martes, 15 de enero de 2013

COMPETENCIA (I)

Uno, que cocina relativamente bien, suele llevar, a petición del personal, tortilla de patata cuando quedamos para hacer barbacoas. Al igual que nosotros aportamos las tortillas, otros contribuyen con otros platos; patatas aliñadas con alguna rica salsa, empanada, galletas... En general, se trata de pasar un día tranquilo, si los críos así lo deciden, hablando, comiendo, bebiendo.. En definitiva, hacer lo que los seres humanos hacen cuando quieren comportarse como tales.
El amable lector podrá pensar que se me ha ido la "pinza" y que, de un momento a otro, empezaré a hablar sobre la importancia de las barbacoas y la importancia de respetar los períodos en los que no se puede hacer fuego en el campo. Pues...no, aunque con ganas me quedo. La introducción de la entrada tiene bastante más que ver con desmontar una falacia, que con dar envidia a todos aquellos lectores que sigan una dieta estricta. Vamos al tema y evitemos perder más tiempo.
Uno de los axiomas de este estúpido y genocida pensamiento neoliberal, que nos quieren imponer como una posibilidad de afrontar la vida, reza que la competitividad es el motor fundamental de la vida económica, y social. ¡¡MENTIRA!! 


Para empezar, donde están las pruebas científicas, los estudios de psicólogos, antropólogos, sociólogos, los experimentos replicables y que siempre produzcan los mismos resultados. Ya se lo digo yo al amable lector, en ningún sitio. Las suposiciones de ciertos economistas patológicos, que se han dado como buenas, defienden tal teoría, pero ¿dónde se encuentran las pruebas empíricas de tal afirmación? Repito, en ningún sitio. El problema es que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad, al menos para aquellos que no rebuscan bajo el barniz que deslumbra a primera vista. 
Parece evidente que no se puede intentar desmontar algo, por muy etéreo e irreal que sea su consistencia, sin aportar pruebas. A ello vamos.
Como postula Christina Felber, en su libro "La economía del bien común", en casi el 90% de las situaciones estudiadas, siguiendo el método científico, la cooperación dio mejores frutos, produjo mejores resultados finales para todos los implicados en el proceso, que la competitividad. Curioso dato. Sobre todo el de que produjo mejores resultados para todos. Parece que no es necesario que existan perdedores; aspecto inherente a la competitividad. 
Veamos algunos ejemplos de que la competitividad no produce los mejores resultados.
Comenzaré con un ejemplo sorprendente, que este vídeo, de apenas dos minutos, ilustra mejor de lo que yo haré nunca.



No hay duda de que estos 126 segundos desmontan una de los estúpidos postulados que blanden, cual arma arrojadiza, los teóricos de la economía patológica: en la Naturaleza sólo hay cabida para la competencia. Creencia que, además de mostrar la imbecilidad de los que la defienden, provoca hilaridad escucharla en unos tipos que reconocen que a pesar de sus trajes, de sus palabras sinsentido y de sus raras, y generalmente ineficaces, fórmulas matemáticas, no han sido capaces de evolucionar más allá de lo que la Naturaleza les ofrece, o ellos dicen que les ofrece: devorarse los unos a los otros. 
A pesar de que en la Naturaleza existe la competencia, no sirve de nada negarlo, la interdependencia y la cooperación (seguro que el lector recuerda conceptos como el de simbiosis) son tan importantes o más que la competencia. Pero, además, la gran diferencia entre la competencia en los ecosistemas y en la sociedad humana es que en el primer caso la competencia asegura la supervivencia o la perpetuación de los genes (el gran motor que da sentido a la vida). Sin embargo, mal que le pese a los economistas patológicos, la competencia entre seres humanos, que viven en sociedad y que producen muchos más de lo que pueden consumir, pudiendo asegurar así su subsistencia, no se debe a que la imposición de unas personas sobre otras aseguren la pervivencia de éstas, ni mucho menos. La competencia, tal como la entienden los economistas patológicos, sólo sirve para que unos acaparen mucho más de lo que jamás podrán consumir, privando a otros de ello, en muchos casos llevándolos a la muerte. 
Parece que los parecidos razonables con la Naturaleza se fuerzan de manera interesada o, simplemente, ciertos imbéciles se creen sus propias necedades, fruto de la más absoluta ignorancia.
Uno cree que existe una mezcla de ambas cosas: ignorancia y una actuación interesada. La ignorancia no supone una nueva entre esta tropa bien vestida. La actuación interesada tampoco, pues, como el lector ya habrá captado, el mensaje de estos tipos: en la Naturaleza sólo existe una forma de actuar posible, coincide, punto por punto, con otro argumento: respecto a la Economía sólo se puede hacer lo que se está haciendo, no cabe otra posibilidad. De nuevo MENTIRA.


El amable lector, bastante más inteligente que toda esta carroña nauseabunda a la que hago referencia, exigirá algo más que un vídeo y un razonamiento lógico sobre el funcionamiento para descartar que el motor de la vida, especialmente de la económica es la competencia.  Parodiando al genial Pepe Isbert: Les debo una explicación, y se la voy a dar, pero eso será mañana, en la próxima entrada. No quiero aburrir al amable lector con una entrada demasiado extensa y, además, de esta manera no necesito pensar el tema sobre el que versará la próxima entrada. 
Un saludo.

No hay comentarios: