lunes, 23 de abril de 2012

ESTADÍSTICA

Salió del portal un día más, pero, a diferencia de cientos de días anteriores, esta mañana sí que sabía cual era su destino. Las prisas habían desaparecido de su ritmo de vida hacía bastante tiempo y se encaminó andando hacia aquel lugar que tiempo ha constituía un referente casi casi moral para él y para otros muchos como él.
La benigna temperatura y un cielo casi añil invitaban al paseo, que disfrutó como había reaprendido a hacer desde que comprendió que todo había cambiado definitivamente de manera inhóspita y, seguramente, irreversible. Tal vez por ello, cuando llegó a su destino no sabía cuanto tiempo había transcurrido desde el inició de la caminata.
No llevaba reloj, no lo necesitaba, porque no le importaba el transcurrir de las horas, de los minutos o de los segundos. A lo sumo se interesaba por el transcurso de las estaciones, especialmente cuando todo parecía renacer bajo el amparo de los primeros conatos de calor, que desterraban el invierno continental del lugar donde vivía.
No titubeó ante la inmensa puerta coronada con el nombre del diario que tan sustancialmente, al menos a él se lo parecía, había cambiado su línea editorial. Atravesó el umbral y se dirigió a la persona que, parapetada tras un inmenso mostrador de un color indefinido,  le pareció más indicada para aconsejarle sobre los siguientes pasos para poder cumplir con su objetivo.
El empleado, tras escuchar con una media sonrisa de compromiso la explicación del visitante, le instó a esperar  y descolgó un teléfono con infinidad de botones. La conversación, tras casi medio minuto de espera, con el interlocutor que se encontraba al otro lado de la línea fue breve; al igual que la explicación que recibió el expectante hombre que se encontraba en el lado de la recepción destinado a los que no pertenecían al periódico.
- Lo siento. Está reunido en estos momentos. Me han dicho que en un par de horas terminará la reunión. Si quiere puede volver a intentarlo a eso de las doce- dijo el empleado, mirando un gigantesco reloj situado en el recibidor.
- Si a esa hora está libre volveré. Necesito hablar con él. De todas formas me gustaría pedirle un favor: si tiene la posibilidad de hablar con él antes, podría comentarle que tengo un especial interés en hablar con él. ¡Gracias!- replicó su interlocutor, justo antes de girar para enfilar la hercúlea puerta que parecía sujetar el gran edificio que aún le cobijaba.
Poco después descubrió un parque poblado de pinos de copas redondas y sempiternas. Como contraste, los plátanos, aún desnudos de hojas, flanqueaban el paseo central de lo que parecía una isla de silencio en medio de un entorno en el que los sonidos del quehacer diario podían llegar a ser insoportables. Eligió un banco al azar y allí depositó su cuerpo, sus pensamientos y la espera. Cuando decidió levantarse no sabía con exactitud cuanto tiempo había transcurrido, pero consideró que era el suficiente para que su interlocutor ya estuviera libre de sus compromisos.
No tardó mucho en volver a atravesar el dintel plateado del edificio donde había estado con anterioridad. Volvió a dirigirse al mismo mostrador de la vez anterior y  buscó al empleado con el que había hablado hacía un par de horas, pero no le encontró. Su lugar al otro lado del marmóreo mostrador lo ocupaba una mujer de mediana edad que le preguntó: "¿puedo ayudarle".
Le explicó lo ocurrido en su anterior visita y, casi de inmediato, tras las palabras "espere un momento", descolgó el auricular y tocó un botón del teléfono. La escena de hace dos horas se repitió casi al milímetro, con un resultado similar.
- Lo siento, no puede recibirle en este momento. Se encuentra en una reunión no programada con anterioridad y no saben decirme cuanto durará. Va a ser muy complicado que pueda recibirle hoy. Si lo desea puede dejarme un mensaje y se lo intentaré transmitir- concluyó con una sonrisa acartonada.
- Le dije a su compañero, él que me atendió con anterioridad, que le comunicara mi interés por hablar con él. No sé si lo habrá hecho.- replicó con un cierto tono de frustración. - De todas formas, volveré mañana. Dígaselo, por favor- pidió.
- No se preocupe, lo haré. ¿Su nombre es?- requirió la empleada.
- Simplemente dígale que deseo verle por algo referido a un artículo que publicó el domingo- zanjó.
- Sería mejor que me dijera su nombre. Creo que facilitaría que le recibiera- insistió la mujer.
- Digale que me cita en el artículo que le he dicho. Eso será suficiente- respondió- Volveré mañana. Buenos dias- se despidió.
Esa mañana amaneció revestida con todos los atributos de la primavera. El Sol reinaba, expandiendo su luz con la fuerza de todo lo que vuelve tras un período de destierro. La temperatura había subido unos cuantos grados, los necesarios para poder dejar el abrigo en casa, a pesar de la temprana hora.
De nuevo salió de su portal y se dirigió a la sede del periódico, donde habló con la mujer que le atendió la última vez y, de nuevo obtuvo una respuesta negativa a su intento de hablar con el periodista. Esta vez se encontraba de viaje. "Algo imprevisto", le informó la mujer con una sonrisa que parecía ser tan automática como su respuesta.
Durante varios días repitió la visita recibiendo una nueva/vieja excusa que le impedía superar la línea imaginaria que marcaba el fortín en que se había convertido el colosal mostrador, tras el que se parapetaban, de forma aleatoria, las dos personas que le habían recibido el primer día.
Al fin, un día lluvioso, el primero de la primavera, la mujer de sonrisa de cartón, le recibió con una sonrisa distinta y no dejándole hablar le indicó que tomara el ascensor y subiera hasta la quinta planta. Una vez allí debería buscar la tercera puerta que estaba situada a la derecha, según salía del elevador.
Casi contrariado, por lo inesperado, dio las gracias a la recepcionista y se encaminó hacia el ascensor, que tenía las puertas abiertas de par en par. Parecía que todo en aquel edificio poseía una sincronización cuasi perfecta para facilitar su labor, demorada hasta entonces una y otra vez.
Tras el cierre silencioso de las puertas, que ocurrió unos segundos después de pulsar el cinco en aquel panel plateado, hizo un repaso mental de todo aquello que debería decir a aquel hombre, al que, de repente, sintió la necesidad de poner rostro. Realmente, hasta ese momento no le había preocupado su fisonomía, consideraba más importante exponer sus ideas e intentar convencerlo de los errores que contendía aquel artículo que había motivado la decena de visitas fallidas.
No le costó encontró la puerta que le habían indicado hacía un par de minutos y se aprestó a golpearla con sus nudillos. Antes de que su mano contactara con el aglomerado que constituía la esencia material de la puerta oyó una voz proveniente del otro lado de la misma que le invitaba a franquearla. Cosa que realizó sin dudar, el objeto de sus idas y venidas de los últimos días se encontraba al otro lado del aquel quicio. 
Frente a él se encontró con un hombre con sobrepeso, cuya estatura era una incógnita,una voluminosa y maciza mesa, junto con el gran tamaño del lujoso sillón sobre el que se encontraba sentado, dificultaban un cálculo, ni tan siquiera aproximado, de las medidas de la persona que acaba de conocer. Tampoco le importó en exceso no disponer de tal información, el motivo de su visita era otro bien distinto.
Algo más le importunó que el único gesto de cortesía del dueño de ese despacho fuera un seco: "Siéntese". Ni una fórmula de cortesía como buenos días ni un apretón de manos ni tan siquiera una leve sonrisa o cualquier otro gesto en su cara que invitara a romper el hielo. Nada.
En el tránsito preciso y difícilmente apreciable que va desde el momento en que empezó a doblar sus rodillas y el instante en que sus posaderas contactan con la silla, descargando sobre la misma el cuerpo, en este caso tenso, se escuchó la voz, que parecía formar parte del mobiliario de la habitación, proveniente del sujeto de medidas ignotas:
- Me han contado que desea hablar conmigo- dijo a modo de automatismo, sin una prosodia que dejara entrever signo alguno de emotividad, positiva o negativa.
- Sí. Llevo intentándolo bastantes días, pero hasta hoy no hemos tenido ocasión- repuso el interpelado a modo de explicación.
- Pues, ¡por fin!, ha llegado ese momento. Usted dirá- continuó la conversación el tipo que ocupaba aquel magnífico sillón.
- Verá... El domingo... ¡Bueno! hace varios domingos, publicó un artículo en este periódico dedicado al desempleo y a las personas que sufren ese problema, que sufrimos. Yo también me incluyo- explicó el visitante a modo de introducción, para continuar de la siguiente manera- Creo que su enfoque fue meramente estadístico. Apeló a los datos, a los porcentajes, a números con demasiadas cifras y se olvidó de nosotros, los que sufrimos el tema. Detrás de todos esos números hay personas que sufrimos las consecuencias del paro- concluyó.
- Sí, sí, le entiendo. Pero le pido que me entienda usted a mi: tengo que rellenar un artículo con un espacio determinado y no puedo hablar del sufrimiento de todos y cada uno de los parados, aunque me gustaría. Lo que pretendo es transmitir al lector, mediante el uso de estadísticas, la realidad de la situación- respondió el autor del artículo.
- Entiendo lo que dice, pero creo que esa forma de enfocar deshumaniza el problema. Se olvida de la angustia, del padecimiento, de la enfermedad que en algún caso genera el paro. No refleja la realidad de las cosas, sólo parece preocuparle los números, no las personas- alegó el visitante.
- Piénselo usted bien. En esta vida todo se puede reducir a estadísticas: el trabajo, la economía, la vida, la muerte, hasta el amor si me apura. Yo me limito a utilizar un instrumento, la estadística, para realizar un artículo. No debe darle más vueltas al asunto- repuso el dueño del despacho, intentando zanjar el asunto.
- Pero...no. Detrás de todo ello hay personas como yo y como otras muchas, que sufren, desesperan, padecen calamidades... ¿No le importan todas esas personas? ¿Su sufrimiento es tan poco importante que no merece unas líneas en otro artículo?- repuso, visiblemente decepcionado, desde el otro lado de la mesa.
- Le repito que utilizando estadísticas todo es más fácilmente explicable y se comprende mejor. La realidad, guste más o menos, es así y yo no puedo hacer nada por cambiarla- recalcó con un tono, que casi se podía calificar de molesto, el periodista.
- Comprendo. Para usted todo este drama se reduce a meros números- contestó contrariado el huesped accidental del despacho desde su silla, bastante menos lujosa que el sillón del articulista.
- Si usted lo desea ver así...- remató el redactor del artículo.
- ¡Muy bien! ¡Muchas gracias!- contestó el visitante, dándose la vuelta para encaminarse hacia la puerta mientras decía las palabras.
De repente, sin mediar palabra ni acto alguno, volvió a girar, se encaminó hacia la mesa y extendió el brazo para coger algo situado encima de la misma. Unos segundos después el cuerpo del periodista estaba adornado por nueve cortes muy profundos, entre ocho y diez centímetros diría la autopsia.. Uno de los hondos tajos se encontraba tapado por un abrecartas bañado en oro que hacía poco tiempo se encontraba encima de la mesa.
Mientras la víctima se desangraba, el visitante pensó: En el fondo tenía razón, todo se puede reducir a estadísticas. Él figurará dentro de las estadísticas de las personas asesinadas durante este año.
Esta última reflexión le hizo congraciarse consigo mismo. Empezó a pensar que no había asesinado a una persona, simplemente, una vez más, todo formaba parte de una estadística.

No hay comentarios: