Alguien, a quien aprecio mucho, me hizo notar que las canciones de las películas de Disney, al menos las que tienen las letras en la lengua de Cervantes, siempre versan sobre la superación.
Lo reconozco, no había caído en ese detalle, probablemente porque no tengo costumbre de escuchar ese tipo de música (las personas que me conocen saben que en mi ecléctico gusto musical no entrasen las canciones de este tipo). Sin embargo, este dato me hizo pensar en mi y en mi concepción actual de la vida y, por qué no decirlo, en lo lejos que queda esa idea de búsqueda del Edén, que, por otra parte, no llega nunca.
Esta afirmación, que puede parecer tajante, creo que merece una pequeña explicación, que permita al lector comprender mejor este punto de vista y que, por qué no, pueda servir para que, en algún caso, piense sobre el asunto. Vamos al lío.
Hace tiempo, no sé decir cuanto con exactitud, comencé a no preocuparme tanto por el futuro, y lo que me podía deparar, y me centré en vivir el presente. Tal vez sea más preciso decir que consideré preciso vivir lo que me llegaba, disfrutando de lo bueno, intentando capear lo malo lo mejor que se puede y cumpliendo, lo mejor que se puede en cada situación, con las obligaciones inherentes a vivir.
No se trata de cacarear a los cuatro vientos Carpe Diem para mostrar al personal que soy un tipo fantástico, admirable y divino de la muerte. Nada más lejos de mi ánimo. La cuestión es aceptar que existe un presente, que nos toca vivir y que no podemos desperdiciar en pos de una meta que, en la gran mayoría de los casos, nunca llega.
El lector ya se habrá dado cuenta de que centrar todo el esfuerzo en el futuro, en lo que, en teoría, nos queda por conseguir, supone centrar una buena parte de nuestros esfuerzos, o casi todos, en aquello que no tenemos, o que creemos no tener. En el fondo se trata de no ser consciente de lo que somos, de las virtudes que poseemos y lo que podemos conseguir, viviendo el presente, a través de ellas. Da igual que aquello a lo que pretendamos acceder sea un casoplón en la playa o ser una persona equilibrada, muy zen de la muerte, sea lo que sea, lo importante es que esta visión lo que implica es no mirar dentro de nosotros y buscar, buscar, buscar, hasta perder de vista el hoy.
Las cosas acontecen, en muchos casos sin haberlas planificado ni esperarlas, y lo interesante es verlas, paladearlas cuando sea necesaria y sentirlas.
Por supuesto no se trata de no tener planes de futuro, sería absurdo no tener ciertas pretensiones a medio y a largo plazo. Yo hace tiempo que quiero visitar un país, pero por unas u otras cuestiones aún no se ha dado la oportunidad. Eso no significa que me sienta frustrado, ni que renuncie a conocer otros lugares. Lo que me planteo es que cuando la oportunidad surja no voy a dejarla escapar y eso no ocupa en mi vida más lugar que el que puede ocupar saber el resultado de fútbol de mi equipo el lunes.
No se trata de pasotismo ni de ningún tipo de filosofía oriental ni de ninguna otra cuestión extraña, simplemente todo se debe a aprender que muchas de las cosas más extraordinarias que te ocurren en la vida están ahi delante y sólo hay que atreverse a adentrarse en ellas. Las grandes metas solo constituyen una forma de navegar sobre el tiempo sin puerto a la vista. Solo navegar.
Concluyo apuntando que resulta muy probable, casi seguro, que vivir las experiencias de manera intensa contribuye a que, al menos, seamos felices durante unos ratitos de nuestra vida.
Un saludo.
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