jueves, 7 de abril de 2016

CAMBIEMOS TODO PARA NO MOVER NADA


La desvalorización del mundo humano 
crece en razón directa de la valorización 
del mundo de las cosas.

Karl Marx


Con esta entrada no tengo intención alguna de escandalizar al lector. Al contrario, mi deseo es hacer pensar al lector sobre lo escandaloso de aquello que damos por bueno. Sin embargo, creo que, en un principio, la exposición podrá chocar a ciertas personas, pudiendo parecer desagradable lo que pretendo defender. 
Tal vez, nada mejor que empezar por un asunto como la solidaridad que encubre desidia y, lo más importante, injusticia. Desconozco si el amable lector conoce la campaña Tapones para Valeria. Si la respuesta es afirmativa aquí adjunto un enlace donde se describe la situación de la niña y su familia:


Creo recordar que, a fecha de hoy, ya han conseguido el dinero necesario (es posible que me patine la memoria y esté equivocado), para que puedan intervenir a Valeria en Boston y la niña pueda estar con sus padres en ese duro trance. Lo que a simple vista parece un acto magnífico de solidaridad en realidad encubre un acto de injusticia y de dejadez como sociedad. Veamos por qué.
¿Qué ocurriría si la familia no recauda el dinero? La respuesta parece obvia: la niña moriría, existiendo la posibilidad de que esto no ocurra. ¿Quién es el encargado de velar por la salud de los ciudadanos españoles? Resulta obvio, las administraciones (la central o las autonómicas). ¿Quién hace dejación de sus funciones en este caso? La respuesta es similar a la de la pregunta anterior. ¿Qué hace la gente cuándo las administraciones no cumplen con su obligación? Una campaña solidaria, lo que está muy bien, pero, además, deben exigir a quien corresponde que cubra todas las necesidades de cualquier ciudadano enfermo, por muy costosas que sean. O, en otras palabras, debemos exigir que se salve la vida de una niña, pagándolo con el dinero de todos, por muy costosa que pueda parecer la intervención, cosa que no es real por dos motivos:

- Una vida no tiene precio.

- Los presupuestos generales del Estado, sin incluir CCAA y otras entidades locales, para este año superan los 300.000 millones de euros. ¿De verdad no se puede detraer una cantidad mínima para salvar una vida? En especial cuando se dilapida dinero en campañas de sensibilización, que sólo sirven para subvencionar de manera encubierta a los medios de comunicación.

Algo tan obvio no parece importar mucho al personal, que prefiere hacer caridad con sus sobras a exigir el derecho a la vida de una persona. Tal vez, sólo tal vez, sea una forma de hacernos sentir mejor, porque ayudamos a alguien que lo necesita, y, de paso, no nos cuestionamos por qué lo necesita. Todo esto mola hasta que te toca a ti.
Voy a contar una cosa que aún va a trastocar más al lector. Mis inicios en la educación especial fue en un centro de personas con parálisis cerebral infantil. La persona que gestionaba ese centro, una excelente profesional de la que aprendí muchísimo, tenía entre ceja y ceja conseguir sillas autopropulsadas (eléctricas) para que los adultos con problemas de movilidad pudiesen deambular de manera autónoma por el centro. Algunos propusimos acudir a un conocido programa de una televisión autonómica para conseguir la pasta (mucha pasta) que se necesitaba. La respuesta fue contundente: ¡No! Los chavales no son monos de feria, a los que se muestra para dar pena y recaudar pasta.
La historia acabó muy bien. Con la ayuda de los padres, la inteligencia de la directora y alguna cosa inconfesable se consiguieron varias sillas autopropulsadas.
El lector podrá pensar que mis neuronas han derrapado. Nada más lejos de la realidad. Cuando veo la foto de un niño que necesita dinero para vivir o para tener una calidad de vida aceptable me acuerdo de esta anécdota. Piense el amable lector como se sentiría si, para que su hijo pudiese seguir vivo o pudiese acceder a una calidad de vida aceptable, hubiese de mostrar una fotografía del pequeño. Yo lo haría, pero me sentiría fatal.
De igual manera me hace mucha gracia una de las cuestiones muy en boga entre los modernos de todo tipo, que se sienten fascinados por la multiculturalidad. Sería más conveniente decir por el folklore, siempre ajeno. Una y otra vez escuchamos que gente de diferentes culturas conviven sin problemas o que en tal o cual festival se ha producido un intercambio de culturas. Por si esto fuese poco, se presenta como el no va más de la convivencia y una muestra fehaciente de lo fácil que resulta el roce entre diversas culturas. ¡Solemne majadería! Para empezar, conviven personas que tiene una cultura en común: la de querer convivir, sin importar las creencias, razas o procedencias. La prueba más clara de la majadería de atribuir esta convivencia a la multiculturalidad es que el vecino del quinto puede ser un neonazi o un yihadista, y ambos comparten la misma cultura que otros dos que pueden vivir un piso por encima o por debajo y que sólo quieren llevar una vida normal.
Podemos seguir diciendo que los muchos de los que defienden esa multiculturalidad, no todos, suelen babear ante el folklore ajeno y obviar, cuando no menospreciar, el propio.
Pero, lo más divertido del asunto, resulta ser que en esa multiculturalidad, o como sea, se obvia asuntos de las "culturas" ajenas que no molan, como el machismo, la violencia contra los niños... Cuestiones que prefieren ocultarse, porque mola más decir que se es colega de una minoría, cuanto más exótica mejor. Para qué indagar en lo que no se debe. Unos bailes, un poco de comida y tira millas.


En el otro ámbito, el de la gente de derecha que no tiene miedo a decir que es de derechas, existe un par de cuestiones que me resultan muy, muy graciosas, aunque hoy sólo abordaré una. Existe un mantra que defiende una cierta justificación hacia los grandes defraudadores, por la gran cantidad de impuestos que deben pagar. Resulta curioso, si yo incito a alguien a atropellar a otra persona (cosa que nunca haré) cometo un delito. Si un fulano ampara a personas que son delincuentes, por defraudar a las haciendas de los estados tal cantidad de dinero que se considera delito, son ideólogos. ¡Con dos cojones! Contribuir al malestar de un país se considera ideología.
Pero en lo que todos, todos, todos coinciden en el estúpido lema tan extendido que reza: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero lo respeto". Craso error. Una estupidez siempre debe considerarse una estupidez y no debe merecer respeto alguno. Si yo digo que a las tres de la tarde es de noche, mi idea no merece respeto alguno. Se trata de una gilipollez y como tal debe ser tratada. No existe ningún problema en decirlo. Se suele confundir respetar los derechos de una persona con respetar todo lo que hace, o dice, una persona. Cuando un tipo defiende que todos los negros son inferiores, o cuando una conocida tuitera defiende que todos los hombres, por el mero hecho de ser hombres, somos malos con las mujeres, habrá que decir que lo que defienden es una mierda y no merece respeto alguno. Tan sencillo como eso.
He puesto estos cuatro ejemplos para intentar hacer reflexionar al lector sobre esta sociedad absurda donde se ensalza lo superfluo, se es solidario, en muchos casos de boquilla, para no mover el culo y cambiar la sociedad, buscando justicia social para todos. En una sociedad donde se presume de enrollado con el distinto. Una sociedad donde se llega a justificar que unos pocos lo tengan casi todo, en perjuicio de una gran mayoría, que puede llegar a vivir en la miseria (como ocurre en países no muy lejanos al nuestro). Una sociedad en la que se penaliza decir que un gilipollas es gilipollas, porque hay que ser respetuoso, o algo así. Una sociedad donde se vive atenazado por la sumisión a la moda; donde no resulta conveniente decir tales o cuales cosas, porque enseguida te ponen una etiqueta. Una sociedad esclerotizada, que premia la estupidez y obvia, cuando no reprime, a quien clama contra la estulticia y la importancia de las formas vacías. En el fondo, lo han conseguido, nos ha adormilado para hacer que sólo cambie nada, pero, a cambio, tenemos la impresión de que somos solidarios, multiculturales, respetuosos y, si me apuran, hasta revolucionarios.
Pero, querido lector, piense una cosa: es posible que sea uno de sus familiares, o usted, el que necesite dentro de un tiempo que mucha gente done tapones y, a lo mejor, ese día la gente ya se ha cansado de donar tapones, porque ha pasado de moda.
Un saludo.

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