jueves, 18 de octubre de 2018

UN DÍA ESPECIAL

Escuchó el inicio del tema Resurrección  de Amaral y abrió los ojos. El despertador de su móvil acaba de sonar. No recordaba la última vez que necesitó ayuda de un aparato para levantarse a la hora en un día laboral, pero en los últimos tiempos todo resultaba distinto. 
Sentía en su cabeza el extraño efecto de la falta de horas de sueño, mezclado con ese sentimiento tan especial que le había invadido, apabullado,  hacía unas semanas. Se miró al espejo y comprobó como sus ojos reflejaban el cansancio y una sonrisa casi perenne. Se sintió dichoso cuando pensó que todo ello tenía el mismo origen: Alicia. Robar horas al sueño para estar junto a ella y lo que ella le hacía sentir, que pensó nunca más iba a sentir, todo nacía en ella y brotaba en él.
Se duchó con rapidez, pero no había más tiempo. Hubiese necesitado cinco o diez minutos más para sentir que el agua activaba sus sentidos, embotados por el sueño y, en extraño contraste, saturados de hormonas que  producían un estado de felicidad y excitación en cada micra de su cuerpo.
Tomó con rapidez un café solo, cargado todo lo que su vieja cafetera le permitía y salió, de manera atropellada, por la puerta de su casa.


Llevaba despierta casi media hora, tiempo que había dedicado a escuchar música. En su teléfono había una colección de canciones que superaba las trescientas. Hacía una semana que había creado una nueva lista con alguna de ellas, agrupadas bajo el título Pablo, para que la acompañasen en ese momento tan especial de su vida. En esa carpeta se encontraban algunas de sus canciones favoritas, como la que sonaba ahora: Alegría de vivir, de Ray Heredia. La sonrisa que esbozaba desde hacía treinta minutos se acentuó cuando escuchó los primeros acordes de ese tema, cuyo título tan bien definía lo que sentía en ese instante.
Se obligó a incorporarse para comenzar la jornada, tras mirar la hora y comprobar que en menos de sesenta minutos debía estar en su trabajo, donde volvería a ver a aquella persona que había conseguido que los pequeños actos cotidianos estuviesen impregnados de ese revoloteo en el estómago, que parecía ser lo único necesario en la vida.
Se miró al espejo y se encontró más guapa que nunca. Pensó que el secreto de la belleza no residía en ninguna crema ni potingue especial, sino en estar henchido de felicidad. En la breve ducha se olvidó del asunto y se dedicó a tararear un fragmento de un viejo tema de El último de la fila: "Te amo como se ama por primera vez. Cuando aún no hay costumbre...". 
Cuando salió de la ducha miró de nuevo su reloj y de manera celérica simuló secarse el pelo, se vistió y se tomó un café con leche, ardiendo, de unos pocos sorbos. En menos de un minuto, tras coger la cartera y ponerse una cazadora vaquera, se encontraba cerrando la puerta de su casa.


Se subió a su viejo Ford Focus rojo y pensó que en menos de media hora la volvería a ver, lo que provocó que en su interior algo parecido a un instrumento de percusión golpease contra las paredes que le contenían y sonase de manera frenética y rítmica. Le hubiese gustado que Alicia estuviese en ese momento apoyada en su pecho y sintiese lo que provocaba en él. Era sólo cuestión de tiempo que ocurriese, pensó. Salió de su garaje y comprobó que el día poseía una luz especial, que invitaba a sincerarse, a compartir, a devolver lo que estaba recibiendo, sintiendo, de ella. Una emoción especial le embargaba. Por un lado sentía un cosquilleo, un encogimiento en el estómago, generado por la hercúlea labor que debía acometer. Sin embargo, a la par, seguía embriagado de esa sensación que sólo podía definir con la palabra amor.
No podía demorarlo más, hoy debía hablar con ella para contarle lo que sentía desde hacía semanas. Habían pasado mucho tiempo juntos en el último mes y pico, pero nunca se había atrevido a sincerarse sobre ese asunto. Intuía que ella debía sentir algo parecido. ¿Por qué esperar más para compartirlo? Hoy, a ser posible en la hora del café, la diría que estaba enamorado como un chiquillo de ella. Cuando pensó esto volvió a escuchar y sentir un sonido rítmico, alocado y veloz que provenía de lo más hondo de su ser.


No encontraba la llave del coche. Rebuscó en el bolso hasta que apareció, al cabo de unos pocos segundos. Apretó el botón de la misma y un sonido seco, acompañado de unas luces, indicaron que se podía acceder al interior del coche. Iba tarde, ¡otra vez! Pero esta vez tenía prisa de verdad, tenía la necesidad de ver a Pablo. Le invitaría a comer y durante el almuerzo le iba a contar, a describir si fuese capaz, lo que sentía por él. Creía sentirse correspondida, casi poseía la certeza, y había llegado el momento de saberlo. Sentía la necesidad de hacerle partícipe de la existencia de esa miríada de mariposas que habitaban en su estómago y que revoloteaban de manera apasionada cada vez que Pablo la miraba o hablaba con ella.
Las calles de todos los días se sucedían durante el trayecto, pero hoy parecían haber adquirido una característica nueva: todas parecían separarla de Pablo cuando comenzaba a transitarlas y unirle a él cuando agotaba su recorrido por ellas.
A medida que avanzaba notaba que aumentaba el número de sensaciones que sentía en su estómago. Se sentía feliz, porque intuía que en ese día comenzaría algo nuevo y distinto. Un mundo de emociones, de sentimientos que la marcarían.


Buscó en el listado del aparato reproductor de su vehículo la canción que a ella tanto le gustaba: Alegría de vivir. Al fin la encontró y levantó la vista. En ese momento lo vio.


Pensó en el tema que él utilizaba para despertarse, Resurrección y lo tarareó, hasta que la imagen de un coche rojo, destrozado tras ser embestido por un camión en el último cruce antes de llegar a su trabajo, apagó su voz.

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