lunes, 26 de agosto de 2013

DOLOR

No se presentaban con  frecuencia, pero existían, esos días en que consideraba que la mejor opción para seguir adelante era acabar con todo. Nunca había pensado sobre la mejor forma de llevar a cabo esa cuestión. Tal vez porque durante esos momentos la tristeza se enseñoreaba de su ser y lo único que anhelaba en ese instante, sin duda alguna, era acabar con todo el sufrimiento que se abalanzaba en todas las direcciones posibles que existían dentro de él. 
Sin duda alguna se encontraba en uno de esos estados, que en los últimos tiempos aparecían con cierta frecuencia, y que le empezaban a resultar familiares. En estas circunstancias, y no siempre, le venía a la cabeza aquel verso de esa canción que parecía ajustarse como un guante a lo que sentía: "A veces nacer y a veces ganas de acabar con tó", aunque en esos instantes sólo le interesaban las siete últimas palabras. 
No dudaba que su autoestima se encontraba tres escalones por debajo del suelo más bajo que pudiera hallarse en este planeta. No sabía sí él se quería como debiera, de hecho desconocía en que consistía quererse como debiera, ni si el culpable único de esta situación era su entorno o él tenía parte de responsabilidad sobre su estado de ánimo- aunque intuía que nada de lo descrito ocurriría sin su participación voluntaria o accidental. Sólo era capaz de discernir que sus ojos se encontraban poblados de manera abundante por unas lágrimas que se negaban a salir, siguiendo los dictados de la fuerza de la gravedad. Pero eso también era moneda frecuente en los últimos años, en las última décadas, de su vida. Vida que aprendió a vivir mirando siempre hacía delante, sin detenerse más de lo necesario en los sucesos desafortunados que iban surgiendo durante su pasar por este mundo. Tal vez por ello, cuando alguna vivencia que consideraba desagradable se instalaba de manera más o menos permanente en su vida, aparecían esos deseos de finalizar con todo aquel dolor, aunque para ello todo lo demás debiera desparecer en la sima de la nada, lugar al que se encaminaría su existencia si acabase de manera definitiva con todo lo que, cada vez con mayor frecuencia, le atormentaba. 
Comprendía a la perfección la decisión que tomaron, y llevaron a cabo hasta sus últimas consecuencias, personajes como Hemingway, Goytisolo o Cobain. Entendía cada uno de los resortes que les había conducido a ese estado de ofuscación, o de dolor, que les empujó a abandonar todo lo que habían conocido hasta ese momento, pues el sufrimiento se habría convertido en su mundo, en todo su mundo.
Sin embargo, como por arte de ensalmo, una pequeña figura se abría paso entre aquel caldo denso construido de imposibilidad, y ayuda a disolver, en parte, ese mal sueño. No suponía la luz que aniquilaba la oscuridad, pero sí posibilitaba orientarse en medio de aquel vacío tremebundo, que devoraba todo aquello que se encontraba a su alrededor. 
Sabía que aquella figura le necesitaría ahora y más adelante, para construir todo lo que le restaba por vivir y esa sola idea le apartaba de cualquier pensamiento que divergiera de esa presente y futura necesidad que pudiera tener de él aquel pequeño ser humano. Sin embargo no se llegaba a engaño, y tenía plena consciencia de que esa sensación de dolor, de pena infinita volvería en cualquier momento. Y, de igual manera, no se llevaba a engaño, sabía que existía una alta probabilidad alta de que en cualquiera de esos procesos pergeñados en la desesperación acabara con ese sufrimiento. Para ello bastaría que nada de lo que rodease constituye un estímulo más potente que las ganas de acabar con ese dolor. 

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