lunes, 1 de octubre de 2018

EL DEPORTE (MONÓLOGO)

En estos últimos años nos hemos acostumbrado a ver como los deportistas españoles triunfan por doquier: Nadal en tenis,  Alejandro Valverde en ciclismo, Carolina Marín en badminton, Mariano Rajoy en marcha... Imagino que a mí me pasa como a todo hijo de vecino que tenemos amigos tan poco dados a practicar deporte, tan vagos, ésa es la palabra, que serían capaces de no ganar un torne de chapas por no hacer el esfuerzo de levantar la copa de campeón. Lo más gracioso del asunto es que algunos de estos colegas míos se enfadan con Ramos o con Rakitic porque no corren. Al menos son pacíficos. Ellos mismo reconocen que, a pesar de las ganas de tirar el mando a distancia contra el televisor cada que uno de los suyos no corre lo suficiente según ellos, jamás lo harán, porque tendrían que levantarse a por él y agacharse cansa mucho.
Desde épocas inmemoriales se asoció el practicar actividades físicas con el bienestar e incluso con la inteligencia. Son conocidos el caso de grandes deportistas que han destacado por otro tipos de habilidades ligadas a lo intelectual: Miguel Indurain con la Oratoria, Sergio Ramos con la Ingeniería Aeroespacial, Charles Barkley y Maradona con la Diplomacia Internacional... Aunque, por encima de todos ellos destaque Jorge Valdano y su cruzada infatigable contra el insomnio de los que les escuchan. Los avances que ha propiciado su verbo florido en este campo se pueden asemejar a los de Einstein en Física, los de Fleming en Medicina o los de Melendi a la Música, cuando por fin decida abandonarla.
Sin embargo, a mí no me gusta identificar el deporte con los deportistas de élite, al menos de manera exclusiva. Mucha gente practica diferentes actividades físicas sólo por el placer de superarse. La verdad que en ocasiones esta profusión de peña haciendo deporte te lleva a confusión. Recuerdo una vez que volvía de marcha a las ocho de la mañana y empezaron a pasarme corriendo tipos vestido de fosforito. Uno, dos, tres, cuatro... Y yo empecé a correr detrás de ellos porque pensé que a esa horas, con esas prisas y vestidos con esas pintas y esos colores tan chillones sólo podían ir a un after que estaba a punto de cerrar. Yo venga a correr detrás de ellos y cuando me quise dar cuenta había quedado el trigésimo noveno en la maratón de Tajuña de la Sierra. Hasta que me hicieron el control antidoping. Ahí quedé el primero.
Hay que reconocer que las ciencias han mejorasdo el rendimiento de los alumnos. Antes los atletas se metían un chuletón para tener reservas antes de empezar su actividades, que acompañaban de un cigarrito, que desestresaba mucho. Ahora toman carotenos del grupo B12, simbióticos alfa 19, zumo de anacardo recolectado en la segunda luna llena de primavera, emulsionado con aceites esenciales sin glueten, todo ello ingerido exactamente tres y horas y doce minutos antes de que empiece la competición, porque existe un estudios alemán que defiende que la mezcla de todo ello produce flatulencias, lo que hace que el deportista gane velocidad en la propulsión. ¡Increíble!
Cuando leo esto me imagino lo que pensaría mi abuelo si hubiese ido un experto de éstos a aconsejarle sobre como mejorar su rendimiento cuando trabajaba como una mula en el campo.Pongámonos en situación: años cuarenta, junio o julio, momento de la cosecha, que se podía realizar a mano a las tres o a las cuatro de la tarde y un fulano experto de éstos se dirige a mi abuelo tal que así: "Pues usted, señor Juan, lo que necesita para aumentar su rendimiento es un psicólogo, un fisioterapeuta, un coach que controle el color de su orina y una dieta variada y rica en carbohidratos".
La respuesta podía ser algo como: "Vamos a ver, manguán, me acabo de meter un cocido, con más grasa que una manifestación de leones marinos, y tengo media hora para echarme la siesta debajo de una encina antes de seguir cosechando. Te coges a Cólogo, a la tal Fisioputa y al de los meaos y os vais a tomar por culo un rato o mejor , cogéis la guadaña y os ponéis a trabajar y vamos avanzando".
La siguiente imagen hubiese sido una en la que el experto, ojiplático, huye de manera imperceptible del lugar para no tener que estudiar la ergonomía de la guadaña.
Alguien me dirá que vivían menos. Pues puede que tengan razón, pero eran más felices. A pesar de todo lo que curraban bien que follaban, que no hacían más que traer hijos al mundo. En cambio, estos deportistas modernos no se comen un colín. Cuando no es porque están concentrados, es porque están compitiendo. Cuando no, porque tienen altas las transaminasas y follar te las sube aún más, por lo que empeoran tus marcas. Mi abuelo, trabajando de sol a sol, siete churumbeles. Estos deportistas modernos, uno, dos, tres si es un salido y se salta las normas. En conclusión: los abuelos hacían ejercicio físico, que ellos lo llamaban trabajar para poder comer, y el resto del tiempo lo dedicaban a dormir, follar y recordar el nombre de los hijos.
Bromas aparte, considero que hacer deporte es bueno; yo mismo lo practico y noto de manera negativa cuando no puedo realizar actividad física por lo que sea. En eso me parezco a mi abuelo. En lo que no me parezco a mi abuelo es que yo o hago deporte o follo, las dos cosas no son para mi. Lo que me ha hecho pensar y llegar a la conclusión de que Darwin no tenía ni puta idea de por donde iba la evolución en mi familia, donde está demostrado que los genes pueden involucionar de manera significativa.
Creo que voy a acabar este monólogo porque voy a empezar a correr en breve, a ver si soy capaz de despistar a este policía que me ha comenzado a perseguir porque acabo de robar el ordenador portátil desde el que estoy escribiendo esta entrada en unos grandes almacenes. 

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