miércoles, 24 de febrero de 2016

A VUELTAS CON LO MISMO

El problema es que la derecha
 no necesita ideas para gobernar,
pero la izquierda no puede gobernar sin ideas.

José Saramago

Tras escribir sobre quién secuestró a la izquierda he tenido la ocasión de conocer, no con la profundidad que me gustaría (pero eso se puede, y debe, subsanar), el pensamiento político de Gustavo Bueno. Un hombre de izquierdas sin complejos ni prejuicios. Reconozco que cuando hice la entrada sobre el asunto no pude evitar concluirlo con la sensación de que me quedaba corto en muchos aspectos: razonamientos, propuestas, forma de abordar los problemas actuales. Acercarme a los planteamientos de Gustavo Bueno (un tipo que no tenía problemas en decir a Carrillo que habían vendido a la izquierda) me ha servido para afianzarme en mis ideas y para escarbar aún más en ellas, buscando un anclaje sólido, desde el que desmontar falacias y argumentar propuestas constructivas.
Creo necesario comenzar analizando tres aspectos que considero cruciales para abordar los problemas por los que nuestra sociedad pasa: la dicotomía internacionalización/nacionalismo, el nuevo concepto de trabajo hacia el que debemos caminar, la falta de propuestas de la izquierda, que, en muchos casos, sólo se limita a atacar lo que venden los neoliberales, yendo siempre por detrás de ellos.
En este país, intuyo que en otros también, la defensa de los nacionalismos, especialmente aquellos que se nos venden como indefensos ante otro nacionalista opresor, resulta una seña de identidad de modernos e izquierdistas que dicen serlo, pero no lo son. Sin embargo, el capital, el gran capital, no entiende de fronteras, saltándoselas ya sea de manera legal o ilegal. No sólo el dinero no entiende de fronteras, la ideología que interesa a los que poseen el gran capital también se vende de igual manera por doquier. Las bondades del capitalismo en el que vivimos, las penurias, reales o ficticias, que sufren los que se desvían de la norma (no del capitalismo, sino de los intereses de los que más tienen) se nos presentan en los medios de manera machacona y casi casi de forma única. Mientras los que dicen ostentar la representación de la izquierda se fajan para conseguir el derecho de autodeterminación de los pueblos???, atomizando la posible unión de los ciudadanos, encerrándola en cortijos cada vez más pequeños, los dueños del capital imponen en todo el orbe sus ideas y sus intereses. Apoyando el nacimiento de nuevos estados, cada vez más pequeños, se distrae la atención de los ciudadanos sobre los verdaderos problemas: la pérdida de libertades, el cada vez más desequilibrado reparto de la riqueza, la supeditación de la política a los intereses económicos de unos pocos. Eso sí, a cambio nos dan una bandera, un himno y una patada en el culo. La traición a los intereses de los trabajadores resulta manifiesta cada vez que un partido que dice ser de izquierdas o progresista pierde su tiempo hablando de nacionalismos. Se trata de unir al mayor número de ciudadanos posibles para luchar contra un sistema que nos está asfixiando y no de estabular, aún más, a la gente en un número cada vez mayor de fronteras. Un sólo país, por muy poderosos que sea, no puede hacer frente a todo el poder económico y a su aparato mediático. Esa gente, que dice representar al pueblo, perdió el oremus hace mucho tiempo y buscan, como diría Gustavo Bueno, sucedáneos: ecologismo, nacionalismo, feminismo... para maquillar su ideología neoliberal (esto último lo añado yo). En realidad no desean cambiar el fondo del asunto, sólo desean poner parches a un sistema despiadado, para que no se note que lo es.
En segundo lugar me gustaría hablar del nuevo tipo de trabajo. Por mucho que nos quieran vender la moto, sobramos un montón de trabajadores. Producir productos cada vez requiere menos mano de obra y el sector servicios da lo que da de sí. La irrupción de las nuevas tecnologías (NN.TT.), ha supuestos, y supondrá en mayor medida, la disminución de necesidad de mano de obra para fabricar productos. Esto no sólo ocurre en Occidente. Los países emergentes también han visto como su crecimiento sufre parones, o algo parecido, en parte porque una parte de sus ingresos y su economía provenía de la venta de materias primas (que han visto descender su precio, en muchos casos sobrevalorado, de manera abrupta)  y de la construcción, que, como bien sabemos en España, llevada a extremos insostenibles, acaba produciendo problemas serios económicos, por no hablar de la corrupción que genera. Por tanto, no parece descabellado defender que resulta transcendental replantearse que la concepción de trabajo y, por ende de trabajador, debe ser distinta a la que existe hasta hoy. Debe replantearse, pero no como desean los neoliberales. El reparto del trabajo debe aparecer como uno de los puntos cruciales en la ideología de la izquierda. Reparto del trabajo que debe ir asociado a un reparto de la riqueza, en forma de salarios dignos.
Sé que esto último atenta contra el dogma de fe extendido por doquier, y que muchos ciudadanos parecen dar por bueno: la acumulación de capitales genera riqueza, pues, por arte de birlibirloque, las personas que poseen ese capital no tienden a acumularlo, ni a ocultarlo en paraísos fiscales para no pagar impuestos. No, querido lector, fruto de un elaborado estudio de los defensores del neoliberalismo, basado en suposiciones, aquél que tiene mucho dinero tiende a ser un tipo enrollado y a invertirlo para ganar más. Como lo demuestran las cuentas en bancos suizos que hizo públicas Hervé Falciani.
Pero no quiero seguir la senda de los modernillos y falsos izquierdista, cuyo programa electoral se reduce a vaguedades y a despotricar contra el enemigo de turno. Creo conveniente presentar una opción, coherente o no, que deje claro que espero de la izquierda.
En primer lugar creo que se debe establecer todo aquello que es indispensable para el funcionamiento de una sociedad: sanidad, justicia gratuita y de calidad, educación, energía, transportes (en especial para entornos rurales pequeños), servicios sociales para personas con discapacidad, ancianos, una banca eficaz, seguridad... En todos estos aspectos debe existir una oferta pública potente y de calidad. Debe ser la administración la que ofrezca a los ciudadanos, a cambio de sus impuestos, estos servicios. Es posible que alguien defienda que la empresa privada lo haga mejor que la pública. No tengo ningún incoveniente, es más opto por ello, en que la empresa privada compita con la pública, pero sin recibir un céntimo por ello. La empresa privada no recibiría ni un euro en forma de subvención, concierto educativo o sanitario, ni nada similar. Porque ahí radica parte de la trampa (aparte de en un desconocimiento de como funcionan las cosas), las empresas privadas que compiten con los servicios públicos en parte sobreviven por el dinero que, de una u otra manera, llega del erario de todos. Dinero que, en vez de ser destinado a invertirse en estructuras públicas estables, lo ingresan entidades privadas, para beneficio de unos pocos.
En el fondo, si todos estos servicios públicos indispensables funcionan (como ya lo hacen ahora en determinados sectores), se vería la capacidad real de la empresa privada para sobrevivir sin subvenciones. Se trataría de competencia pura y dura.
En segundo lugar no me cabe duda alguna sobre que la izquierda debe volver a internacionalizarse, como ha hecho el neoliberalismo. La atomización nacional, que ha contribuido a que ciertos personajes que dicen representar la izquierda y/o el progresimo vivan de puta madre, haciendo el caldo gordo al poder económico, ha contribuido a desfigurar la realidad. Uno tiene la impresión de que los sucedáneos de la izquierda de los que hable antes, han servido a cierta gente, que no desea cambiar nada, para ir de enrollados, agarrándose a causas, reales o inventadas, en las que se busca asistir al desvalido, lo sea o no, limpiando con ello sus conciencia.
Un aspecto fundamental que la izquierda debe incluir entre sus postulados es la administración clara y eficiente de lo público, lo de todos. No se puede despilfarrar el dinero de los impuestos de los ciudadanos. (cosa que, casualidades de la vida, se le da muy bien a los partidos de derechas que representan el espíritu neoliberal). Los recursos son finitos, pero no tan escasos como nos quieren hacer ver, el quid de la cuestión es invertirlo de una forma correcta.
La izquierda también debe desterrar otro concepto: el de inversión productiva desde un punto de vista meramente economicista. Conseguir que un anciano de Castilla y León que vive en un pueblo perdido de Ávila tenga un transporte para ir al médico puede no ser rentable como lo entienden los neoliberales, pero, desde un punto de vista social (humano), resulta rentable y deseable. Tal vez, el índice de bienestar de los ciudadanos sea el mejor medidor económico, y moral, del funcionamiento de las sociedades. Deben existir servicios deficitarios para satisfacer las necesidades básicas de ciertos ciudadanos. La inversión en calidad de vida de aquellos que lo necesiten siempre constituirá una inversión productiva que redundará en una mejora en la vida de los afectados y eso no tiene precio.
Por supuesto, el bienestar del planeta, el nuestro, debe estar por encima de la explotación de recursos para obtener un beneficio rápido, a cambio de graves daños en el medio ambiente. La estupidez, repetida hasta la saciedad, que reza: "Es que crea empleo y riqueza" debe ser desterrada cuando se trata de devolver a nuestros hijos un medio ambiente, a ser posible, mejor que el que nosotros recibimos. De nuevo se trata de la concepción economicista, basada en la inmediatez, contra la concepción del bienestar de los ciudadanos. No sólo se trata de una cuestión ecológica, también, y, en buena medida, se trata de una visión de la Economía.
Sobre el gasto militar y los ejércitos, a medida que pasa el tiempo y sé más de historia, tengo claro que debe existir. Debe existir uno, supranacional que eviten las veleidades de personajes y de ciudadanos capaces de cometer genocidios. Puede sonar fatal para alguna gente, que piensa que todo el mundo es guay y que el problema se reduce a los traficantes de armas (escoria asesina), pero, por desgracia, hijos de puta, capaces de matar al de enfrente para imponer sus ideas existen en todos los sitios y estos hijos de puta no siempre necesitan armas sofisticadas para llevar a cabo sus planes (recordemos el genocidio de Ruanda, donde muchos tutsis fueron matados con cuchillos y machetes, quemados vivos u obligados a practicar sexo con mujeres infectadas por el SIDA). Un ejército, no necesitado de armas supersofisticadas, pero sí de la legitimidad de una organización supranacional, para intervenir con todas las consecuencias en aquellos conflictos que se considere necesario. Parece claro que una fuerza de este tipo basaría parte de su poder en la capacidad disuasoria.
Tengo alguna propuesta más en el tintero, pero no quiero aburrir al sufrido lector. Considero que con lo expuesto puede hacerse una idea de por donde va mi visión de la izquierda. Una política basada en la persona, en su bienestar, muy lejana de la visión neoliberal de la persona como ente aislado que basa su vida en la competencia. Una visión de la vida basada en un bienestar mínimo para todos y cada uno de los ciudadanos. Puede sonar utópico, pero, por lo menos, hay que intentarlo.
Un saludo.

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