domingo, 30 de octubre de 2016

EL FIN DE LOS DÍAS

Existen un montón de películas en las que la Tierra, y sus moradores, se ven amenazados por fenómenos naturales varios. Por suerte siempre se salva en el último momento. Lo cual tiene su explicación: los actores no podrían rodar nuevas películas, que llenasen aún más sus arcas, por lo que piden a los guionistas que el ser humano no desaparezca de la faz de la tierra. La pela es la pela. Lo de la especie humana ya lo dejamos para otro momento. 
Si lo piensas bien, que todo salga bien, aunque sea a última hora, es genial. Los políticos pueden seguir medrando, los tertulianos dando la chapa, puede haber una nueva edición de Gran Hermano... Esos pequeños placeres de la vida, que tanto facilitan que el índice de suicidios se mantenga estable.
El problema del suicidio no los tienen los ancianos, los negros y los feos, pues siempre suelen morir unos cuantos antes de que el meteorito o la macrotormenta dejen de aterrorizar a las sufridas personas que ven con horror como el fin de sus días está cerca. 
No sé si los perros ancianos, negros y feos mueren, porque el único bicho que suele aparecer en cada una de las pelis de tipo suele librarse, previo suspense que te cagas. Tras desaparecer, jugándose el pescuezo, o como se quiera llamar esa parte del cuerpo de los cánidos, el bicho, inteligente como él sólo, reaparece un tiempo después con una felicidad tan extrema, que pareciera que los miembros de la peli le han estado alimentado durante su periodo de incomparecencia con Royal Canin Premium. 
En algunas ocasiones también el cine ha tratado el tema de los profecías del fin del mundo. Conocidas son aquellas películas en las que un fulano, o varios, predican el fin de los días, siempre debido a nuestros pecados. Si uno se fija bien en los títulos de crédito finales, cuando llega el turno de las localizaciones, suele aparecer siempre la palabra mental institution. Y si afinamos más y nos fijamos en el nombre de la persona que hace de predicador puede leerse: Prophet.... mad of mental institution que pasaba por aquí. Que traducido al cristiano sería algo así como: profeta... un loco del maniconio que pasaba por aquí y al que con un bocata de choped le hemos pagado. 
La putada de este tipo de cosas ocurre cuando alguno de estos actores ocasionales gana un premio y debe subir a recogerlo. Imagino que aún tendrán en la memoria cuando uno de ellos subió a recoger un Óscar y dedicó el premio a la Virgen de Guadalupe, a la Virgen de la Cabeza, a la Macarena, al Sagrado Corazón de María, al Cristo de Medinaceli... 
Pero no nos vayamos por otros derroteros y sigamos tratando, como se merece, el tema del fin del mundo. 
Seguro que ustedes se habrán dado cuenta de que, ha medida que pasa el tiempo, el fin de todo, o sus preliminares, resultan cada vez más aparatosos. Antes, hace tres o cuatro décadas, caían unos meteoritos sobre una ciudad, se inundaba un trozo de tierra pequeña, caían cuatro o cinco rascacielos, subía un mono, que parecía sacado de una tómbola, por un edificio de cartón piedra, etc. Pero ahora no. Ahora la hecatombe es global y se cuenta con pelo y señales. Los edificios caen por doquier; se inunda Manhattan y parte de Teruel de golpe y porrazo; caen meteoritos sin cesar en lejanas ciudades; suena música de Melendi a todo volumen; las Nancys Rubias actúan doce horas seguidas... En fin, el acabose descrito con pelos y señales. Y uno diría que con saña.
Existe un tercer tipo de obras en las que el fin de la humanidad se encuentra a la vuelta de la esquina: la pelis de superhéroes. La gran suerte es que los malos resultan ser unos gilipollas, pues, a pesar de ser derrotados una y otra vez, no tienen la inteligencia suficiente para hablar con los guionistas y pedirles que cambien el final (son capaces de destrozar una ciudad y no pueden acojonar a unos guionistas gafapasta). De no ser tan tontos pensemos que si son capaces de destrozar media ciudad, a modo de entremés, para ir abriendo boca, acabarían con la humanidad entera y con los participantes de Hombres, mujeres y viceversa. 
Eso sí, pensando un poco, a uno le parece que sería mejor que las hostias que se tienen que dar superhéroes y supervillanos deberían dárselas en la Luna, en Marte o por ahí. ¡Cuánto destrozo para nada! Si al final va a quedar todo igual. Entre Obama, Putin y el chino que mande, que no me acuerdo del nombre, se van a comer todo el turrón. ¿Para qué joder todo? Con lo que le cuesta pagar la hipoteca al de la casa baja de la derecha que es aplastada por el rascacielos de cristal. ¿Y lo que pagan los seguros para arreglar todo el desaguisado? No hemos salido de esta crisis y con tanta aseguradora quebrando ya estamos entrando en la siguiente.
Mucho más sencillo que darse de leches para dilucidar quien manda en la Tierra es llevar a los supervillanos a un lugar recién fregado y hacer que lo pisen. De la cantidad de hostias e improperios que les da la madre que haya realizado la labor se les quita toda la tontería y las ganas de invadir la Tierra. Me imagino a los malos malísimos huyendo a velocidad de crucero de la Tierra y una zapatilla, lanzada con maestría, siguiéndoles por la estratosfera. 
Imagino que podría escribir más sobre el fin del mundo y este tipo de cuestiones, pero se acerca fin de mes y no tengo dinero para pagar Internet y antes de que la teléfonica de rigor me aparte de la red, y empiece el fin de mi mundo, prefiero concluir aquí esta pequeña revisión a la cuestión.
Recuerden: si se acerca el fin del mundo, reencárnense en perro, aunque no sean negros o ancianos, pueden ser feos sin saberlo.

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