miércoles, 29 de junio de 2016

A LA COLA DEL VIENTO

"¿Cómo quieres que escriba una canción? 
Si a tu lado he perdido la ambición. 
 (...) donde nunca pasa nada. 
Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas.
Se paró el aguacero ahora somos flotando dos gotas, 
agarrado un momento a la cola del viento me siento mejor.
Me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor. 

Volar...volar"

R. Iniesta

En una de esas conversaciones que, de vez en cuando, mantengo, alguien me contó la deriva que había tomado la vida de cierta persona a la que conocí hace tiempo y de la que no tenía noticias desde hacía un larga temporada. Los hechos que me describían no pueden definirse como los mejores por los que puede pasar una persona. No creo necesario profundizar en intimidades, aunque sí me parece conveniente reflexionar sobre ciertas circunstancias de esta historia para intentar ilustrar lo que me motiva a escribir esta entrada.
Cuando conocí a esta persona parecía poseer la capacidad de estar situada por encima del bien y el mal. Su mundo "espiritual" y su concepción personal, o la que transmitía, daba la impresión de pertenecer a una persona con un alto nivel de confianza y efectividad a la hora de abordar la vida. Nada más lejos de la realidad.  En realidad se trataba de una persona que se encontraba en una especie de cresta de la ola anímica, que nada tenía que ver con su personalidad. 
El lector podrá pensar que todos tenemos ese tipo de vaivenes emocionales. Cierto. Pero no es mi intención hablar sobre los típicos bandazos que, de vez en cuando, tenemos todos y cada uno de los seres humanos. Me interesa mucho más hablar sobre un cierto tipo de personas que se caracterizan por su baja autoestima y que en los momentos de "euforia" cambian su forma de actuar, destrozando todo lo que existe a su alrededor. Puede sonar duro lo que acabo de escribir, pero no tengo ninguna duda sobre lo que aparece negro sobre blanco en líneas anteriores. Es posible que un desarrollo de lo que planteo pueda aclarar al lector lo que pretendo transmitir. 
Me parece conveniente comenzar diciendo que la falta de autoestima de ciertas personas no se debe a sufrimientos dignos de una película de sobremesa de cualquier televisión privada. Si bien existe gente que tiene problemas serios de autoestima fruto de experiencias traumáticas, también encontramos otras que parecen traer una autoestima baja de serie. 
Una vez establecida esta premisa me gustaría continuar haciendo hincapié en la cuestión más llamativa del asunto: la fase de euforia, sensación de triunfo o como se desee denominar a la sensación de victoria sobre los elementos que tienen este tipo de personas cuando las cosas les van bien a secas o bien sobremanera. 
Cuando uno, o varios, acontecimientos positivos, o muy positivos, suceden en la vida de estos individuos tienen la tendencia a generar un sentimiento totalmente contrario al que les acompaña durante la mayoría de su existencia. De una sensación de inferioridad, inseguridad, pasan a sentirse superiores a la gente que les rodea en su día a día. No se trata de compartir esa alegría (euforia), el objetivo es demostrar la importancia de uno mismo y la poca importancia de los demás. Se trata de una especie de desquite por todo lo vivido con anterioridad. Vivido con anterioridad a pesar, en muchos casos, de que la gente de alrededor ha intentado mejorar esa autoestima. 
En esta fase este tipo de individuos se vuelven unos déspotas caprichosos, incapaces de prevenir las consecuencias de sus actos en un futuro. Hacen sufrir a su entorno más próximo y éste puede acabar por romperse. 
Intuyo, no puedo asegurarlo, que durante este período de éxito consigo mismo, estas personas disfrutan de la vida a tope, al menos en su interior, pero, como todo en la vida, las cartas tornan y los motivos del subidón se difuminan o diluyen por completo. En ese momento, en que la realidad que subyace presenta de nuevo su faz, es cuando el proceso causa-efecto aparece. Lo que una actitud egoísta, desvinculada de afectos hacia los demás, ha provocado se presenta ante la persona, que ha recuperado su casi sempiterna baja autoestima. En ocasiones la gente a la que ha dañado puede echar una mano a esa persona, como en el caso que he descrito al inicio de la entrada, pero en otras situaciones, fruto del hastío, del dolor o del hartazgo, esa persona acaba sufriendo el rechazo de los que estuvieron a su lado. Tal vez en ese momento descubran que su falta de empatía les genera un mayor dolor; una mayor sensación de soledad; una aún más baja autoestima. No lo sé a ciencia cierta, aunque tengo la impresión de que ocurre de esta manera. 
Sea como fuere, tengo la certeza de que este tipo de seres humanos resultan muy peligrosos. En un principio para ellos, porque durante una gran parte de su vida cabalgan sobre la infelicidad. Pero, para mí lo más importante, destilan peligro para los demás, pues resulta un ejercicio de funambulismo construir algo con ellos, más allá de lo puramente estético y circunstancial. Rutina de la inseguridad y de la falta de empatía.
Un saludo.

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