viernes, 1 de abril de 2016

UNA SONRISA Y UNA PALABRA AGRADABLE

El secreto de la educación reside en respetar al pupilo.
Ralph Waldo Emerson.

La gran mayoría de entradas de este blog, tal vez todas, se basan en sucesos de mi vida. Una conversación, una noticia, sentimientos... Incluso el humor, si lo tengo, suele asociarse a hechos, o personas, que me ocurren, contemplo o junto a las que vivo alguna circunstancia. Como no podría ser menos, y más tras este prólogo, lo que a continuación voy a referir surge fruto de una experiencia personal. 
Ayer mantuve una conversación con la orientadora (la psicóloga para que nos entendamos, aunque ella es pedagoga) que acude a mi centro. Digo acude porque en Educación Primaria los orientadores van a los centros un día cada semana, cada dos semanas o casi nunca, depende del tipo de colegio. La charla, que surgió de manera casual, trató uno de los temas que más me fascinan, y desgradan, de la educación: los niños con capacidad desaprovechada y etiquetados como vagos, poco listos o cualquier otro calificativo que cualquiera conozca o utilice. Se trata de esos pequeños a los que alguien, con un tremendo poder, que no sabe que tiene, decide encasillar dentro de los alumnos que tienen problemas para adquirir los conocimientos propuestos para el resto de su grupo-clase. Alumnos que, en muchas ocasiones, acaban pasando a mí. Dicho encasillamiento se suele hacer desde mi pequeño y, ¡milagros de la adivinación!, suele permanecer durante toda la escolaridad. Sin embargo, a uno no le cabe duda de que la autoprofecía cumplida (Efecto Pigmalión) influye bastante en ese alto nivel de acierto del personal. Para que al lector no le quepa ninguna duda de lo que hablo pondré un ejemplo que conozco de primera manera.
Una niña de corta edad, con problemas en su hogar, que de manera habitual se encontraba "en su mundo" y que mostraba poco o nulo interés por las actividades de clase. Alguien observó que los mensajes que le llegaban a la alumna consistían, por lo general, en afirmar que era lenta, que no realizaba bien las tareas... En resumen, mensajes que ponían en cuestión su capacidad. Resultó curioso que bastase alabar un par de veces su rendimiento, en un principio su pequeño rendimiento, para que éste aumentara de manera exponencial en muy poco tiempo. Por cierto, con alegría tanto para los profesionales como para la niña. Mi pregunta al lector es: ¿qué hubiese ocurrido de no haber continuado el bombardeo de mensajes negativos? La respuesta parece obvia.
Volviendo a la orientadora, ambos teníamos claro que la versión negativa del Efecto Pigmalión (ninguno de los dos lo llamamos así) no resulta ajena a nuestro quehacer diario. Digo nuestro quehacer diario, porque ciertos especialistas somos los que tenemos que acabar trabajando, de una u otra manera, con una parte del alumnado marcado por las expectativas ajenas. Merece la pena añadir que dichas expectativas pueden venir tanto de padres como de docentes, o de ambos a la vez. Casi seguro que el lector habrá escuchado a algún padre o madre hablar mal de su hijo, delante de él, repetiéndose este tipo de comportamiento con cierta frecuencia.
En educación existe un término, curriculum oculto, que hace referencia a todo aquello que transmitimos los docentes, de lo que no somos conscientes. En general, se refiere a valores, actitudes... Alguien podrá pensar que esto no debería ocurrir, pero resulta imposible que no suceda. Todos los seres humanos nos movemos en nuestros entornos a diario por una serie de normas no explícitas, ni tan siquiera para nosotros. Tal vez, a lo más que podamos llegar, y deberíamos llegar, es a identificar, y desterrar, todas aquellas conductas que no contribuyen a mejorar la vida de nuestros alumnos. Puede que haciendo explícito lo que deseamos conseguir identifiquemos aquello que no contribuye a este fin. 
No albergaba intención de largar un rollo sobre educación al amable y, en este caso, sufrido lector. Me interesa bastante más mostrar, para concluir, una duda que he tenido desde hace tiempo y que, por arte de birlibirloque (y de una conversación) la he enfocado de otra manera.
Llevaba años preguntándome en que momento un alumno llega a creer. a interiorizar sería más exacto, que es torpe, incapaz, vago y/o fracasado. En otras palabras, cuando arroja la toalla el niño. Sin embargo, desde ayer mi pregunta es otra: ¿cuántos elogios a tiempo hacen falta para que un niño aumente su autoestima y su sentimiento de eficacia académica?
Sé que, en el fondo, se trata de la misma pregunta, planteada de manera positiva. Pero tal vez el meollo del asunto reside en eso mismo; en plantearlo todo de manera positiva. En considerar que todas las personas son capaces de progresar durante toda su vida. En interiorizar que nadie conoce las capacidades reales de los demás. En pensar, de manera humilde, que en ocasiones los chavales no avanzan porque nosotros, los docentes, no somos capaces de incentivarlos.
Siento si he transmitido una imagen pesimista del sistema educativo, pero, en ocasiones, no siempre ni mucho menos, lo que percibo es lo que he descrito.
Un saludo.

No hay comentarios: