La conoció mucho tiempo antes, pero ella nunca estuvo a su alcance. Se hablaban cuando coincidían en los espacios que sus afinidades les empujaban a compartir. Poco más existió durante muchos años. Aunque él, en silencio, siempre pretendió algo más. Pero la forma de encarar la vida de ella, su fidelidad, apagó, antes de nacer, cualquier intento de acercarse a ella de otra manera.
Supo de la lucha que mantuvo, titánica, intentando vencer la enfermedad de su marido. Un esfuerzo de ambos. que, desde la distancia casi anónima, sólo pueden calificarse como años duros en los que los, momentos de ilusión antecedían a días de hiel y desesperación. Con posterioridad supo que la palabra que mejor definía aquel tiempo lejano y deformado en la memoria era angustia. Angustia edulcorada por noticias esperanzadoras, o así lo creían ella y su marido, emitidas por desconocidos de bata blanca, que llegaron a convertirse en uno más en todo ese camino. Cualquier mensaje de un galeno podía contribuir a no dejarse llevar por la fatalidad y para vislumbrar una puerta por la que acceder a un pasado feliz, o al menos no traumático, casi olvidado.
Él presenció desde un lugar cómodo como cesaron las pruebas, los tratamientos, los viajes, los días de hospital, la incertidumbre. El cuerpo de su esposo perdió y él desapareció físicamente de la vida de ella para siempre. Aunque no se encontraba en el interior de ella, supo que en un principio se encontraba llena de dolor y vacía. Llena de dolor por la pérdida y vacía también por la perdida de la persona con la que había construido su mundo adulto.
Después, hablando con ella de aquellos momentos, oyó de su boca que en su pensamiento tuvo la tentación de acabar con todo; pero sus hijos, o su cobardía, la impidieron poner en práctica aquello a lo que conducía su estado anímico.
Pasaron meses, casi un año, tras el desenlace hasta que vio en ella una sonrisa. Durante todo este tiempo había tenido ocasión de verla, estuvo en el sepelio de su marido, por ejemplo, y de hablar con ella, siempre de manera breve, pero el sufrimiento, ese daño invisible, dibujaba en su rostro una expresión dura, que sus labios, siempre apretados, coronaban como aviso a conocidos y desconocidos de su estado. Sin embargo, aquel día esbozo una sonrisa tímida, como si tuviese que volver a aprender a sonreír y aquello fuese el primer paso. Además, aquella expresión de distensión la había provocado él con un comentario insustancial, lo que hizo cambiar toda su estrategia de años. Comprendió que, ahora sí, ella se encontraba a su alcance y puso todas sus habilidades, cultivadas durante muchos años con otras mujeres, en el empeño de conseguir lo que hace unos meses parecía inalcanzable: mantener una relación con ella.
Para sorpresa suya todo fluyó con rapidez y naturalidad. No tuvo que hacer grandes esfuerzos ni utilizar alguno de los trucos de prestidigitador que, con cierta frecuencia, le habían dado buenos resultados en otras ocasiones. Ella también quería estar junto a él... O con él, porque la única necesidad que la había dejado su marido era la de compartir la vida con alguien.
En un principio a él le pareció divertido. También necesitaba despertarse junto a alguien, al menos algunos días de la semana. Recobrar esa sensación le aportó una felicidad que le aporto una tranquilidad olvidada. Al menos de forma temporal.
Ese bienestar también caló en ella y él se dio cuenta. Comprendió que en él veía todo aquello que no había poseído en su vida y que, hasta aquel momento, no había necesitado, pero que ahora precisaba tanto como al aire que entraba en sus pulmones. Esa vida casi bohemia, al menos ella lo entendía de aquella manera, que compartían la hacía feliz. Su relación anterior se basaba en la tranquilidad, la responsabilidad, en el saber estar... En otras palabras en una forma comedida de pensar y actuar y todo eso lo había hecho volar en mil pedazos. La noche, las animadas conversaciones con amigos, el sexo a deshora y ese punto canalla, que ella jamás supo definir, que encontraba en él la habían arrojado en sus brazos de una manera incondicional. Ella veía en él un ideal de vida del que sólo tenía noticia por novelas o películas y ahora, en una edad cercana a la jubilación, se sentía protagonista de todo aquello hasta entonces exclusivamente había encontrado en los párrafos ideados por un escritor o en la representación de un guión por parte de unos actores.
Él no tardó en tomar conciencia de esto y sintió que las ataduras que aquella rejuvenecida mujer quería imponerle le oprimían en exceso.
En un principio capeó la situación como pudo y procuró ocultarla aquellos pequeños vicios con los que ella no se sentiría muy cómoda: consumo de hachís, noches de diario en las que la hora de dormir no parecía ser una prioridad... El modelo de convivencia entre ambos facilitaba que este tipo de comportamientos no llegasen a oídos de ella y, durante algo más de un año, todo fluyese con naturalidad.
Él, a cambio, había renunciado durante todo este período a mantener relaciones con otras mujeres. No se trataba de un compromiso, de una promesa o de cualquier otra cuestión asociada a imposiciones externas, simplemente, hasta que apareció Macarena no había sentido la necesidad. En ese momento comprendió que jamás podría cambiar y que esos pequeños vicios inconfesos solo constituían una forma de aliviar la espera hasta la llegada de la próxima mujer.
Sin embargo, por primera vez en su vida, algo se revolvió en su interior. Se asustó un poco cuando llegó a la conclusión de que su conciencia había hecho acto de aparición. Por primera vez en su existencia se cuestionó si hacia lo correcto. Si engañar a una mujer con la que compartía su vida resultaba conveniente.
Aunque había pasado más de un año desde la última vez que las utilizó mantenía intactas sus habilidades para conseguir que las mujeres compartiesen su cama para algo más que dormir. Macarena se convirtió en su enésima conquista. Habían quedado un jueves por la noche para, en casa de ella, tener una relación sexual por primera vez. Cuando empezaron a quitarse la ropa, tras los primeros besos y caricias, él pidió permiso a Macarena para realizar una llamada urgente. Se encaminó a la cocina, donde se encerró y la llamó a ella, a María. Tras darla las buenas noches le dijo, a bocajarro, que iba a practicar sexo con otra mujer, que le personase, pero no sabía vivir de otra manera. Iba a continuar diciéndola que se merecía otra persona mejor, pero en su cabeza le pareció un tópico. Terminó pidiéndola, de nuevo, disculpas y colgó. Mientras se dirigía a la habitación donde se encontraba desnuda Macarena supo que esa mujer con la que acababa de hablar por teléfono era especial, porque, de otra manera, no la habría confesado lo que estaba a punto de hacer, jamás lo había hecho con anterioridad; pero también comprendió que no sabía ser de otra manera.
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