miércoles, 9 de noviembre de 2016

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑON (9-XI-2016)

Cada vez encuentro un mayor número de contrasentidos en este mundo de la Educación. Creo que me ocurre lo mismo con la vida, por lo que no me parece nada preocupante. Sólo envejezco y miro con más detenimiento. Nada grave.
Comencé un curso que, por problemas de salud, unido a su corta duración, me fue imposible concluir. No pude evitar sentirme un poco, bastante, descolocado cuando la persona encargada de impartir la actividad formativa insistía en que debíamos reciclarnos para atender a las necesidades de los alumnos, para, acto seguido, asegurar que los alumnos de Educación Secundaria pueden ser considerados, parece que todos, como una pandilla de adolescentes indolentes e incapaces de realizar por sí mismos actos referentes a su vida diaria. Por fortuna alguien, con más edad que quien defendía esas posturas, corrigió esa percepción de quien se responsabilizaba de la formación. 
Muchas veces nos falla la capacidad de ponerse en el lugar del otro, del alumno, para saber qué piensa o que necesita. No se trata, lo siento buenistas, de darles todo aquello que deseen, sería un error; el objetivo es buscar un punto de confluencia, que, a veces, sólo es sentirse escuchado, para conseguir nuestros objetivos. La responsabilidad del docente pivota sobre la consecución de unos aprendizajes por parte del alumno, pero esto se puede hacer de muchas maneras. Si nos limitamos a presentarnos como meros transmisores de unos contenidos, como forma de perpetuar y/o mejorar, la sociedad, considero que fracasamos en la transmisión de otros aprendizajes, de difícil evaluación, pero aún más importantes: la capacidad de mirar en el otro, de escuchar, de comprender y, a veces, de mostrar que uno no siempre consigue sus pretensiones. En el fondo, y en la superficie, esto constituye la base de la sociedad. Nadie puede vivir sin sentirse escuchado, respetado, en cierta forma querido. Y, tal vez, predicando nosotros con el ejemplo en nuestro trabajo, les estamos mostrando a los críos como se debe hacer. Este tipo de aprendizajes, como todos los de tipo social, se adquieren. No deberíamos olvidarlo.
Por cierto, me encanta chocar la mano con los alumnos (algunas compañeras lo han adoptado), poner caras raras, hacer un poco el payaso (quienes me conocen saben que lo soy un mucho), pero, todo ello, intentando hacer comprender al alumno que cuando se ha de trabajar deben poner los cinco sentidos en ello. Existe un tiempo para reír y otro para esforzarse, que pueden intercarlarse. Esto también es un aprendizaje social.
En estos últimos meses, no voy a contar la causa, he perfilado con mucha exactitud una certeza que poseía desde hace años. No albergo duda alguna sobe la capacidad innata de aprender de los chavales, la gran mayoría resultan unas esponjas intelectuales (como sabrá cualquier padre), aprendiendo, incluso, aunque las circunstancias no resulten las más favorables. De hecho, creo que existen casos de chavales que aprenden a pesar de los docentes que les ha tocado en suerte (existe la posibilidad de que a mí también pueda incluir en este grupo de docentes).
Todo ello me lleva a pensar que no importa tanto el revestimento como el fondo. No resulta infrecuente que compañeros exhiban ante el resto de tropa el proyecto tan maravilloso que desarrollan, o han desarrollado, con su grupo de alumnos. En alguna ocasión he quedado encandilado por lo trabajado y por el planteamiento del compañero, admirando su labor y su capacidad. Pero, en muchos casos, considero que aquello que se muestra no responde al interés del alumno, y sí al del docente por hacerse notar. Poco, o nada, importan los contenidos y su conexión con los conocimientos previos, su funcionalidad o su significatividad. Los resultados finales, no el proceso, parecen vestir el armazón del trabajo realizado, a veces absurdo y descontextualizado.
Uno, que eligió trabajar con aquellos que tienen problemas para aprender por sí mismos, siente impotencia cuando observa como se desperdicia el caudal de aprendizaje en fruslerías y fuegos de artificio.

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