lunes, 26 de noviembre de 2012

REUNIÓN DE COMPAÑEROS DEL COLE (MONÓLOGO)

Hace unos días asistí, como invitado alcohólico (de entrada sólo conocía a la cerveza y mantuve una apasionada  e íntensa conversación con ella, no importándome en exceso que apareciera con pintas), a una reunión de viejos compañeros de clase de mi pareja. Más concretamente de viejos compañeros de clase del cole. 
Todo este tipo de reencuentros serían inviables, o muy difíciles, sin las redes sociales : Facebook, Twitter, Sálvame, Cine de Barrio...  que contribuyen decisivamente  a que toda una serie de personas, que llevan años sin verse y que no se dirían ni hola de encontrarse por la calle en cualquier otra situación, se reúnan para seguir una serie de rituales invariables. A saber:
El ritual de comprobar que ese grupo de gente que ves frente a ti está compuesto por la misma gente que estudió contigo y que no se trata de unos completos desconocidos que, por casualidad, están en el mismo bar que tú. Algunos consejos para saber a que grupo debes arrimarte y que tipos de grupos debes descartar:
  • Si ves un grupo de mujeres, de distintas edades, con un pene de tamaño considerable sobre la cabeza no esperes encontrar en él a tus antiguos compañeros de clase. A no ser que la entrada principal de tu colegio estuviera frente a un Sex Shop y a alguien se le haya ocurrido la idea de ponerse un miembro en la cabeza para revivir los viejos tiempos.
  • Si en grupo de personas adultas hay niños adosados tampoco estás en el grupo acertado. Todos tus antiguos ex compañeros acabarán hablando de sus hijos, pero todos y cada uno de ellos se ha deshecho de ellos lo más rápido posible, colocándoselos a su pareja, a la suegra, al frutero de la esquina...
  • Tampoco acertarás si te juntas a un grupo de personas que se mueven con prisa al son de una música que puede parecer una mezcla de ruidos de sirenas  y fuegos artificiales. Es más, si detrás de tus pretendidos camaradas divisas a unos tipos vestidos de azul, huye. No se trata de una fiesta con música House que han improvisado tus viejos compañeros. Lo que realmente ocurre es que te has metido en una manifa que está siendo disuelta por los antidisturbios a base de hostias y pelotazos.
Una vez superado el primer ritual, él de reconocer con quien cojones has quedado (las fotos del perfil de  Facebook no ayudan mucho, especialmente las de aquellas chicas, y algún chico, que han colgado la foto de su primera comunión como seña de identidad), se impone el segundo e ineludible ritual: asegurar a unos cuantos de tus antiguos compañeros que no han cambiado nada. ¡Y una mierda! Después de treinta años todos tienen canas, por mucho que se las tiñan, las arrugas empiezan a adueñarse de las caras y, en muchos casos, ellos tiene una barriga similar a la de una mujer embarazada de seis meses y ellas tienen más cartucheras que una película del Oeste. ¿A quién pretender engañar?
Es más, este ritual sigue unos pasos invariables. Siempre hay alguien que se encarga de  defender que varias personas no han cambiado nada desde que se conocieron con frases como: Periquito no has cambiado nada. Menganita, la tía que se encuentra al la derecha de Periquito,  sigues igual que siempre. Zutanita, que está  situada a la diestra de Menganita, los años no pasan por ti. El resto de personas asiente a las frases pronunciadas por el que lleva la voz cantante. Pero siempre, siempre, al lado de Zutanita hay sentado un fulano con la cabeza como una bola de billar. Y es ese momento cuando el tipo que afirma que la edad no pasa por los demás dice algo como: Fulanito, dirigiéndose al calvo, ya me he enterado que acabaste Ingeniería Superior, y que has tenido una carrera profesional de éxito.
El siguiente ritual no sorprenderá al amable lector: hablar de los maestros. Don no sé qué era muy exigente, pero era buen tipo. Doña no sé cuantos enseñaba muy bien Matemáticas. Don sí sé me propuso matrimonio pero yo le rechacé... Y es justo en ese momento cuando llega una antigua alumna a la reunión, que argumenta para justificar su retraso cualquier excusa. Una forma de saber si esta ex alumna que acaba de llegar era la tía buena de clase o, en su defecto, ahora está como un queso es la cantidad de atención que le dedican los tíos que están en la reunión. Si se trata de la tía buena de antes, o de ahora, los hombres exprimirán sus neuronas intentando rescatar anécdotas, verdaderas o falsas, relacionados con la recién llegada. "¿Te acuerdas de aquella vez que te dejé los apuntes de Lengua?" "¿Te acuerdas cuándo íbamos los dos a hacer los deberes a mi casa?" "¿Te acuerdas de cuándo te propuse follar y me diste una hostia? Por cierto, la proposición sigue en pie." La hostia también.
Existen dos rituales, los últimos, inexcusables en toda reunión de antiguos alumnos que se precie: hablar de los logros laborales, lo que se produce justo después de las anécdotas ocurridas, o inventadas, en aquellos viejos tiempos de la infancia, y  un último ritual que no es otro que el trágico momento de elegir el siguiente bar. Vayamos por partes.
Una vez todos reconocidos y agregados a la grey de antiguos alumnos del colegio tal y cual,  se procede a contar las anécdotas de rigor, la mitad de ellas convenientemente adulteradas: "Te acuerdas en quinto, cuando atracamos un banco y nos persiguió la policía por media ciudad, como se pusieron nuestros padres cuando se enteraron". O aquella otra: "Como nos lo pasamos cuando le metimos arena en el motor a don... ¡Qué cara puso!". Este periodo, en el que las versiones de unos y otros se van encajando como mejor se puede, todo con tal de no cortar el buen rollo, precede a aquél en el que la vida laboral de cada cual cobra un total protagonismo. Es en ese momento en el que ocurren cosas como las que sigue:
- Ahora soy policía- dice el macarra de la clase
- ¡No jodas! Si estabas todo el día montándola. Todo el día estabas metido en broncas y peleas- responde alguien.
-Pues sí, tío. No encontraba curre fijo, me preparé las oposiciones de policía y las aprobé- aclara el antiguo  broncas, con cierto orgullo.
- ¡Quién lo iba a decir! Con lo que has sido tú- contesta un nuevo interlocutor.
- ¿Qué haces patrullas con un coche, eres de la secreta?- interroga el que habló antes.
-No, soy antidisturbios- precisa el agente del orden.
De igual forma siempre hay alguno que se dedica al mundillo del espectáculo. Ese hábitat cuasi mágico para el común de los mortales. Posiblemente, derivado de ese halo de misterio, ese antiguo compañero/a siempre atrae en mayor medida, al menos durante ciertos momentos la atención de una parte significativa de los concurrentes. Durante ese intervalo de tiempo se producen conversaciones como la que siguen:
- Ya te veía yo que apuntabas tú maneras para esto del espectáculo- dice alguien del grupo.
- Bueno, yo soy cámara de televisión- responde el interpelado.
- ¿Y como es ese mundillo? ¿Hay tanto vicio como dicen?- pregunta otro.
- Ni te cuento, tío. Muchos de ellos se ponen hasta las trancas- aclara el hombre del espectáculo.
- O sea, qué es verdad lo que cuentan- interroga la rubia de bote que asiste a todas las reuniones.
- Si yo te contara- concluye el que se codea con los famosos, con los ojos abiertos como platos y justo medio minuto antes de ir por tercera vez al servicio en una hora.
 Estas conversaciones y otras de semejante calado, constituyen una parte esencial de toda reunión de antiguos alumnos que se precie.
Una vez superado este ritual pasamos al último, al ineludible, al traumático ritual del siguiente bar. Los dos primeros bares, e incluso el lugar para picar algo, son fáciles de decidir, pero a partir de una determinada hora, la hora en que los niños ya están en casa, dormidos desde un par de horas o tres, surge el dilema: ¿Dónde vamos ahora? Con una respuesta unánime por parte del personal: "Yo hace mucho que no salgo. Desde que tengo niños..." Hasta que alguien propone un bar medianamente macarra donde podemos ir todos. División de opiniones: los que son gente bien piensan: "Éste, donde cojones me va a meter. A ver si una heavy histérica me va a violar". Otros, por contra, consideran que está de puta madre y que no está de más volver a los viejos tiempos. Tras un pequeño tira y afloja, que suele solucionarse con la frase: "En esa discoteca que tú dices valen las copas a ocho euros y no te puedes sentar", se acaba yendo al lugar macarrilla, para desilusión de unos y otros. Para los unos porque no hay tías heavys salvajes que les violen convenientemente (el local está lleno de treintañeros y cuarentones que igualmente han ido a buscar a la heavy , que lo más probable es que también se encuentre en otra quedada de antiguos alumnos y estos sí que hayan ido a la discoteca en la que las copas valen ocho euros) y para los otros supone una desilusión porque en ese lugar tan grounge la música más cañera que ponen es la de Sabina haciendo un dueto con Pablo Alborán.
De esta manera, entre conversaciones y retiradas se va consumiendo la noche, reduciéndose el grupo a dos o tres personas, los que más aguante tienen, entre los que se encuentran la tía buena y el fulano que la tiró las trastos y recibió el bofetón. Es en ese momento cuando, bajos los efectos de diversos compuestos caracterizados por su alta composición alcohólica, se puede escuchar lo que sigue: "Perdona por la torta. Lo siento si te he hecho daño. En realidad sí que me gustas, lo que pasa es que me pone muy brutota dar bofetadas y... ¿quieres follar conmigo?..."

Realmente, hace unos días estuve en una reunión de antiguos compañeros de clase de mi pareja. Lo que cuento en esta entrada es una distorsión, deformación, dislocación o como se quiera llamar de la realidad, siendo la gran mayoría de sucesos narrados inventados. La única licencia que me he tomado ha sido utilizar como punto de partida alguna circunstancia real para narrar hechos totalmente ficticios.
Un saludo.

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