lunes, 4 de abril de 2016

MONÓLOGO

Tengo tan buena memoria que me acuerdo incluso de mi nacimiento. 
Mi primer recuerdo es que, de repente, me empiezo a mover rápido por un túnel con una luz al fondo. Mi vida pasó por delante de un segundo. Bueno, me sobraron 999 milésimas. 
Cuando no vi a nadie conocido en el túnel supe que no iba a morir. 
De repente alguien me agarra de la cabeza y tira de mi hacia la luz. Pensé: ¿Quién me agarra? ¿Dónde coño estoy? 
Todas estas preguntas se volaron de mi cabeza cuando escuche: ¡Empuja! ¡Empuja! Por un momento tuve un déjá vu. 
Como imagino que todos ustedes tienen recuerdos similares, prefiero contarles algo de mi vida. Algo personal. No voy a descubrirles mi edad, pero les diré que el primer pacto con Satán lo hice yo. Sí, lo mío fue anterior a lo de Jordi Hurtado. Fruto de ello es que yo conozco la Historia, y la Prehistoria, tal como ocurrieron, y no como las cuentan los libros. Les voy a poner unos cuantos ejemplos.
En el Paleolítico cuando un hombre se aburría en su cueva o no soportaba a su suegra, llamaban a sus colegas para irse de marcha, utilizando la excusa de la caza. "Cariño, me voy a cazar mamuts, que los astros son propicios para la caza estos tres días. Lo ha dicho el hechicero Raphael Ugg". Encima, como la cosa tenía su riesgo, sobre todo cuando ibas borracho tras dos días de fiesta (por eso las autoridades recomendaban: Si bebes, no caces), la mujer se preocupaba. Bastaba con recordar que un mamut daba de sí para seis abrigos nuevos, para convertir la preocupación de la mujer en esperanza y alegría. Bastaba ver como la mujer enviaba señales de humo a sus amigas diciéndolas que en breve cambiaría de vestuario. 
Sin embargo, la suegra era otra cosa. Tenía el colmillo retorcido y siempre se olía que lo de la caza era una excusa. Empezaba entonces el recital de pullas: "Cómo os hagan soplar, no llegáis ni al bosque de al lado". "Lo único que vais a coger es una merluza paleozoica"... Y así todo el rato. Daba igual nosotros a lo nuestro.
Pero una suegra con tiempo es un peligro y ¡vaya si lo fueron! 
El descubrimiento de la agricultura, y por ende el nacimiento del hombre sedentario (sin excusa para irse de marcha con los amigotes), fue cosa de una suegra cabreada con su yerno. El yerno, un viva la deidad femenina de la fecundidad, se pasaba todo el día de cacería con los colegas. La suegra, muy cuca ella, estuvo varios años rumiando como joder al marido de su hija y cuando comprendió que sacar a flote una cosecha implicaba unas labores que requerían quedarse en un sitio de manera estable dijo: "Le pillé por los huevos". Y así fue. Además, en un principio, durante veintisiete siglos implantaron la ley seca por lo que el hombre, y la mujer, tuvo tiempo para descubrir los metales (lo que alegró sobremanera a las mujeres, que vieron como pasaron del collar de conchas al de oro y plata), inventar la rueda... Luego inventaron el fútbol y se jodió todo.
También recuerdo, como si fuera hoy, otras épocas. Tal vez la historia que más gracia me hace, por lo distorsionada que ha llegado a nuestros días, sea la historia del Mío Cid. Yo le acompañé en los dos destierros (en realidad sufrió dos destierros) y debo decir que cuando emprendimos camino hacia el levante, lejos de cabalgar con sus fieles por la Meseta, tomamos un tres de Media Distancia, con su aire acondicionado y todo. No era tan cómodo como el AVE, pero en ese momento se estaba construyendo la línea que iba hacia el Este de España. 
De igual modo lo de los infantes de Carrión y las hijas del Cid resulta una gran mentira. Para empezar eran condes. Luego, a pesar de lo que la gente cree, los de Carrión eran unos pobrecitos. En realidad, las hijas del Cid eran unas haraganas, feas y maleducadas. Los infantes, hasta las narices de ellas, solicitaron el divorcio, a lo que las hijas del héroe burgalés no se opusieron, pero querían quedarse con la mansión de los Carrión y una pensión anual de 25 libras de oro. Los infantes, que habían heredado la casa de su familia, dijeron: ¡Por aquí!
Jimena, la madre de las futuras divorciadas, era muy amiga del rey, Alfonso VI, y se dedicó a comerle la cabeza un día tras otro. Le daba igual una recepción, un banquete o utilizar el grupo de whatssapp de los colegas del rey. El monarca, un poco bastante hasta las pelotas de la mamá, accedió a las peticiones de ésta: casa y pensión. Sin embargo, el mandatario regio sabía que había utilizado mal su poder y tenía cargo de conciencia. Tras unos días con lo ocurrido en la cabeza encontró la solución. Habló con su amigo Nuño Marhuenda, director del Mester de Juglaría, y le ordenó que publicase una historia donde los infantes de Carrión quedasen como el culo. El devoto y monárquico Nuño habló con un becario, al que le encargó que narrase en verso una versión de los sucesos que no implicase al rey y en la que saliese alguna minoría étnica, por eso de ser políticamente correcto. Y ése, y no otro, fue el origen de esa obra que ha llegado a nosotros con el nombre de El Cantar del mio Cid.
Recuerdo muchas más cosas, pero no quiero aburrir a nadie con mi vida. De todas formas las señoritas de buen ver que deseen un pase privado no duden en consultarme, puedo contarlas y enseñarlas todo aquello que sea menester.

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