jueves, 24 de noviembre de 2016

NIÑOS Y ADULTOS

Los niños no recuerdan lo que tratas de enseñarles. 
Recuerdan lo que eres.

Jim Henson.

Hace unos días me entretuve leyendo en Twitter los comentarios que el programa Salvados, dedicado a la Educación, generaba. Una vez más, tuve la impresión de que existen personas muy coherentes y otras cuya capacidad de razonamiento deja bastante que desear.
No vi el programa y no tengo intención de criticar, o defender, las posturas de unos y otros. Me interesa mucho más escribir sobre la percepción que cierta gente tiene de los niños y adolescentes. Tal vez lo mejor sea empezar aclarando que no todos los niños, ni los adolescentes, son iguales. Por suerte. Cada cual es de su padre y de su madre y, además, cuando se les fabrica no se hace en serie, por lo que cada individuo resulta único y excepcional, en todos los sentidos.
A partir de aquí me gustaría aclarar que todos los individuos, a medida que vamos creciendo, pasamos por una serie de etapas, o estadíos que diría Piaget, que suponen pasos hacia la madurez (sea esto lo que sea). No resulta difícil deducir que, si esto se produce, se debe a que no venimos con todos los extras cuando nacemos. La gran mayoría de nosotros tenemos la capacidad de adquirir esos extras, pero lo conseguimos poco a poco y de manera, más o menos, pautada. Basta observar el proceso de adquisición del lenguaje o el de la marcha para constatar lo dicho con anterioridad.
De igual manera que aprendemos a andar, gracias a la evolución del aparato locomotor y nervioso, o a hablar, también vamos adquiriendo una mayor capacidad intelectual, gracias a la maduración del sistema nervioso, a las experiencias...
No considero que este lugar sea el adecuado para dilucidar, si es posible, si Piaget o Vigotsky tienen razón en sus aseveraciones sobre la forma de "maduración" de la inteligencia de los niños (me inclino más por el segundo), pero sí para ponernos en el lugar del pequeño.
Leía entre los tuits referidos al citado programa a alguien, de esa gente que piensa moderno, quejándose del tipo de adolescentes que "genera" esta sociedad: chavales que quieren trabajar, tener una relación sentimental que funcione bien y fruto de ella hijos.
Para empezar, desconozco  la representatividad sobre el total de los adolescentes de esta forma de pensar, intuyo que muchos tienen otras prioridades más ligadas a lo inmediato, como corresponde a la edad. Por tanto, aceptar como universales unas declaraciones particulares parece un error considerable.
Suponiendo que dichas declaraciones sirvieran para definir a todos los adolescentes patrios, ¿quién recuerda con exactitud lo que pensaba a los quince o a los dieciséis años? Yo no. Cierta gente, muy guays ellos, piensan que deben ser los jóvenes los que cambien el sistema, porque con esas edades se debe aspirar a cambiar el mundo (como lo prueba el hecho de que el poder económico sigue estando en manos de los mismos desde hace muchas décadas). Adolescente, de profesión: revolucionario. Y es aquí donde se demuestra la estupidez de los planteamientos de personas como la mencionada en Twitter. Poco, o nada, tiene que ver el proceso de cambio, de búsqueda de la persona y de la personalidad, de conseguir su espacio en el mundo que viven los adolescentes, con revoluciones políticas, ni zarandajas por el estilo. Lo que no quita que, entre los adolescentes, existan (y hayamos existido) una parte de ellos que se declarasen de izquierdas y quisieran cambiar las cosas.
Las personas que achacan a los adolescentes, a los jóvenes en general, estar parados, no tener ganas de cambiar el mundo, son las mismas, en su mayoría, que no cambiaron nada (vete tú a saber si lo intentaron) y que entiende la rebeldía del adolescente, generada por un proceso de crecimiento en todos los sentidos, como la rebeldía contra el sistema, ese sistema que los adultos que defienden esa idea vituperan, pero en el que viven con relativa comodidad. Se trata de traspasar las frustraciones propias a los jóvenes. No de ponerse en su lugar.
Algo parecido ocurre cuando insistimos en que niños de tres o cuatro años compartan juguetes, algunos con mucho valor sentimental, con niños recién conocidos. ¿El lector dejaría su coche nuevo a alguien que acaba de conocer? ¡Ah! ¿Qué el automóvil vale más dinero? Pero, a lo mejor, el juguete tiene tanto o más valor para el niño, pues se trata de su juguete favorito, lo que genera un valor sentimental, y eso no lo solemos ver.
Otro mantra muy extendido, sobre todo entre cierta tipo de gente, es el de que los niños no son malos, lo cual es verdad, por naturaleza (y por sociales tampoco). Sin embargo, ello no quita para que se puedan observar conductas que denotan egoísmo y que pueden llegar a ser violentas en algunos casos (la gran mayoría de los niños en alguna ocasión han pegado a otro por un objeto, por no escucharles, por no jugar con ellos...). No, los niños no pueden ser considerados como malos, tampoco como buenos, pero sí que tiene comportamientos encaminados a conseguir sus fines, a veces a cualquier precio, y eso, querido lector, viene de serie. No es la sociedad cuando crecemos la que nos empuja a ser buenos o malos, esos son los roles que adoptamos para sobrevivir, triunfar o lo que fuere. Todos , o la gran mayoría, tenemos un punto egoísta, abusón, manipulador... Precisamente, con el paso del tiempo nos vamos dando cuenta de ello, por lo general, y somos capaces de manejarlo y de mejorar. Sin embargo, al revés de lo que piensan los buenistas, debemos transmitirles que existen otras personas con las que compartir, que no se debe pegar para conseguir lo deseado... En el fondo, mal que le pese a cierta gente, los niños resultan muy parecidos a los alumnos, pero sin los frenos sociales que hacen que, la gran mayoría, no imponga su voluntad siempre que lo desee.
Capítulo aparte merece lo de la imaginación de los niños. Lo que cierta gente denomina imaginación no es otra cosa que la imposibilidad de los peques de ver el mundo de otra manera. La imaginación es un fenómeno por el cual se distingue la realidad de lo imaginado. En muchas ocasiones lo que el niño cuenta, en especial los más pequeños,  es su interpretación de la realidad.  No hay cara A y cara B, todo acaba convirtiéndose en uno. El animismo (dar vida a los objetos), por ejemplo, forma parte de su interpretación de la vida. Por tanto, de nuevo, lo que interpretamos de la vida de los pequeños lo hacemos desde nuestra perspectiva cognitiva, no desde las capacidades reales de los niños. Matar la imaginación de los niños resulta ser, en ciertos aspectos, no en todos, un proceso de maduración intelectual,  necesario para llegar a la edad adulta con perspectiva de éxito para poder ser autónomo en todas las competencias necesarias, o en la mayoría, para poder vivir en sociedad. De nuevo, pensando como adultos.
Creo que estos ejemplos ilustran con claridad a lo que me refiero cuando hablo de la imposibilidad de cierta gente de ponerse en el lugar del otro, del niño o del adolescente en este caso. Ciertas personas intentan recrear su jardín del Edén en otros, los más pequeños en este caso, pintando la realidad de otro color, el que le viene mejor en ese momento.
Tal vez sería mejor que nos dedicásemos a pensar sobre como piensan nuestros pequeños y ver que necesitan. Si queremos revoluciones, imaginación a cascoporro, buenismo y otras cuestiones similares, no se lo exijamos a los pequeños, pongámoslo nosotros en práctica. Tengo la certeza de que un buen modelo constituye la mejor manera de enseñar a ser y a vivir a aquellos que aún están creciendo y aprendiendo.
Un  saludo.

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