viernes, 3 de junio de 2016

AQUÍ ANDAMOS

Eso de la paz interior suena muy bien. Cierta gente la busca a través de diversas técnicas, muchas de ellas, en teoría, de tradición milenaria, pasando una buena parte de su vida en ese proceso. Resulta curioso que ese estado, transitorio, supongo, se puede alcanzar cuando empiezas a integrar toda la información que recibes de fuera, en especial la positiva, con un cierto estado de tranquilidad interior. Cada día me encuentro más convencido de que existe todo un negocio montado en torno a un ideal, inalcanzable, el del bienestar personal permanente. La receta mágica no existe.


Me parecen muy pedantes esas personas que manifiestan que creen, o no creen, en el amor. El amor llega, cuando sea, y se disfruta, si es correspondido, y se disfruta y sufre, cuando la persona amada no siente lo mismo. Sobre los sentimientos no existen creencias, sólo se disfrutan o se sufren, porque, a diferencia de los hechos racionales, los sentimientos, en especial los más extremos, basan su esencia en la irracionalidad.


Escucho las noticias por las mañana y unos minutos después me pongo a escuchar una canción que me apasiona. Tardo poco en darme cuenta que ese mundo truculento, concentrado en las soflamas de una locutora de radio, supone un intento de amedrentar al oyente. En el mundo existen hechos desagradables y personas abyectas, pero suponen una minoría. La imagen de la realidad que intentan vendernos desde los medios dista bastante de lo que día a día vivimos. Propongo al lector que, cuando se harte de la realidad de los noticiarios, escuche una canción, pasee, contemple una paisaje, hable con sus seres queridos... No está de más recordar que nuestra en realidad no sólo se encuentra la miseria y el dolor que, casi con total certeza, ha existido o existirá en nuestras vidas, pero, mientras tanto impregnémonos de aquello que nos hace felices.


Existen una serie de clichés para vivir, que parecen venir determinados en el manual de la hipocresía. Hace tiempo decidí abandonar esa estúpida pose, al menos ante las personas de mi círculo íntimo. Esa falsa apariencia de bondad, bienestar y vida plana me parece aburrida, digna de personas aburridas. Una de las cuestiones que tengo claras es que ese tipo de personajes no sólo son aburridas y previsibles, también pueden llegar a constituir un peligro, pues igual que se pliegan a lo establecido por quedar bien, te pueden dar una puñalada por la espalda por seguir los dictados de la mayoría o, por interés propio. En el fondo, una persona que oculta lo que es no merece mucha confianza.


Hay que reconocerlo, una de las cosas más divertidas de esta vida es ver pasar los cadáveres, en sentido metafórico, de aquellas personas que en su momento causaron daño. A veces la sonrisa no la provoca un buen chiste.


Alcanzar el equilibrio no consiste en situarse de manera equidistante ante los acontecimientos de nuestra vida, o ante ideas o actos. Empiezo a intuir que alcanzar el equilibrio consiste en tener unas convicciones producto de la reflexión propia, utilizarlas para vivir, sin alardear de ellas, y poco más. No se trata de salvar al mundo con ideales hueros y ajenos. El objetivo es sentir, una vez más, lo que se piensa. Las máscaras sólo resultan útiles en Carnaval y para atracar bancos.


Cuanto más lo pienso más convencido estoy: existen personas que no saben sentir su propia vida. Bueno, sería más acertado decir que no poseen la capacidad de desgarrarse por dentro o de explotar de alegría. He conocido personas así. Lo que en un principio me pareció un código de comportamiento muy enrollado, resultó ser una nada interior de grueso calibre. Resulta plausible suponer que la adopción de ciertos códigos de comportamiento estandarizados se debe a esa incapacidad de sentir en profundidad, o en una gran capacidad para esconder la miseria interior que siente, o es, esa persona.


La muerte no resulta el final. El final comienza cuando en vida alguien se deja mecer en espera del fin.

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