sábado, 18 de junio de 2011

SOCIEDAD AL DESNUDO (IV y, por el momento, último). CASTIGO

La palabra castigo la utilizamos con harta frecuencia en nuestro día a día, aplicándola a diversas situaciones desagradables que sufren personas o colectivos como consecuencia de sus actos previos. Lo más importante de esta definición radica en que el castigo existe como consecuencia de una conducta previa, generalmente desacertada, pudiéndose considerar una respuesta, desmesurada o no, ese es otro asunto, a una acción anterior.   Por ejemplo, se suele utilizar el término castigo electoral cuando un partido político sufre un fuerte varapalo en las urnas a causa de la actuación de los miembros de dicha organización mientras han ejercido el poder. Seguro que al paciente lector le resulta familiar lo que estoy describiendo. Realmente, el ejemplo no es todo lo bueno que debiera ser, pues el castigo infringido a los políticos aciagos, se puede convertir, igualmente, en un castigo a los electores, que no votan en función de sus intereses, más bien tratan de fastidiar al que les ha fastidiado, importándoles bien poco, al menos en ciertos casos, que los sustitutos de los que han desempeñado mal su labor  no sean mejores que los anteriores. Tal vez aquí radica parte del meollo de la cuestión: el castigo se pone en práctica para evitar conductas que nos generan malestar, fastidio o que nos desagradan. En definitiva, se trata de que el cambio que se persigue nos beneficie a nosotros también. Este supuesto no ocurre cuando votamos exclusivamente para fastidiar a alguien; entonces buscamos otra cosa: venganza, paliar nuestra frustración...
Pero volvamos al castigo como tal.
El castigo puede llevar aparejado la conducta correcta a realizar, para de esta forma no volver a incurrir en el comportamiento que se desea erradicar, (el responsable de aplicar el castigo proporciona el modelo correcto, la forma de actuar deseable, a la persona castigada, para que de esta forma tenga claro que se debe hacer). Este tipo de actuación suele ser tremendamente efectivo y tiene un fin educativo (castigo no siempre es pegar o maltratar, eso es sadismo). Sin embargo en nuestra sociedad, al menos en lo referido a la relación de los poderes con el ciudadano, no se aplica esta lógica educativa. El componente punitivo protagoniza la mayoría de las actuaciones de los poderes públicos cuando éstos se relacionan con el ciudadano. Cuando infringimos una norma y nos cazan lo siguiente suele ser una sanción de cualquier tipo. Parece normal que si me pillan a 170 km/h en una autovía me sancionen convenientemente, pues soy un adulto, al menos en teoría, consciente de que circular a esa velocidad está penado económicamente y con la pérdida de puntos. No parece necesario en este caso que se asocie a la sanción el modelo correcto de actuación en estos casos (se presupone que el hecho de poseer un carnet de conducir implica conocer como debemos actuar al volante). Pero... ¿qué ocurre cuando nos castigan, a los ciudadanos, por un suceso negativo, del que no somos los máximos culpables y éstos encima salen impunes? Veamos a lo que me refiero.
Imagine el lector que se pone de moda que los médicos receten un suplemento vitamínico a todo aquel cuyo cuerpo no sea capaz de generar la cantidad suficiente de dichos componentes. La cosa va a más, y a partir de un momento determinado ya no sólo se invita a usar fármacos vitamínicos al que lo necesita. Ahora todo el mundo es susceptible de irse a casa con una receta de productos con vitaminas, tenga necesidad o no de ellas. Todo el mundo parece supervitaminizado y feliz cual lombriz. Pero nada es para siempre y, de repente, alguien se da cuenta de que tanta vitamina han generado una problemática tremenda. Una problemática de consecuencias descomunales. La gente enferma debido a esta hipervitaminización sin sentido y la sanidad es incapaz de asumir el gasto generado por estos enfermos innecesarios, teniendo además dificultad los enfermos con necesidades reales de suplementos vitamínicos para que los facultativos les receten lo que necesitan. La historia no acaba aquí, pues el mismo sistema sanitario, él que ha dado por bueno hasta antes de ayer la hipervitaminización, se ceba con aquellas personas ahora enfermas por seguir sus consejos, culpabilizándoles de los desmanes cometidos. No sólo eso. Por si ésto no fuera suficiente, los provocadores de la catástrofe sanitaria, los gestores, privan a los enfermos de ciertos servicios sanitarios, necesarios para que los afectados por dicha crisis sanitaria mejoren. ¿Por qué? Por que siguen este razonamiento: ha sido la conducta de los ahora enfermos la que ha generado tal problema, desviando la responsabilidad sobre los más duramente afectados por la anterior moda vitamínitica, moda que  los responsables del sistema sanitario no tuvieron mayor problema en alentar.
La verdad, parece una historia surrealista, pero, por desgracia, es real, casi tan hiperreal como la pintura de Antonio López. Sustituya el lector el cuerpo carente de vitaminas por salarios bajos, la moda de recetar vitaminas a diestro y siniestro por la concesión de créditos de todo tipo y condición, sin exigir grandes avales. Troque a continuación el gran número de enfermos generado por las vitaminas por el ciudadano de a píe y el endeudamiento adquirido por el mismo y al que necesita vitaminas y tiene dificultad para que le sean prescritas por aquél ciudadano y/o pequeño/mediano empresario que necesita un crédito y que puede responder de la cantidad que piden.
Por último cambie al sistema sanitario por los gurús económicos, banqueros, políticos y demás tropa infecta y al afectado por la desmedida cantidad de vitaminas ingeridas, de fácil adquisición y publicitada por el sistema sanitario, por cualquiera de nosotros.
¿Con qué se ha encontrado tras este laborioso proceso? Efectivamente, con la situación actual. Situación en la que los grandes responsables de lo que ocurre no tienen mayor problema en escurrir el bulto, culpándonos a los ciudadanos de lo que hasta hace tres días era lo mejor que podía ocurrir: créditos baratos, sin necesidad de grandes avales, destinados a consumir a todo trapo para que el PIB subiera más allá del 3% de un año para otro. Esa era la política "oficial", pero ahora los culpables somos los ciudadanos por haberles hecho caso. Somos culpables por haber creído que sus previsiones de crecimiento sin fin eran reales. Además, por si esto fuera poco, nos castigan subiendo los impuestos al ciudadano medio, mientras se bajan a los más ricos, nos castigan quitándonos derechos y servicios (que pagamos entre todos). Nos castigan haciéndonos creer que lo que han creado nuestros padres y hemos mejorado nosotros, no sirve. ¿Por qué? Por que les sale de las narices.
No sólo eso. Nos quieren convencer de que nos merecemos este castigo, de que tenemos que dar gracias por tener empleo, por llegar a fin de mes, por tener derecho a sanidad o educación, por tener... ¡Qué voy a contar que no conozca ya el lector!
Resulta curioso, tal vez sería mejor decir aberrante, que los mismos tipos que han generado todo este desastre, los que deberían sufrir el castigo, se hayan erigido, con la connivencia de los políticos, en los que deciden y suministran los castigos a los ciudadanos. Una maldad más de un sistema que camina hacia delante con los ojos vendados y sin reparar en las consecuencias de sus continuos encontronazos.
Por último me gustaría tratar un tema que puede aparecer cuando se habla de castigo: el miedo. Todos somos  conscientes de la existencia de niños maltratados, que reaccionan instinitivamente protegiéndose cuando un adulto alza la mano, aunque la persona que alce la mano no tenga la más mínima intención de golpear al pequeño, pero el niño tiene miedo. Miedo al maltrato ya conocido. Miedo al abuso. Por desgracia los "ideólogos" de este sistema neoliberal quieren que sintamos lo mismo que el niño, miedo. Miedo a perder lo que tenemos, miedo a perder el trabajo, miedo a no estar a la altura de lo que requiere el mercado de trabajo, miedo a no estar suficientemente formados, miedo al despido, miedo a que los sacrificios no sean los necesarios y debamos ceder más, miedo a... El miedo a un castigo futuro es parte del mensaje. Miedo a un futuro que los gurús pintan con sus pinceles, que sólo admiten matices oscuros y colores tétricos. Miedo a ser castigado por no adaptarse a los presuntos requerimientos del mercado laboral. En el fondo intentan que los ciudadanos sintamos lo que Seligman denominó en la década de los 70 como indefensión aprendida, que no es otra cosa que sentir que se haga lo que se haga nada servirá para cambiar las cosas, por lo que ya sólo se puede esperar que las cosas ocurran sin oponer resistencia alguna. Ésto es lo que buscan economistas (realmente muchos de ellos son criminales), políticos, presuntos periodistas y demás tropa mercenaria de la desigualdad y la muerte, pero les ha salido un grano en el culo, la indignación de una parte de la ciudadanía que no está dispuesta a callar ante las tropelías de estos sinvergüenzas.
Es posible, solo posible, que con el paso del tiempo el castigo, contundente y proporcionado a su crimen, caiga sobre los responsables de todo lo que ocurre en ese momento. Si ese día llega será el momento de mirar a nuestros hijos y transmitirles la lección: la avaricia, el miedo al castigo y la deshumanización no triunfarán ante la razón y la movilización de los ciudadanos.


Un saludo.

3 comentarios:

OdiseaAzul dijo...

Muchas gracias me ha parecido muy acertado el post, con tu permiso lo paso a mi blogials

Juan Pedro Hernández de León dijo...

Muy agradecido de encontrar un blog como el tuyo. Lo seguiré con entusiasmo.

Un saludo

PACO dijo...

Gracias a ambos.
He visto que Otenado... ha utilizado el vídeo en su página, de lo cual me alegro. El vídeo nos es mío, estaba en la red sin ningún tipo de restricción para usarlo, por lo que considero que es de todos.
A León Perses, sólo agradecerle el elogio y espero no defraudarle a partir de ahora.
Un saludo.