Aunque la entrada versará sobre el paralelismo entre el concepto de nacionalismo y el de religión, decidí a la hora de titular la misma hacer referencia a la monarquía, tal vez como forma de evidenciar mi desacuerdo contra tal figura o, igualmente probable, por representar dicha figura la sublimación en una sola persona estos dos conceptos: la patria y dios, sea éste el que fuere. En todo caso ahí queda el encabezamiento de la entrada.
Como he anticipado mi deseo, que no sé si conseguiré llevar a buen puerto, es demostrar el paralelismo entre el concepto de religión, no sólo de Dios, y de nacionalismo, tan de moda últimamente en nuestro país.
La primera coincidencia entre ambas cuestiones es la fe, la fe ciega. Tanto para creer en un dios, como para sentir que la patria es lo más grande y que pertenecer a tal o cual nación es lo más de lo más, casi casi una suerte, se necesita fe. Fe para considerar que tal o cual dios responde con coherencia a todas las cuestiones que surgen durante la vida. Fe para sentirse mejor que aquél que vive en el pueblo de al lado, pero que por cuestión de unos pocos kilómetros no pertenece a la patria elegida.
En ambos casos también se necesita un profeta que guíe al rebaño, ciego y desnortado hasta ese momento, por el buen camino. En este sentido tenemos profetas que deseaban serlo: Mahoma, Sabino Arana, y otros que fueron designados guías sagrados sin comerlo ni beberlo, como por ejemplo Jesucristo (el verdadero fundador del cristianismo no fue otro que San Pablo, como, a su manera, reconoce la Iglesia). En todo caso es importante reseñar que todos los profetas o, en su defecto, ideólogos enmascarados, son hijos de su tiempo, de las ideas de su tiempo, y de su espacio vital, de su región del globo, por lo que su mensaje quedará indeleblemente marcado por todo aquello que ideológicamente se cueza en el momento y en el lugar en el que transcurre la vida de dicho enviado mesiánico.
De igual forma, se necesitan ciertos dioses menores (lo que en el Catolicismo se conoce como santos y en ciertos nacionalismos como líderes independentistas), a veces mártires de la causa, que recuerden lo duro que es el camino de la fe y lo importante que es el sacrificio ciego y, en muchas ocasiones, sin compensación. Dicho sacrificio tiene como único fin conseguir que la causa, la única causa verdadera triunfe. Estos dioses menores, luminarias de la causa, pueden no haber existido nunca, haber existido, pero no existir constancia de que los hechos que fundamentan su valor para la patria o la religión en cuestión sean reales o, en efecto, pueden haber existido y haber realizado los actos por los cuales son importantes para la causa en cuestión.
En todo caso se trata de barnizar convenientemente una realidad, generalmente bastante más simple, en la que presuntos sucesos extraordinarios sepulten la realidad, el día a día. No es casualidad que las grandes epopeyas históricas que sirven, o pretender servir, de nexo de unión a un pueblo o las grandes revelaciones religiosas, suelen caracterizarse por estar tan aderezadas que del sabor original, los hechos que acontecieron en realidad, no quede más que un ligero rastro, apenas imperceptible.
Resulta imprescindible que además de santos menores o mártires de la causa, reales o no, exista una casta sacerdotal, dirigida por unos sumos sacerdotes, que son lo exégetas de los escritos canónicos que fundamentan la religión o el nacionalismo en cuestión. Esta casta sacerdotal, o política, resulta fundamental para adaptar el mensaje primigéneo a los diferentes momentos históricos. Todo ello, por supuesto, con una única finalidad: seguir manteniendo vigente su ideal. Casualmente, la vigencia de este ideal lleva aparejado un nivel considerable de vida de los mensajeros de la fe religiosa o patriótica de turno. Especialmente bueno es el nivel de vida de las élites de los aparatos políticos o religiosos de turno.
Tal vez una de las cosas en que el nacionalismo y las religiones más se parecen sea en la nula capacidad de autocrítica de las élites dirigentes hacia su labor. En un principio pudiera parecer que su labor es predicar la buena nueva, pero nada más lejos de la realidad. Su auténtica ocupación es mantener su cuota de poder en la sociedad. De esta falta de autocrítica, y de la necesidad de seguir medrando, nace la necesidad de buscar enemigos en el exterior a los que culpar de todo aquello que pudiera lesionar la influencia de los dirigentes religiosos o patrióticos. Este tipo de maniobras de distracción las apreciamos por doquier en religiones y nacionalismos varios. Este tipo de maniobras se caracterizan por un aspecto peligroso, muy peligroso: la deshuminazición del presunto enemigo. Este proceso de deshumanización, que permite agredir, en todos los sentidos imaginables, al presunto rival, suele llevarse a cabo responsabilizando a todos los miembros de la comunidad enemiga de todo tipo de actos execrables. Otra forma de despersonalizar al de enfrente se basa en achacarle la culpabilidad de todo aquello que va mal en la sociedad: paro, déficit, falta de valores morales... Ante esta realidad, la única salvación posible para el ciudadano de a pie consiste en seguir los dictámenes de gurús religiosos o nacionalistas, que sabrán conducir al rebaño a lugares más cálidos donde pacer.
En todo caso, formar parte de la nación elegida o de la única religión verdadera, parece ser la única solución a todos los problemas del mundo, aunque éstos sigan existiendo a pesar del nacionalismo redentor y de la religión iluminada por un dios presuntamente infalible.
En el fondo, lo que todo ello rezuma es la intransigencia hacia el del fuera, hacia el distinto, hacia aquel que no piensa como ellos, como los que dirigen el cotarro. El lema del nacionalismo y de las religiones debería ser: "O conmigo o contra mi". En el fondo los unos y los otros intentan imponer un modelo de sociedad, el suyo, donde las ideas religioso/patrióticas se encuentren muy por encima del individuo. Todo se justifica, lo bueno y lo malo, en función del mesaje político/religioso que nos ha de conducir a otra vida mejor en verdes praderas de ensueño o en paraísos de amor y felicidad. A uno, que no es experto en casi nada, esta forma de pensar le recuerda al fascismo, que tanta vigencia tuvo en Europa durante el siglo pasado. Es por ello que uno no puede desvincular a los nacionalismos con la derecha. Anteponer un ideal, una patria, al bienestar de los ciudadanos y, lo que es más importante, despreciar, cuando no perseguir, o algo peor, a aquellos que no sienten la necesidad de llenarse la boca con la palabra patria o que, simplemente, no pertenezcan a esa patria es una idea de derechas, de extrema derecha. Por lo que, desde mi punto de vista, cualquier partido nacionalista, por definición es de derechas, cuando no de extrema derecha.
Posiblemente algún lector, con parte de razón, pueda alegar que no todas la religiones o los nacionalismos sean así. Digo que tienen parte de razón porque personas que profesan una determinada religión o se consideran nacionalistas no basan su credo personal en la discriminación del distinto. Pero, desde un punto de vista objetivo, esas personas, lo siento, creo que en el fondo están equivocadas, pues las religiones nacieron para asegurar que ellas, y sus miembros, son los que están en posesión de la verdad, de la única verdad, estando los demás equivocados, por lo que hay que sacarles de su error. Y los nacionalismos nacen, de igual manera, como forma de contraponerse a otros poblaciones, a otras personas, que no están dotadas de los rasgos que caracterizan las patrias sagradas de los nacionalistas.
Tal vez lo unos, los seguidores de la religión, simplemente sean personas que se han quedado con el mensaje moral de la citada religión, que en el fondo es un código elemental de convivencia, un código social que transciende a las propias religiones, y con el que, al menos en teoría, la gran mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo. Los otros, los nacionalistas, sean unos tipos que se sientan orgullosos del lugar donde han nacido, o viven, y quieran hacerlo notar; lo cual no es ni bueno ni malo. Todos necesitamos tener ese sentimiento de pertenencia a algún lugar y a algún grupo social; pero considero que pertenecer a algún lugar, a algún grupo no debe cerrar la puerta a otras pesonas, a otros lugares o a otras formas de entender la realidad y de explicarla.
Un saludo.
Tal vez una de las cosas en que el nacionalismo y las religiones más se parecen sea en la nula capacidad de autocrítica de las élites dirigentes hacia su labor. En un principio pudiera parecer que su labor es predicar la buena nueva, pero nada más lejos de la realidad. Su auténtica ocupación es mantener su cuota de poder en la sociedad. De esta falta de autocrítica, y de la necesidad de seguir medrando, nace la necesidad de buscar enemigos en el exterior a los que culpar de todo aquello que pudiera lesionar la influencia de los dirigentes religiosos o patrióticos. Este tipo de maniobras de distracción las apreciamos por doquier en religiones y nacionalismos varios. Este tipo de maniobras se caracterizan por un aspecto peligroso, muy peligroso: la deshuminazición del presunto enemigo. Este proceso de deshumanización, que permite agredir, en todos los sentidos imaginables, al presunto rival, suele llevarse a cabo responsabilizando a todos los miembros de la comunidad enemiga de todo tipo de actos execrables. Otra forma de despersonalizar al de enfrente se basa en achacarle la culpabilidad de todo aquello que va mal en la sociedad: paro, déficit, falta de valores morales... Ante esta realidad, la única salvación posible para el ciudadano de a pie consiste en seguir los dictámenes de gurús religiosos o nacionalistas, que sabrán conducir al rebaño a lugares más cálidos donde pacer.
En todo caso, formar parte de la nación elegida o de la única religión verdadera, parece ser la única solución a todos los problemas del mundo, aunque éstos sigan existiendo a pesar del nacionalismo redentor y de la religión iluminada por un dios presuntamente infalible.
En el fondo, lo que todo ello rezuma es la intransigencia hacia el del fuera, hacia el distinto, hacia aquel que no piensa como ellos, como los que dirigen el cotarro. El lema del nacionalismo y de las religiones debería ser: "O conmigo o contra mi". En el fondo los unos y los otros intentan imponer un modelo de sociedad, el suyo, donde las ideas religioso/patrióticas se encuentren muy por encima del individuo. Todo se justifica, lo bueno y lo malo, en función del mesaje político/religioso que nos ha de conducir a otra vida mejor en verdes praderas de ensueño o en paraísos de amor y felicidad. A uno, que no es experto en casi nada, esta forma de pensar le recuerda al fascismo, que tanta vigencia tuvo en Europa durante el siglo pasado. Es por ello que uno no puede desvincular a los nacionalismos con la derecha. Anteponer un ideal, una patria, al bienestar de los ciudadanos y, lo que es más importante, despreciar, cuando no perseguir, o algo peor, a aquellos que no sienten la necesidad de llenarse la boca con la palabra patria o que, simplemente, no pertenezcan a esa patria es una idea de derechas, de extrema derecha. Por lo que, desde mi punto de vista, cualquier partido nacionalista, por definición es de derechas, cuando no de extrema derecha.
Posiblemente algún lector, con parte de razón, pueda alegar que no todas la religiones o los nacionalismos sean así. Digo que tienen parte de razón porque personas que profesan una determinada religión o se consideran nacionalistas no basan su credo personal en la discriminación del distinto. Pero, desde un punto de vista objetivo, esas personas, lo siento, creo que en el fondo están equivocadas, pues las religiones nacieron para asegurar que ellas, y sus miembros, son los que están en posesión de la verdad, de la única verdad, estando los demás equivocados, por lo que hay que sacarles de su error. Y los nacionalismos nacen, de igual manera, como forma de contraponerse a otros poblaciones, a otras personas, que no están dotadas de los rasgos que caracterizan las patrias sagradas de los nacionalistas.
Tal vez lo unos, los seguidores de la religión, simplemente sean personas que se han quedado con el mensaje moral de la citada religión, que en el fondo es un código elemental de convivencia, un código social que transciende a las propias religiones, y con el que, al menos en teoría, la gran mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo. Los otros, los nacionalistas, sean unos tipos que se sientan orgullosos del lugar donde han nacido, o viven, y quieran hacerlo notar; lo cual no es ni bueno ni malo. Todos necesitamos tener ese sentimiento de pertenencia a algún lugar y a algún grupo social; pero considero que pertenecer a algún lugar, a algún grupo no debe cerrar la puerta a otras pesonas, a otros lugares o a otras formas de entender la realidad y de explicarla.
Un saludo.
6 comentarios:
¿Pretendes entonces decir que yo no soy español por la gracia de dios?
Tu lo que eres es un comunista y un judeo-masón-islamista-terrorista.
...A mariano vas.
:P
Hola Piedra
Semos españoles, europeos, de nuestra comunidad autónoma, de nuestra localidad, de nuestra comunidad de vecinos, de nuestra familia política, de la otra... pero, sobre todo, somos seres humanos, personas.
Pero, ¡porfa!, no se lo digas a Marianico, y mucho menos al hombre del bigote. Ese sí que me da miedo. ¿O es caspa?
Un saludo.
Pues si, es casi necesario defender las costumbres propias de nuestra comunidad, el idioma, (usado correctamente), las tradiciones, las costumbres... Todo eso nos diferencia del resto de comunidades y nos enriquece, aunque no significa cerrarse a compartir todo esto con el resto o ser capaz de asimilar lo mejor, lo positivo de otros grupos, para enriquecer el nuestro, sin perder su identidad, sin sustituir lo tradicional, solo adecuándolo al momento.
Decía un colega, -Nada de quemar brujas, ¡al microondas!.
Hola Piedra.
Cada lugar tiene su cultura, sus tradiciones que deben ser respetadas. Pero el patriotismo es otra cosa, es anteponer lo nuestro a lo de los demás, que además es malo por no ser nuestro.
Un saludo.
Disculpa, me parece que confundes la definición de nacionalismo.
Hola malaputa.
Puede ser que esté equivocado, no lo niego. Pero tengo claro que le concepto de nacionalismo se basa en una recreación ficticia, casi divina, de una realidad, en la que todos los individuos son iguales, sólo por el hecho de nacer en un determinado territorio y todo aquel que no piense igual es poco menos que un enemigo de la humanidad. Además, la adulteración histórica de los sucesos sirve de nexo de unión que justifica toda la parafernalia.
Lo siento, pero sigo pensando que todo nacionalismo, digan lo que digan, se basa en postulados cercanos a la extrema derecha, resultando ser todo lo contrario a una idea de dignidad para el individuo, por el mero hecho de ser persona.
Un saludo.
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