viernes, 24 de agosto de 2012

AMBICIÓN Y MORAL LAXA

De nuevo aquí, tras unos días de asueto lejos de Internet y de las preocupaciones cotidianas.
Siento no haber avisado con antelación de mi ausencia bloguera, pero contaba (iluso de mi) con tener acceso a Internet y publicar algo de vez en cuando. Como de costumbre mis deseos han chocado con la realidad, aunque reconozco que a partir del tercer día no sentí necesidad alguna de aporrear las teclas de mi ordenador para compartir mis reflexiones y desventuras con todo aquél que tuviera curiosidad por leerlas.
Sin embargo, lo reconozco, desde ayer llevo dando vueltas al tema que debía servir para reabrir este compendio de escritos, más o menos coherentes. Tras un arduo proceso mental, de unos tres o cuatro segundos de duración, no doy para más, llegué a la conclusión de que, de alguna manera, había que enlazar con la última entrada que publiqué y el comentario que realizó Alida Militi a la misma me sirvió sobremanera.
Debo haber venido con demasiadas energías y, para no variar, tras unas cuantas líneas me he dispersado sin abordar el asunto del día presente, por lo que paso a plantearlo sin mayor dilación.
Uno tiene la teoría de que todas aquellas que han "triunfado" en lo suyo lo han hecho por una mezcla de ambición, falta de valores éticos, mejor morales, que aparcan cuando es menester, y algún otro ingrediente que no sé definir con precisión. Pero para lo que nos traemos entre manos bastan los dos primeros.
Partamos del hecho de que lo expuesto a continuación es fruto de una interpretación de la realidad totalmente personal, posiblemente sin ningún rigor científico, ni Dios que la fundó, pero que, desde mi punto de vista, sirve para explicar los comportamientos de una buena parte de las "élites" de todo tipo que pululan por la faz de la Tierra.


No parece constituir una idea muy descabellada que toda aquella persona que "triunfa" lo hace porque tiene esa idea metida entre ceja y ceja. O lo que es lo mismo: posee la ambición que le conduce a conseguir las metas que se ha propuesto. Posiblemente cuando se dibuja por primera vez la meta en la cabeza del futuro triunfador la citada meta es difusa y va cobrando forma a medida que sube los peldaños necesarios para llegar a su objetivo. No creo que el dueño de una gran fortuna que empieza desde abajo, o desde un escalón no muy alto tenga una percepción nítida de su destino. Dicha percepción va vislumbrándose con el paso del tiempo y a medida que adquiere el poder, del tipo que sea, que le va abriendo nuevas puertas hacia lo perseguido.
El ejemplo que se me ocurre para ilustrar el asunto es el de los cargos eclesiásticos de la Iglesia Católica. Aquel que no tiene ambición alguna acaba en una parroquia perdida, o no, o rodando por el mundo ayudando a personas con necesidades extremas, anteponiendo éstas a la fe. Los que desean detentar el poder se dedican a buscar el poder mediante ascensos en el escalafón.
El segundo punto, la ausencia u olvido voluntario en ocasiones pertinentes de ciertas normas, parece claro. Subir implica, en cualquier ámbito de la vida, dejar a otra gente abajo. Esta competición que podría ser "sana", guiándose por el viejo dicho: el que más chifle capador, dista bastante de esa salubridad. Subir escalafones en el poder político, religioso, económico o de cualquier otro tipo supone componendas para desbrozar el camino de competidores. Estas, llamémoslas, trampas implican buscar a los aliados precisos o pergeñar estratagemas que compliquen la vida al enemigo. No hablamos de brillantes estrategias comerciales o políticas. Más bien nos referimos a dar patadas por debajo de la mesa, cuando no clavar un cuchillo por la espalda. Esto en lo referido a competir con personas que se encuentran en un plano de igualdad, pero con aquellas personas que se encuentran en un plano de inferioridad suelen ser inmisericordes. Unos y otros utilizan a los de abajo para lograr sus fines (políticos, religiosos, comerciales...) utilizándoles como un mal necesario que les permitirá acceder a su ansiada meta. Pero no dudarán en tratar a estas mismas personas con toda la severidad posible si ello les permite conservar o mejorar su posición.


En el fondo todo se puede resumir en aquella frase que suscribe: el fin justifica los medios.
Se me ocurren algunos ejemplos que servirían para ilustrar lo que expongo, pero seguro que el amable lector podrá identificar lo escrito con personajes determinados, algunos tenidos como honrados y modélicos empresarios por los medios de comunicación, que no de información.
El que suscribe ha llegado hace tiempo a la conclusión de que no tiene interés alguno en ser un modelo social por haber conseguido una carrera repleta de éxitos en determinados campos como el político o el económico, lo del religioso iba a ser aún más complicado. Mis preferencias se alinean más con esos versos de Manolo Chinato que rezan: "prefiero ser un indio a un importante abogado". Tal vez todo se deba a que no tengo capacidad, ganas o, simplemente, a que no me apetece esconder en el armario un montón de cadáveres mientras me dedico a pontificar sobre lo que los demás deben hacer de su vida.
Un saludo.

2 comentarios:

Piedra dijo...

En esta sociedad de psicópatas, se premia y se potencia la competitividad, la agresividad, el individualismo. Por tanto, cualquiera que triunfe en ella tiene todas las probabilidades de poder ser considerado un, con perdón, hijo de la gran puta.
Estamos en una sociedad enferma que crea enfermos y desprecia y persigue a quienes luchan por el bien común, por la igualdad, pos la ética, por la belleza de la vida en su sencillez.
Una moral impuesta y completamente amoral, jamás podrá suplantar a aquellos valores que nos son innatos,por mucho que lo pretendan no pueden ocultarnos el sentido del bien y del mal, siempre habrá personas (herejes) que denuncien la locura y la barbarie y se nieguen a ser cómplices de ella, algún día quizás incluso sean escuchados por la mayoría y este mundo deje de ser el estercolero que es.

PACO dijo...

Hola Piedra.
Me alegra leerte de nuevo.
Sobre tu comentario no tengo nada que añadir, se puede decir más alto, pero no más claro.
Un saludo.