lunes, 8 de abril de 2013

EL CAMBIO REAL CONTRA LA IMPOSICIÓN.

Hace bastante tiempo escribí que los seres humanos nos movemos por  estímulos, deseos, que, a su vez, se ven realizados en función del coste que requieren para nosotros. A veces la consecución plena de esos deseos, anhelos, estímulos requieren un cambio en nuestra vida, de mayor o menor calado, y en estas circunstancias podemos observar el doble fenómeno que nos acompaña ad eternum a  las personas: la resistencia al cambio y las ganas de que este se produzca. Aunque no lo he apuntado, la resistencia al cambio y las ganas de que éste se produzca, cobran toda su plenitud cuando el individuo es libre para tomar la elección sobre la conveniencia, o no, de esta circunstancia, del cambio. Bastará un ejemplo para ilustrar lo que intento transmitir.
Si a un trabajador le proponen, que no le imponen, cambiar de puesto de trabajo, lo que conlleva ejercer su labor en otra localidad, a cambio de mejores condiciones laborales, la elección, libre, se moverá en la dicotomía cambio/resistencia. Sin embargo, si a ese mismo trabajador le obligan a cambiar de trabajo, trasladándole de localidad, ofreciéndole  unas condiciones laborales iguales o peores, no existirá la libertad de elección. Mucho menos podrá plantearse la dicotomía deseo de cambio/resistencia. A no ser que desee elegir entre tener trabajo o engrosar las nutridas cifras del paro, lo que probablemente generará mucha resistencia por parte del trabajador en cuestión. Sin embargo, en ambos casos se produce, o se puede producir, un cambio en las condiciones de la persona implicada. La diferencia entre el primer caso y el segundo resulta obvia: en un caso se da la opción al afectado de mejorar, o no, sin consecuencias negativas para él. En el siguiente supuesto la opción, mala, que se le ofrece sólo puede sortearse si se opta por otra opción aún peor, el paro.


Un observador podrá alegar que en ambos casos al implicado no se le priva de elegir. Cierto... pero falso. En el, cada vez más común, segundo supuesto, no existe la alternativa: ¿aceptas el cambio o, por contra, deseas que tu situación permanezca como hasta ahora? Es más, la dicotomía cambio/resistencia no se realiza sobre la opción planteada por la empresa, sino sobre aguantar los abusos del empresario o irse a la puta calle. Por tanto, elegir, puede elegir, pero no sobre su situación de partida, sino sobre una imposición, que le perjudica de manera grave. Y tal vez resida en la palabra imposición donde resida el quid de la cuestión. La elección del cambio conlleva un grado de voluntariedad a la hora de elegir entre dos opciones. Cuestión bien distinta es la imposición. Seleccionar entre una mala opción, la que interesa en este caso al explotador, y una peor opción, no puede considerarse un elección por parte del trabajador. Para que existiera una capacidad de elegir entre dos opciones de manera libre, tanto trabajador como empresario deberían estar en un plano de igualdad o, al menos, ofrecer al afectado la posibilidad de no alterar su estatus actual. De no existir alguna de las dos premisas, o las dos, parece claro que se trata de una imposición.


Si he traído esta cuestión al blog, ha sido por desmontar una de las falacias, una más, de políticos, meapilas mediáticos (que en muchos casos dicen amar a Dios, aunque no duden en insultar, ofender, robar y masacrar al prójimo) y pseudoeconomistas patológicos. En los últimos tiempos, a raíz de esta estafa que vivimos, y que ellos han provocado, se oyen con regular frecuencia rebuznar a estos tipejos sobre la necesidad de adaptarnos a los cambios que los "nuevos tiempos" traen. Este mensaje, tan falso como la mayoría de sus ideas, y en muchos casos, tan falso como su autoproclamada sapiencia, enmascara una realidad abominable. Una realidad abominable que más o menos podemos enunciar de la siguiente forma: Vosotros, tarados genocidas, nos queréis imponer vuestras ideas, vendiéndolas como la única verdad. Vuestras estupideces sólo ocultan una realidad: queréis vendernos como una necesidad que aceptemos las imposiciones que sólo conducen a preservar la insultante y criminal riqueza de unos pocos a cambio del sufrimiento de cada vez más millones de personas. Detrás del mensaje del cambio, imposición de condiciones del poder económico, no existe nada más. Vuestro sufrimiento nos hará cada vez más ricos.


Es más, sin miedo a equivocarme, esos cambios, imposiciones, que promulgan como algo incuestionable, realmente ocultan que se trata de una involución a los postulados sociales anteriores a la 1ª Guerra Mundial. 
¿Quieren un cambio real? De manera altruista, y sin haber estudiado en esas maravillosas escuelas de negocios, se lo voy a ofrecer yo. Considérese que el dinero acumulado a partir de una cantidad, póngase la cantidad de millones que se considere precisa, es innecesario para la persona en cuestión y sobre ese sobrante se pondrá un impuesto del 50% anual. Todo ello completado con una persecución seria de todas aquellas personas y entidades que posean dinero en paraísos fiscales, que verían como, por ejemplo, la sanción por ocultar el dinero en dichos lugares se correspondería con el 75% de la cantidad ocultada al fisco (ayudaría mucho que todos los países occidentales cerrasen sus paraísos fiscales). Si a ello se le suma un impuesto con un factor corrector del 1,5 (dependiendo del dinero movido se pagará el mismo porcentaje que las rentas del trabajo, pero multiplicado por 1,5) sobre las inversiones meramente especulativas, seguramente, que los ciudadanos aceptarían el "cambio" sin mayor problema. Bueno, todos los ciudadanos no, pero una gran mayoría se acogerían al cambio sin dudarlo. Y, como en el fondo, los economistas, incluidos los patológicos, dicen buscar el bien común, ¿alguien puede estar en contra de un cambio tan positivo para todos como éste? Seguramente sí, a fuer de ser sinceros. Pero, esos mismos tipos que se oponen, no dudan en defender que nos gastemos más dinero público, de todos, en comprar armas para parar a los terroristas islámicos, que taparían la cabeza a nuestras mujeres (esto es verídico, existen memos que utilizan estos argumentos), mientras defienden que nos quiten, roben, las prestaciones sanitarias o educativas. Por tanto, a estos tipos, algunos de ellos dicen ser economistas, no merece la pena hacerles mucho caso, o mejor ninguno. Su ideología, que pueden elegirla libremente, intenta ser vendida como ciencia y a ese tipo de charlatanes lo mejor que se les puede hacer es embadurnarles con brea, completando la obra con unas plumas, que permita distinguir al común de las mortales que está ante un fullero.
Una última reflexión: ¿qué perdemos sin cambiamos y nos movemos más y exigimos nuestros derechos ante quien haga falta? Tal vez en este sentido también merezca la pena valorar el costo  (la resistencia al cambio y el deseo que tenemos de éste) de esta nueva situación.
Un saludo.

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