustancial, manteniendo al personal distraído con asuntos absurdos e innecesarios.
Realizado este análisis me gustaría reseñar que considero fundamental movilizarse de manera organizada y persistente contra todos aquello que se deba cambiar. Para ello parece evidente que lo primero es saber, con exactitud que debemos cambiar y qué queremos a cambio. Ello implica saber quién va a ser nuestro interlocutor con capacidad para realizar esos cambios ante la presión que podemos hacer. 
A partir de aquí habrá que establecer unas pautas de actuación para conseguir lo que pretendemos. Las pautas deben ser algo más que darse un garbeo con miles de personas por el centro de una ciudad y, por supuesto, que un paro de un día. Porque, no lo debemos olvidar, con esta política de gestos (una manifa y una huelga de un rato) lo que están haciendo es desmovilizar a la ciudadanía, en beneficio del gran capital, que ve como nada cambia, gracias a sus lacayos de las organizaciones que dicen luchar por nuestros intereses y a los medios de comunicación, que suelen obviar los éxitos de la lucha organizada de diferentes colectivos. 
Una vez leído todo esto tal vez se pueda comprender por qué he renunciado a huelgas de un día o manifas sin argumento alguno. Me encontrarán cuando se trate de conseguir unos objetivos claros, poniendocontra las cuerdas a quien sea necesario, con acciones contundentes y continuas. Mientras tanto, prefiero perder mi tiempo de otras maneras más agradables para mí.
Un saludo.




No hay comentarios: