miércoles, 8 de junio de 2016

VIAJAR PARA...

Mi alma se encuentra donde
yo me encuentre;
pero siempre robará a los sillares,
a las montañas o a los mares
 donde me encuentre 
un trocito de su esencia.

Juan F. Martín

Me encuentro planificando el verano para poder viajar lo máximo posible, por supuesto al menor coste. Nada nuevo bajo el sol. En el fondo, se trata de visitas pendientes, pospuestas por asuntos personales, más una posible, y muy atractiva, escapada de última hora, a un lugar que hace bastante tiempo quería visitar y que auna dos de las cosas que me encantan: Naturaleza y Arte, más en concreto un tipo de arte que me apasiona. Espero que al final se pueda concretar.
Aunque pudiera parecer lo contrario, el objetivo de esta entrada no pretende ser exponer mis idas y venidas este verano o las de cualquier otro. Considero que se trata de una cuestión personal, que poco o nada aporta al lector. Sin embargo, si me gustaría hablar sobre la forma de vivir esas idas y venidas y sobre el turismo de cantidad (denominación personal y particular de un fenómeno que explicaré un poco más adelante).
Imagino que, como todo hijo de vecino, tengo mis manías, malas y mejores, que me pueden llevar a ser el mejor compañero de viaje o el más insoportable. Depende del estado de ánimo en ese momento, de lo que busque en cada visita y, tal vez lo más importante, de la compañía. Pero, de nuevo, para desarrollar esta entrada tampoco creo importante profundizar más en este aspecto. Basta con mostrarme como soy: una persona con momentos mejores y peores, con sus virtudes y sus fallos. En resumidas cuentas, un tipo de lo más corriente. 
Sea como fuere mi personalidad, mi momento y mi contexto existe una cuestión que me parece fundamental cuando viajo y que a otra gente no parece atraer en exceso: la calma para empaparse de lo que nos rodea. Así escrito suena un poco, bastante, pedante, pero seguro que tras una explicación el lector comprenderá que lo que defiendo dista bastante de lo vacuo y el postureo.
Existe una cultura entre una buena parte del personal basada en estar en los sitios; en coleccionar entradas, fotografías, nombres... No se trata de contar impresiones (positivas o negativas) sobre los lugares o las personas que has conocido. El ideal parecer consistir en largar sobre la gran cantidad de lugares visitados. Lugares visitados, que no conocidos, con gran celeridad, con el fin de dejar tiempo para pasear por otros sitios, con una celeridad similar o mayor, si el tiempo se echa encima. 
Creo que lo que mejor resume esta forma de viajar es la típica imagen en la que alguien te muestra fotografías de un viaje, en el que ha visitado siete ciudades en una semana. Perdone el lector el símil, pero me recuerda a ese pescador que se fotografía con un pez de dimensiones mayúsculas, luciéndolo como trofeo. Las fotografías de tantísimos sitios suponen el trofeo de quien sólo quiere dejar constancia de haber visitado tal o cual sitio. 
No me entienda mal el lector, no defiendo que se viaje a un lugar y se quede uno anclado a ese sitio. Nada más lejos de mi intención. Más bien pretendo defender la idea de viajar a los lugares para poder llegar a pasear por ellos, no para correr a través de ellos. Cosas tan sencillas como tener tiempo para tomar un café, una cerveza o un refresco en ese bar o en esa terraza vista hace un par de días y que tan bonitas vistas tiene o aprovechar un día para pasear por una ciudad, un pueblo, visitando todo lo visitable, sin prisas; perdiéndose incluso. Si yo tuviese que contar lugares que recuerdo seguro que le hablaría a mi interlocutor de una cueva son pinturas rupestres a la que llegamos por casualidad, de un domingo por la mañana visitando una catedral, de una iglesia francesa descubierta por casualidad, de una puesta de Sol en Tánger o de un amanecer en una localidad gallega. Todo ello no  planificado y fruto del dejarse llevar, de la improvisación y, por qué no decirlo, de la suerte.
Sin embargo, en contraposición existe el turismo de cantidad, que no es otra cosa que viajar para ver la mayor cantidad de cosas, sin enterarte muy bien de nada. Uno tiene la impresión de que se trata de un reflejo de una sociedad en la que existe, al menos entre ciertas personas, la falsa certeza de que cuanto más acumulas más importante eres. Cuanto más dinero, cuanto más tecnología, cuantos más lugares visitados... mejor, o más, eres.
Considero, tal vez de manera errónea, que la rapidez, acaparar estampas, que no vivencias, encerradas en fotos, que no se hacen para recordar, sino para mostrarlas a todo aquel que se acerque, indica una falta de capacidad para disfrutar de los momentos. Pero, además, indica algo más: la necesidad imperiosa de construir el mundo a través de los ojos, si muestran expresión de admiración mejor, de los demás. 
Voy a contar algo personal. Hace años adquirí una costumbre: buscarme excusas para volver a sitios que me gustan. Tengo pendiente volver a varios lugares y siempre alego la misma razón: no tuve tiempo de ver todo lo que quería (a veces porque no puse el interés necesario). Siempre está bien buscarse una excusa para volver a un sitio donde se ha disfrutado, porque se ha tenido tiempo de imbuirse en él. 
Es posible que este verano coincidamos en una vía de servicio, en un tren, en un avión o en cualquier lugar, lejos de nuestras casas. Si es así, tomémonos un tiempo y...
Un saludo.

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