jueves, 28 de abril de 2016

LOS HITOS

Sin caricias nace el día
Amenaza día cualquiera
con la resaca de siempre
Y sin ninguna primavera (...)
Aunque no tenga soga al cuello
Sigo sin poder ladrar
Que siento que perdí mis sueños
En la puerta de algún bar...

  Rutina en las venas. Gritando en silencio. 


Tengo unos cuantos temas para desarrollar en el blog, algunos de ellos ya tienen cierta forma y están en en el apartado de borradores, pero no consigo el nivel de concentración necesario para dar forma a algo potable que presentar al lector. Debido a ello me voy a aventurar a hacer una entrada sin orden ni concierto (aunque tal vez sería más correcto escribir menos orden y concierto que el habitual, si eso es posible). ¡Vamos a ello!
En estos últimos tiempos la frase de moda en mi entorno, creo que yo he contribuido de manera muy decisiva a que se convierta en un referente, es: Hay que disfrutar de las pequeñas cosas. Este enunciado, del que no reniego, porta una pequeña/gran trampa, pues los grandes acontecimientos resultan cruciales para encauzar, para bien o para mal, las vidas de los seres humanos. Los pequeños detalles, en general asociados a la rutina, acontecen como consecuencia de los grandes acontecimientos. Podemos decir que las pequeñas cosas de la vida acontecen en un entorno predeterminado por los hechos, pocos, cruciales de nuestra vida. Veamos a qué me refiero.
Desconozco la edad del lector que se está enfrentando en estos momentos a este post, pero intuyo que ya tendrá detrás de sí una serie de experiencias vitales considerables. Es casi seguro que si el amable lector hiciese un repaso rápido, o no tan rápido, a su vida, surgirían una serie de acontecimientos que distan mucho de poderse considerar anecdóticos o insustanciales: el nacimiento de los hijos, el inicio y/o la ruptura de relaciones afectivas "serias", la incorporación al mundo laboral, el éxito o el fracaso en dicho entorno, la muerte de familiares o personas queridas, la enfermedad propia o ajena... A partir de estos acontecimientos se va construyendo nuestra vida, en la que suceden los pequeños hechos. La paternidad, la estabilidad emocional o laboral... conforman una forma de vida, en la que se construyen los sucesos que debemos disfrutar.
Una familia en la que todos son parados de larga duración tendrán muy difícil disfrutar de una maravillosa cena romántica en un restaurante con un menú de 50 euros. 
Las vacaciones de una pareja de 30 años sin hijos y de otra de la misma edad con dos hijos serán sustancialmente diferentes. Incluso disponiendo del mismo dinero por persona para disfrutar de ese período de asueto. 
Tampoco descubro nada nuevo al lector si escribo que además del contexto material, físico o más visible, los grandes sucesos en la vida de las personas condicionan la situación emocional de cada uno de nosotros y con ello su capacidad para disfrutar o no de esas pequeñas cuestiones de la vida diaria. Tal vez sería necesario precisar que esta influencia en nuestros sentimientos no se extiende en el tiempo per saecula saeculorum. La euforia de enormarse, conseguir un magnífico trabajo... dura un tiempo limitado (a veces por las hormonas). La tristeza generada por la muerte de un ser querido, por la enfermedad o por una ruptura también tiene una duración finita. 
Creo que existe una edad, que no se puede situar entre tal y cual año de nuestra vida, en la que nos olvidamos de la necesidad de vivir cosas extraordinarias de carácter positivo. Puede que por ello apelemos a la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida (lo que se sale en mayor o menor medida de la rutina). Existe una época de nuestra existencia en que nos limitamos a huir de aquellos hechos trágicos que, de manera indefectible, deben llegar.
Mientras escribo esto pienso, tal vez de manera equivocada, que, en cierta forma, estamos entregando la cuchara cuando vivimos así. O, también es posible, es lo que toca a partir de un determinado momento de nuestra existencia. No lo sé. Bueno, en realidad si lo sé. Creo que lo importante es saber cuando el gran momento, el suceso determinante, ha dejado de serlo. Cuando el gran acontecimiento ha perdido la capacidad de generar pequeños instantes que poder paladear. Discernir ese momento y avanzar para crear otro acontecimiento especial, otro hito reseñable en la biografía de cada uno. Tal vez sólo se trate de eso. De saber cuando se deben crear nuevos miliarios en el camino, porque lo recorrido con anterioridad ya ha perdido su capacidad de atraparnos.
Me gustaría aclarar que no se trata de una búsqueda eterna, sería absurdo. Puede que incluso, en un momento dado, no haya que buscar nada más en ciertos aspectos (afectivos, laborales...). Lo sustancial en este asunto radica en que el marco en el que se encuadra la vida sea satisfactorio, para que la rutina (indispensable) pueda proporcionar esos pequeños momentos de gloria vivible. 


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