domingo, 9 de octubre de 2016

GOEBBELS EN EL SIGLO XXI

Mas vale una mentira que no pueda ser desmentida
que una verdad inverosimil.

Joseph Goebbels

Hace tiempo me topé con una interesante información sobre los principios de actuación de la propaganda nazi. Goebbels dirigió con mano maestra este apartado, como lo prueba el hecho de que muchos no alemanes siguieran las locas ideas propagadas por Hitler y sus seguidores (antes del inicio de la 2ª Guerra Mundial existía un partido nazi en el Reino Unido, prohibido en 1940, que empiezo siguiendo la doctrina italiana de Mussolini y acabó decantándose por la hitleriana, antisemitismo incluido). Alguien podrá pensar que las estrategias puestas en práctica por el cojo político nazi murieron en 1945, cuando él y su mujer se suicidaron, asesinando de manera previa a sus seis hijos. Nada más lejos de la realidad.
Creo pertinente, antes de seguir desarrollando la entrada, que el lector puede acceder a la información de la que llevo hablando y que existe la posibilidad que no conozca. Aquí dejo el enlace de los once puntos:



Como el lector habrá podido comprobar existe una premisa básica: simplificar en la medida de lo posible, apelando a lo más básico. Una o pocas ideas repetidas hasta la saciedad de diferentes formas, unificar el concepto de enemigo, mensaje sencillo, destinado al individuo más inculto, estás conmigo o contra mí (en el fondo lo de seguir al rebaño es lo mismo, pero desde un punto de vista intrapersonal), unir el mensaje a lo más visceral (muchas veces se hace creando mártires involuntarios) y, aspecto muy importante, intentar llenar todo con el mensaje deseado, dejando el menor tiempo posible para confrontar ideas o buscar alternativas, es la base de este sistema doctrinario. Resulta una forma sencilla y efectiva cuando se quiere implantar una forma de pensar y actuar monocorde. Cuando hablo de doctrina no me refiero sólo a creencias religiosas. La política,  la Economía, ciertas tendencias actuales, en teoría muy solidarias, llevadas al extremo y que parecen no pueden ser cuestionadas ni un ápice, por situarte, si lo haces, de manera automática en el lado de los malos, siguen estos principios.
A todo ello se le debe añadir algo muy importante: no sólo existe un enemigo, también se puede identificar con facilidad un bien superior, atacado por ese enemigo. El bien superior, como toda entelequia, resulta inalcanzable, lo que da pie a los ideólogos de la doctrina a seguir incidiendo en la existencia de enemigos o de ideas perversas, que impiden avanzar en la consecuencia de ese bien. La necesidad de tener adversarios lleva a crear versiones, cada vez más esperpénticas, del malo o del mal. Son los mismos, o al menos poseen la misma mentalidad, los que asesinaron a Hypatia en el siglo V d. C. que los que ha fecha de hoy ven, y crean, enemigos por el mero hecho de no coincidir con sus ideas políticas, morales o económicas. Y son los mismos, porque si las circunstancias tornaran y se convirtieran en las adecuadas, no dudarían en reprimir de manera física al enemigo.
Resulta evidente que jamás se alcanzará el bien común. De la misma manera, resulta evidente que el problema no reside en su incapacidad para gestionar la situación o para revisar la validez de su idea. El quid de la cuestión siempre está en la conspiración judeo-masónica, y la lluvia pertinaz, que arruina aquello tan maravilloso que la propaganda nos ofrece.
Tal vez el ejemplo más transparente que tengamos a fecha de hoy sea el de la Economía neoliberal: siempre se ha de luchar contra los derechos sociales y laborales que impiden crear riqueza y que el Mercado rinda de pleno. Siempre existen palos en las ruedas del ideal, que, por otra parte, resulta imposible alcanzar, pues siempre se ciernen sobre el horizonte amenazas en forma de previsiones de organismos internacionales.
Sin embargo, existen otras doctrinas muy de moda, que sólo resultan una versión, disfrazada de buenismo, de esa propaganda totalitaria, y por ende de ese totalitarismo. Estas doctrinas totalitarias han contado con el apoyo inestimable de las redes sociales que a través del principio de vulgarización, del que se habla en el punto quinto del enlace, funcione de manera demoledora. Cierta gente, que hace mucho ruido, no necesita informarse de lo que ocurre en profundidad, sólo quiere que le proporcionen una causa para hacerse notar. Como aparece en el punto cuarto, la exageración y desfiguración sirven de carnaza para un determinado número de personas. Si ello se aliña con una anécdota sangrienta, tenemos el cultivo perfecto para que se ladre odio desde el desconocimiento. No se juzgan actuaciones precisas. Se descalifica el todo y cuando eso ocurre resulta muy fácil la confrontación.
Hace un tiempo hice una prueba, carente de rigor científico, pregunté a varias personas sobre un asunto y pedí que lo cuantificasen. La respuesta que me dieron en todos los casos superaba con creces a la realidad. Sin embargo, la cantidad de dinero e intereses personales que mueve ese asunto transmite una visión del asunto distorsionada en todos los sentidos. Se necesitaba crear un estado de alarma, salpicado de anécdotas trágicas (obviando otras que descartarían el montaje), para que mucha gente siga creyendo en esa idea.
Alguien me decía hace unos días, tras narrarme un suceso relacionado con lo que cuento, que se sentía fastidiado porque tenía la sensación de que no nos podíamos fiar de nadie. La respuesta a tal afirmación creo que resulta obvia: podemos, y debemos, fiarnos, de actos de personas u organizaciones, pero no de todos los actos, de ciertos actos, de aquellos que podamos valorar en su justa medida, debido, sobre todo, a que contamos con la información pertinente. En el fondo, todos los humanos, y nuestras obras y estructuras, poseen virtudes y defectos, por tanto, no puede existir algo beatífico en extremos, y menos si lo es en contraposición con un enemigo difuso y perverso hasta extremos increíbles.
Tal vez, la enseñanza que podamos extraer de estos principios de la propaganda nazi sea que no por pertenecer a un colectivo, de manera voluntaria o accidental, se posee una serie de cualidades, llamémoslas innatas. Nadie resulta bueno o malo por poseer un carnet o una filiación. La bondad o la maldad, por otra parte, no resultan extremas (salvo en alguna patología) en nadie. Incluso los seres más abyectos de la Historia mostraban cariño y respecto hacia alguna persona. Desposeer a una persona de todos sus atributos positivos, o en sentido contrario de los negativos (que también se da el caso) por pertenecer a un grupo resulta una muestra del mismo nazismo del que Goebbels hacía gala. Por desgracia los principios de la propaganda utilizada por los seguidores de Hitler siguen funcionando en nuestra sociedad; produciéndose el desgarrador y terrible hecho que esta estrategia la utilizan personas y organismos que dicen defender a los más necesitados.
Un saludo.

No hay comentarios: