miércoles, 30 de noviembre de 2016

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (29-11-2016)

Se ha puesto en marcha un servicio telefónico contra el acoso escolar, anunciado en los medios a bombo y platillo, como no podía ser menos. No puedo evitar sentirme contrariado ante este hecho. Por un lado pienso que puede constituir una buena medida, pues supone una salida a niños y adolescentes que están sufriendo un serio problema y que pueden encontrar en una conversación anónima salida a su problema.
Por otro siento que se ningunea a los docentes, una vez más. Me explico. Se supone que los docentes formamos parte de la resolución del problema, tanto desde una perspectiva preventiva, como abordando la situación cuando se produce. Parece oportuno que todos deberíamos tener una formación suficiente para abordar este peliagudo asunto con unas mínimas garantías. Una formación impartida por profesionales, con formas de actuación pautadas, fórmulas claras de derivación hacia otras instancias cuando se pueda prever que los actos de acoso puedan constituir un infracción de las leyes... Yo reconozco que no tengo esa formación, ni la he recibido. He preguntado a compañeros de otros centros e, incluso, a alguno de otra comunidad autónoma y todos adolecen de ese tipo de formación y de información.
Parece mentira, pero los encargados de prevenir y atajar el acoso, una conducta que puede ser delictiva, no poseen las herramientas imprescindibles para abordar el tema.
Cuando pienso esto me imagino a un retén de bomberos intentando apagar un fuego sin mangueras. Pueden arrojar cubos de agua, botellas..., pero, como el incendio sea grande, corren el riesgo de acabar calcinados.
He leído que los cuatrocientos mil euros destinados a prestar el servicio telefónico de ayuda a los alumnos que sufren acoso se los va a llevar una empresa, que poco, o nada, tiene que ver con este asunto. Veremos los resultados.
Por otra parte, contemplo como el Colegio de Psicólogos se arroga la competencia única para trabajar en el lado de la línea del que aconseja. Parece que cada cual mira por los suyos.
Lo que nadie ha aclarado, o yo no lo he leído o escuchado en ningún sitio, son los protocolos de actuación cuando se recibe una llamada. Me resulta chocante porque a nadie parece importarle el funcionamiento de este recurso: pautas de actuación, derivaciones... Sólo cuenta que existe. Lo demás...
Me encantan las celebraciones pedagógicas, cada vez aprendo una canción nueva. Estoy temiendo que llegue la celebración pedagógica denominada Día del Heavy y el tema a interpretar me sea familiar. Sólo espero que ese día no llueva y poder hacer los gorgoritos correspondientes en el patio.
Bromas aparte, no me cabe duda de que se hace con toda la buena intención del mundo, o con toda la buena comodidad del mundo, vete tú a saber, pero me parece algo carente de toda lógica. Trabajar valores representa algo más que aprenderse una canción o recibir una charla, o muchas durante el curso, sobre determinados aspectos.
Recuerdo que hace tres años con un grupo de alumnos de 5º de Educación Primaria hablé sobre el acoso escolar. Todos tenían, más o menos, claro que se trataba de algo malo. No existía entre ellos un consenso sobre que era acoso, pero, cuando les pregunté si consideraban que debían intervenir ante una situación de acoso, me dijeron, de manera rotunda, que no. Sin embargo, cuando pregunté si intervendrían si alguien pegaba a su mejor amigo todos me dijeron que sí. Al preguntar sobre la diferencia entre ayudar a un amigo o a un compañero de clase no supieron decirme por qué su postura era diferente. En el fondo un compañero acosado también es alguien cercano a ellos. Esto me hizo pensar sobre la disonancia cognitiva y el conflicto cognitivo como forma de asentar los valores. La necesidad de un proceso, donde se ponen negro sobre blanco los valores con los que funcionamos, pudiendo operar con ellos, supone una forma eficaz de variar los valores. La canción, la lectura de un derecho, diez charlas sobe diferentes aspectos, etc. una forma más de ir rellenando huecos. Sigo pensando que resulta más fructífero trabajar sobre uno, dos, a lo sumo tres proyectos, incardinando en ellos los valores a trabajar.
Me molesta sobremanera cuando me doy cuenta de que sigo errando en ciertas decisiones que debo tomar sobre la marcha en situaciones complicadas. Lo único que espero es no perder la capacidad de análisis y autocrítica, para aprender de aquello que no he realizado como lo haría tras una reflexión más lógica y sosegada. A veces pienso que salir de trabajar con un alumnos con problemas de comportamiento, para entrar a hacerlo con otro con similares características y así día tras día, me hace perder la perspectiva del trabajo diario. Por suerte, también sé que para valorar este trabajo se debe echar la vista atrás, mirando de donde se parte y donde se está. Pero, lo reconozco, a veces, durante esos días que todo parece ser una sucesión de inconvenientes, esa vorágine de lo inmediato parece atraparte.


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