martes, 1 de noviembre de 2016

RELIGIONES PARA TODOS

Como ya habrá podido observar el lector habitual, una de las preocupaciones que tengo en estos últimos tiempos es la de las ideas preestablecidas y la necesidad de muchas personas de identificarse con un grupo, por lo general ideológico, para hacerse valer, o para sentirse reconocido, bien por los demás, bien por uno mismo. No voy a martirizar, aún más, al amable lector con largas disquisiciones sobre el asunto, estimo mucho su paciencia y compañía, remota, pero compañía, en esta bitácora. Por ello voy a escribir menos que de costumbre, culminando la página con un corto de animación, que reflejará con precisión lo que de manera torpe intentaré transmitir.
En estos días convulsos de atentados en nombre de dioses y de guerras fundamentadas en la verdadera fe, no resulta difícil oír hablar de que aquellos que matan en nombre de tal o cual deidad no siguen la palabra del mismo. Sin embargo, si uno atiende a los argumentos de los que asesinan escudándose en tal o cual ser sobrenatural escucha el mismo tipo de razonamiento: los verdaderos creyentes son ellos y los demás sólo puede calificarse como una panda de herejes, apóstatas y, casi, casi, fans de David Bisbal.
¿Quién tiene razón? Ninguno de los dos bandos y, a la vez, los dos bandos. Veamos por qué.
Desde nuestro punto de vista occidental, del siglo XXI (este detalle resulta crucial), los asesinos, que además se caracterizan por odiar todo lo referente a nuestra forma de pensar, sea ésta cual sea, están tan cerca de creer en un religión como Pedro Sánchez de presidir en breve el Gobierno del Reino de España. Según el entender establecido las religiones existen para transmitir paz, armonía, buen rollo y dos huevos duros, que diría Groucho. ¡Mentira! Las religiones no existen. No poseen vida propia. La reificación de cuestiones como las religiones nos  lleva a equivocarnos. Las religiones, como la Política, la Economía, la Educación, son construcciones humanas, realizadas por humanos y, por tanto, poseen las características que las personas que las practican las imprimen. Teniendo en cuenta que no todos pensamos igual, ni poseemos las misma escalas de valores, resulta lógico que unos y otros crean poseer la verdad sobre su fe y que, desde un punto de vista desapasionado, ambos tengan razón en ese sentido y ambos se encuentren equivocados cuando culpan al de la otra orilla de no seguir los pasos dictados por el profeta de turno. En el fondo, y en la superficie también, las religiones resultan construcciones morales/políticas de una minoría, que intentan  hacer llegar, e imponer, al mayor número de personas posibles. Personas que, a su vez, interpretan y reinterpretan, lo transmitido a su manera, construyendo esa religión, con todos sus matices y formas.
A partir de aquí cabe una segunda reflexión: ¿por qué esa disparidad de interpretaciones?
Como escribí hace tiempo, no recuerdo si en este blog, existe un cierto número de personas cuyos principios distan de los del común de los mortales. Su lógica se fundamenta en que alcanzar el objetivo, la meta se puede hacer por cualquier camino y de cualquier manera. No importa cómo, ni lo que cueste; lo fundamental es llevar a cabo lo que uno se propone. Cuando esto ocurre, y se dan ciertas condiciones, la vida de los demás importa un carajo. En otra escala esto también sucede en el mundo de los negocios: a cierta gente no le importa vender basura (en forma de hipotecas o acciones de un banco, por ejemplo) a otras personas, engañándolas, con tal de seguir en el machito.
Existen seres humanos que en nombre de la religión, la patria, la supremacia racial o de cualquier otro invento humano cometen atrocidades sin cuento. Nos podíamos preguntar si esa forma de actuar subyace en esas personas, si la religión, la patria, la raza... sólo resulta ser un envoltorio. La respuesta intuyo que variará en función de unas u otras personas, pero lo que sí tengo claro es que esas personas contribuyen a crear una parte de esa religión, de ese concepto de patria, de esa forma de entender las razas... A partir de aquí podremos, y debemos, estar en contra de ese tipo de formas de actuar, pero, pensemos, que esa ideología que sustenta esos actos existe y forma parte de ese constructo ideológico, o moral, más amplio al que dice pertenecer.
Por desgracia, no se trata de lo que nos gustaría, más bien se trata de aceptar la realidad; de aceptar lo que ocurre.




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