lunes, 21 de noviembre de 2016

RIQUEZA LÉXICA Y TAL.

Cuando me planteé esta entrada no sabía si realizar algo cómico o profundizar en el asunto con toda la seriedad y rigor posible. Como no me decidía decidí hacer una mezcla de ambas cosas que, espero, sea del gusto del lector.
Llevo bastante tiempo dando vueltas al asunto del lenguaje y cuantas más vueltas le doy más tengo la impresión de que el lenguaje se creó para usarlo de la forma más extraña posible, por lo menos por parte de algunos. No es mi caso. Yo con unas cien palabras, y un número similar de tacos, me voy apañando. Nos sé si refieren a esto cuando hablan de economía del lenguaje. Sin embargo, existen personas empeñadas en dar formas inverosímiles al lenguaje, con la finalidad de expresar cuestiones que con dos o tres palabras, o en mi caso con un taco, pueden decirse, obteniendo como resultado la comprensión absoluta del asunto por parte del receptor. La tendencia a utilizar eufemismos, circunloquios, barroquismos, hipérboles y otro tipo de artificios de similar envergadura persiguen enmascarar todo aquello que el emisor dice, buscando con ello desvirtuar la realidad a sabiendas, con la intencionalidad de esconder su pretensión subyacente. Como acaba de comprobar el lector, que acaba de leer una oración de cuatro líneas que se podía resumir de la siguiente manera: dicen un montón de bobadas para ocultar lo que quieren contar.
Puede ocurrir que el lector aún no sepa a lo que me refiero. No hay problema, con unos cuantos ejemplos creo que usted y yo estaremos en la misma sintonía.
Una de esa expresiones a las que me refiero es: "hacer pedagogía". Recuerdo que la primera vez que escuché esas dos palabras me encontraba haciendo unas patatas a la riojana y de la radio se deslizó: "Debemos hacer pedagogía". De repente supe que eso era lo mío. No puedo explicar porque extraño resorte mental asocié lo de hacer pedagogía con hacer recetas de cocina. Tal vez sea porque me encontraba dándole vidilla a unas patatas a la riojana o, tal vez, porque no tenía ni puñetera idea de a que se refería y como andaba liado con el pimentón y la cayena, lo terminé asociando.  A mi lo de hacer cosas en la cocina se me da bastante bien, y si, encima, lo que se debe hacer es pedagogía eso ya... Yo, un docente de pro, que me defiendo bien, e incluso un poco mejor, cocinando, ¡y encima cocinando pedagogía! ¡La hostia! Sin embargo, como la Pedagogía no resultaba un ingrediente conocido para mí apunté en mi privilegiada cabeza: "Buscar un tutorial en Youtube de Arguiñano, donde haga pedagogía, con o sin perejil. Procurar que el vídeo sea de las últimas temporadas, que cocina con menos grasa".
Bromas aparte, esa expresión, que sirve para decir: os voy a intentar convencer de que mi nueva idea, que resulta la contraria de la que defendía ayer, es la que tenéis que aceptar. Todo ello fundamentado en el argumento: porque a mí me sale de los cojones; oculta una concepción totalitaria de la Política, donde no cuenta la decisión del ciudadano, sino la del político profesional.
Reconozco que cuando pensaba en la realización de esta entrada me vino a la imagen la cabeza de Miquel Iceta gritando: "¡Rousseau, haz pedagogía! ¡Por Dios, haz pedagogía!". Para acto seguido, Rousseau ser desterrado de la lista de pedagogos famosos del mundo mundial.
Es más que posible que el lector tenga más que suficiente con este ejemplo para comprender a lo que me refiero, pero el lector, la gran mayoría de ellos, no conocen lo pesado que puedo llegar a ser cuando abordo algún tema e intento que alguien lo comprenda, por lo que voy a ilustrar a todos ustedes con dos o tres ejemplos más.
En los últimos tiempos se ha puesto de moda el concepto pobreza energética y uno, que de natural resulta curioso, ha buscado en Internet el antónimo de pobreza energética y, ¡oh desilusión!, no ha encontrada nada. Esperaba encontrar riqueza energética o acaparamiento energético, pero no. Cuando se trata de cosas de ricos no hay apellido que valga. Bueno sí, para ser rico los apellidos pueden contar mucho, pero no existen palabras que acompañen a la riqueza para saber si son ricos en ropa, energía, alimentos o anillos de colorao.
Yo una vez conocí a un pobre y me dirigí a él para indagar sobre el tipo de pobreza que le caracterizaba.
- ¡Oiga, señor pobre! -le dije-. ¿Usted puede ser catalogado como pobre energético?
- Pues no lo sé, -me respondió él-.  Lo que si puedo afirmar es que usted es un tonto de los cojones.
- ¿Acaso no he acertado con el tipo de pobreza del que es usted portador? - volví a preguntaR-. ¿Se trata usted de un pobre alimentario o, a lo mejor, de un pobre de indumentaria?
- En realidad, soy un pobre hombre que en vez de dar una patada en los huevos a un snob como usted, para que me deje en paz, me dedico a escuchar sus estupideces con infinita paciencia - dijo con cierto tono de indignación, que me pareció fruto de su confusión sobre el tipo de pobreza que representaba.
No creo necesario seguir describiendo la escena, ni el bofetón que me llevé tras la quinta o sexta pregunta que realicé. El lector ya tendrá una composición del asunto bastante certera.
Sin embargo, no me gustaría terminar de abordar este aspecto sin incidir en la gran cantidad de léxico, en su riqueza, para tratar sobre la pobreza.
Vamos a abordar otro tema más liviano, al menos desde mi punto de vista, el de ellos y ellas, ciudadanos y ciudadanas, fiscales y fiscalas, gilipollos y gilipollas. Existe un movimiento, parece que imparable, al menos hasta que se le acaben las pilas, sobre el uso correcto del idioma en función del género. Me parece bien respetar a todo el mundo, pero yo no creo que lo importante sea el género, sino el respeto que la gente, sin distinción del tamaño de la verga o de la profundidad del coño, se merece. En este asunto el tamaño tampoco importa (eso es lo que me gusta decir a mí cuando conozco a alguna mujer. Lo importante es la persona; suele ser el remate a la primera frase.).
Yo en este asunto me baso en una experiencia real (aunque pueda sonar absurdo lo que van a leer ocurrió) y no utilizo el género para dirigirme a alguien. Mi estrategia se basa en usar el número, siempre el singular. Veamos por qué.
Cuando yo estudié Educación Secundaria opté por la asignatura de Latín. Durante tres años una profesora anciana, de escasa estatura, pero con mucho carácter, se encargó de que conociésemos a Julio César, al que todos estábamos seguros de que había conocido en persona, Séneca y demás tropa que escribía declinando. La magister/magistri (sé que sobra el artículo) solía preguntar todos los días a, más o menos, la mitad de los alumnos de la clase. Bien sobre una traducción, la declinación de un verbo, un sustantivo, etc. Hete aquí que un día le tocó en suerte a una compañera destripar todas las posibilidades de un adjetivo. La pobre chica, con expresión de pánico, se encontró con la putada de que existían tres géneros. Mal que bien, el masculino y el femenino, con cierta ayuda de la docente,  los pudo solucionar, pero no esperaba que existiese un tercer género. Su escaso temple había llegado hasta allí y se produjo el inevitable bloqueo. La docta profesora de Latín no cejó en su empeño por ayudar a la nerviosa adolescente en su misión de completar la declinación y dijo algo como esto: "Existen tres género: masculino, femenino y....". Todo parecía indicar que el asunto se iba a solucionar de la mejor manera posible, pero el pánico escénico estaba ahí, porque declinar tres géneros con Doña ... eran molto longo (que diría Juanito). La chiquilla, en un acto defensivo, sólo acertó a decir: "Singular". Obvio decir el regocijo malsano que cundió en toda la clase y azoramiento de quien formuló dicho palabra, ante la reacción generalizada de quienes ella creía sus camaradas.
Desde hace unos años yo sigo el ejemplo de mi excompañera, cada vez que tengo que dirigirme a alguien que no conozco, siempre lo hago en singular, y así sé que no existe posibilidad de error. Así, cuando sustituyo a algún compañero y en la clase hay alumnos cuyo nombre desconozco, me dirijo a ellos de la siguiente manera: "¡A ver, singular! Qué deberes tenemos para hoy."
 Hace bien poco viví otra situación que puede ilustrar a la perfección el uso de la palabra singular. Conversando con una amiga de toda la vida dije: "¡Pufff! Me encantó que me presentases a singular. No se lo digas, pero tiene un polvazo."
El hecho de llamar singular a personas llama la atención de quienes me rodean y no suele ser infrecuente que me pregunten por qué me utilizo la palabra singular; mi contestación resulta invariable: "El respeto no depende de una a o de una o. El respeto se demuestra con los actos y, en ciertas ocasiones, se pierde con los mismos".
Otra de las expresiones que me hace gracia, y me da por saco a partes iguales, es la de que se trata de algo transversal. Uno, cuando escuchó por primera vez esa expresión, la trasladó a esos maravillosos bollos rellenos de chocolate, que comía en el recreo. Pensé que deberían tener ese relleno de manera transversal, no sólo en poco más de la mitad del mismo. Se imaginan: toda una generación de obesos gracias a la transversalidad del relleno de chocolate. ¡Un desastre transversal, que no integral!
En realidad, parece ser que cuando algún ser humano habla de que algo debe ser transversal se refiere a que debe estar presente en todo momento. Por ejemplo: Antonio García Ferreras, y su programa en La Sexta, es transversal a todo acto político de cierta relevancia que ocurra en España, y también un poco pesado a partir de la novena hora de programa.
Como imagino que ustedes se preguntan, yo también me he cuestionado cómo se sabe con certeza cuando algo es transversal. Tras dar muchas vueltas he encontrado la solución a tan profunda pregunta. A saber:
Para constatar que algo puede considerarse transversal resulta imprescindible que también se caracterice por ser longitudinal en toda su extensión. Lo que se puede comprobar realizando cortes sagitales sobre un cuerpo de manera aleatoria. No debemos descartar vislumbrar desde un plano cenital lo que ocurre en la parte superior, para poder tener constancia fehaciente de que se trata de algo transversal en su totalidad.
Pero usted y yo, en confianza, sabemos que cuando alguien se refiere a una idea, un valor, o algo similar que resulta transversal, en realidad nos están diciendo: debes pensar y actuar como yo deseo, porque de otra forma la has cagado y lo de la subvención te empieza a quedar lejos. O dicho de otra manera. ¡Rousseau, haz pedagogía! ¡Por dios, haz pedagogía!
Andaba dando vueltas a poner algunos ejemplos más de distorsión interesada, e interesante, del lenguaje, pero me acabo de dar cuenta de que he agotado todo mi vocabulario y no podría escribir otra idea sin repetir palabras y como apenas he usado palabrotas, vamos a dejar aquí el tema, para intentar quedar lo mejor posible. Eso sí, recuerden siempre que deben utilizar el lenguaje para transmitir mensajes de manera directa e inteligible, huyendo de hacerlo de forma simulada y en diferido.
Un saludo.

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