domingo, 2 de octubre de 2016

EL MONSTRUO

"No hay motivos para vivir,
pero tampoco hay motivos para morir.
La única manera con que se nos permite
mostrar nuestro desdén por la vida
es aceptarla"

Jacques Rigaut

Hace no mucho tiempo conocí a mi monstruo. A diferencia de los seres que aparecen en las películas, o en los cuentos, no se manifestó de repente; y, por supuesto, lo hizo de manera silente, como sin querer molestar. Ahora, con la perspectiva que proporciona el paso del tiempo, sé que creció dentro de mí; siempre muy dentro de mí. Aunque le gustaba jugar y en mis relaciones personales se hacía notar.
Si echo la vista atrás lo que más me asusta de mi monstruo es su capacidad para no hacerse notar, envolviéndote en una película transparente, en la que la realidad se presenta distorsionada sobremanera. Un mundo bipolar, negro o blanco, sin matices, repleto de filias y fobias, de prisas y obligaciones. De insensatez.
El monstruo crece de manera imperceptible en el interior, eso ya quedó dicho, pero acaba sembrando de barrotes el entorno. Todo se reduce a un encierro voluntariamente involuntario, donde hasta la última sonrisa no resulta real. Se conocen los usos sociales pertinentes, y se practican, pero siempre bajo una máscara que oculte el vacío que se ha creado. Ese vacío que va horadando los segundos destinados a la vida.
Como puede observarse el monstruo resulta una criatura única, personal y, me atrevería a decir, que intransferible. Cada persona tiene la capacidad, o la desgracia, de crear el suyo, modelándolo a su manera; con una única premisa: su esqueleto resulta componerse de una amalgama de soledad, vacío y tristeza. Sé que la soledad, el vacío o la tristeza pueden acompañarnos de manera ocasional en este viaje, pero el hábito, en ambos sentidos de la palabra, no puede conformarse con estos tres términos. El desgarro cuando esto ocurre no tiene parangón, aunque en ese momento no se tenga conciencia de ello.
Se puede debatir si existen personas que ayudan a que germinen monstruos en otras seres humanos. Yo creo que no. Lo que en realidad existen son malas decisiones. Más en concreto la mala decisión de no apartarse de cierta gente en el momento adecuado. Tal vez la fuerza de la costumbre o sentirse deslumbrado por lo que se anhela, y se cree ver en otra persona, contribuyen a no parar de alimentar a ese ser interno y silente que acaba ocupando todos y cada uno de los actos que rigen el día a día. Tu gritas a la vida que no te gusta y, desde lo más profundo de ti, en silencio, construyes esa vida que no te satisface. Horrible contrasentido.
Desconozco si ya he expulsado a mi monstruo, o sólo le he domesticado para poder convivir con él. De lo que si tengo conciencia es de haber aprendido de él (parece muy osado escribir que he aprendido con él, más bien he sufrido con él). En un principio se conoce todo aquello que no se desea en el presente y en el futuro. Pero, como en todo proceso, se van afinando los objetivos y se acaba haciendo patente lo que se quiere. Resulta paradójico que primero se sepa lo que se debe evitar. Imagino que lo primero es prevenir riesgos, dolor, soledad, vacío; para cuando se posee la entereza suficiente empezar a crear, a pergeñar un relato vital con la ilusión perdida antaño.
Llega un momento en que el monstruo ha corroído todo y se hace notar. Ese momento, aún lo recuerdo, llegó cargado de dolor físico. Paradójico, lo interno, el mundo interior, el alma que no existe, acaba manifestándose en forma de daño externo. Tal vez el monstruo había crecido tanto que no podía alimentare y ambos corríamos el riesgo de arrastrarnos a un vacío sin perspectivas, donde perderíamos los dos. Ya no podíamos acompañarnos en este viaje. Como, ahora lo sé, debía abandonar parte de la impedimenta que portaba en el conflicto que me devoraba.
Hoy percibo que el monstruo ha perdido su espacio en mí, intuyo que para siempre. En alguna ocasión me recuerda que estuvo allí, pero he vuelto a aprender a reír sin mayor motivo que hacerlo; he rescatado el placer de hablar sin finalidad; he recuperado la ilusión por los lugares nuevo/viejos; he experimentado la necesidad de probar nuevas comidas que comer o que cocinar; he sentido la necesidad de catar nueva música; he acumulado la capacidad para recordar la importancia  de compartir mi tiempo y mi interés con nuevos/viejos amigos y he aprendido la necesidad de esperar sin prisa, sin ansiedad, prefiriendo descartar a aceptar por sentirte más lleno/vacío.
La única cuestión que me queda por dilucidar sobre el monstruo tiene que ver la importancia del entorno y de lo interior. Unas líneas más arriba aparece escrito que el problema reside en la impotencia para decir no, y yo me pregunto si la capacidad de desechar lo más vivido, se aprende o siempre acarrea la existencia de un umbral de comodidad en el que se prefiere estar alojado, a pesar de las contraindicaciones y del aspecto trágico que supone portar un monstruo que devore la existencia.
Si alguien tiene la respuesta, la agradeceré.


El círculo parece ensamblarse,
pero sólo en la mente.
La realidad camina sobre una recta
donde te recogí y te volví a dejar.

Juan F. Martín


Un saludo.

No hay comentarios: