viernes, 22 de marzo de 2013

IMBÉCILES SISTÉMICOS.

Reconozco que la primera vez que escuché el término sistémico fue aplicado a la terapia. En uno de los cursos que realicé hace más de una década, y que marcaron mi visión como profesional de la educación, apareció este término, que por experiencias personales me pareció daba respuesta a ciertos problemas, difícilmente abordables de otra manera. Sin embargo, hete aquí, que con el paso del tiempo la palabra sistémico aparece otra vez en mi vida, y esta vez no aplicada a algo positivo,sino al caos, o a algo muy parecido. Sí, querido lector, en esta ocasión el vocablo de marras se liga a otro término, crisis, y a uno le empiezan a temblar, a base de bien, hasta las meninges.
Una vez cogida la práctica en la entrada publicada el lunes, he vuelto a buscar en un diccionario el significado de un término, él que nos ocupa, encontrando lo que sigue:

Sistémico: perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema; general por oposición a local.

Esta acepción, la primera de las tres que se recogen, resulta la que más se ajusta a lo que buscamos, o al significado que normalmente se da a sistémico (las otras dos hacen referencia a la medicina y no considero que sea lo más apropiado para desarrollar esta entrada).
Parece claro que cuando los economistas, patológicos o no, se refieren a sistémico intentan expresar que, por ejemplo, la caída de un banco conllevará tales repercusiones que afectarán a todo el sistema económico. Casi sin querer he profundizado en el meollo del tema que nos traemos entre manos: la quiebra de una gran entidad financiera arrastrará a todo el sistema, provocando una crisis de "incalculables" consecuencias.
Tal vez merezca la pena analizar como hemos llegado a tener esos "monstruos sistémicos" que, ellos solitos, pueden acabar con la economía del mundo mundial (o eso dicen).


Durante las últimas décadas se ha producido un proceso de concentración, tanto empresarial como financiero, que ha creado grandes entidades, que manejan grandísimos presupuestos, muchos de ellos más falsos que una moneda de trece euros (de otra forma no se podría explicar que los paraísos fiscales tuviesen entre sus clientes a estas corporaciones). Fruto de esa concentración, entendida como necesaria por los economistas patológicos (vete tú a saber porque razones "científicas"), se laminó buena parte de la competencia en determinados sectores, creándose oligopolios. Por si esto fuera poco, la existencia de estos "gigantes" propició que su desaparición pudiera generar un "agujero" en el sistema, pues estas  corporaciones copaban una parte significativa del mercado, vendiendo sus productos. Ésto aplicado al mundo de la banca debería generar un efecto dominó que haría saltar la banca (perdón por el juego de palabras tan chusco). Dicho efecto dominó produciría, como ya se ha dicho, un problema "irresoluble", que generaría daños incalculables al sistema económico. ¡Paparruchas! Analicemos la realidad y nos daremos cuenta de la tremenda  majadería que supone todo lo dicho.
Para empezar reflexionemos sobre los payos que dicen ésto: los mismos que hablaban en 2005, hasta en 2007, de un modelo de crecimiento magnífico, ilimitado llegó a decir alguno de ellos. Por tanto, su criterio es tan válido como el del peluche con el que duerme mi hijo.


Analicemos ahora lo que se está haciendo para evitar ese riesgo sistémico. Como podemos comprobar en estos días en Chipre, las medidas para evitar ese riesgo sistémico consiste en insuflar con dinero público (un dinero que, por otra parte, dudo mucho que exista en realidad) oxígeno a las entidades finacieras, bancos, pésimamente gestionadas por los mismos que hablaban de crecimiento ad infinitum y sandeces por el estilo. Las consecuencias de robar el dinero de los ciudadanos, el de todos nosotros, para tapar la necia y estúpida gestión de los seguidores de la economía patológica que copaban las directivas de los bancos, no es otra que el empobrecimiento generalizado de los ciudadanos. ¿Puede existir mayor crisis sistémica? Según los imbéciles que intentan regir nuestros destinos, sí. Sin embargo, la realidad, esa tremenda dictadora, nos devuelve, día a día, la tremenda realidad: el sistema, que los economistas patológicos defienden a capa y espada (por puro interés), se encuentra tan horadado que no tiene salvación alguna. La crisis sistémica existe  y la han producido las malas prácticas de unos pocos iluminados, que han demostrado ser unos incapaces cuando han accedido al poder político (el desgobierno de Monti, por ejemplo, acaba de reconocer que los datos de crecimiento de este año van a ser negativos, muy negativos; el PIB de Italia va a disminuir algo más del 1%, mientras el paro sigue subiendo sin parar). Pero la crisis sistémica no se debe a que los bancos caigan, sino a la miseria a la que están conduciendo a una buena parte de la ciudadanía europea, estadounidense y de otros muchos lugares. Es más, como se demostró en Islandia, la caída de los bancos puede servir de punto de partido para empezar a crear una economía real, no la majadería, preñada de términos absurdos, que crearon unos cuantos petimetres para que los que más tienen más se enriquezcan y, de paso, enriquecerse ellos.


A modo de resumen, para concluir, podemos decir que el problema no radica en que haya que salvar a uno, dos o cien bancos, pues bastaría con nacionalizar los bancos, como se ha hecho en algunos países,  recuperando el dinero invertido gracias a una gestión coherente, que sirva para reactivar la economía real, no la financiera. El quid de la cuestión reside en que unos fulanos, tan zafios como incompetentes, pretenden salvar un sistema, a costa del sufrimiento de los ciudadanos, del recortes de derechos a los mismos y del saqueo sistemáticos a sus bolsillos, recibiendo a cambio menos servicios cada vez. La crisis sistémica sí que es un grave problema, pero no para los bancos o para sus gestores. Es un grave problema para los ciudasnos, que soportamos como unos botarates, bien comidos y vestidos, intentan convencernos de que puede llegar el Coco si no les hacemos caso; sin enterarse de que el coco ya ha llegado, lleva varios años instalado a sus anchas entre nosotros y que ha venido gracias a sus "inteligentes" medidas. Medidas que sólo se le pueden ocurrir, perdonen la expresión, a un imbécil sistémico (considerando la palabra imbécil como una forma de taxonomía usada durante parte del siglo XIX para definir a personas con discapacidad intelectual).


Por cierto, me gustaría aclarar una cuestión. Seguramente alguien, con razón, pueda alegar que en ciertos países, los denominados emergentes, sus ciudadanos viven mejor. Cierto, al menos en algunos, en países como la India el "reparto" de la riqueza sigue siendo mínimo. Sin embargo, a nadie se le oculta que, por ejemplo, en China el porcentaje de las rentas del trabajo, lo que se llevan los trabajadores, ha disminuido en los últimos díez años de forma significativa. En resumidas cuentas, existen muchos más ricos, y cierta clase media, porque se han repartido una cada vez mayor parte del pastel. Justo, justo, justo, lo que ocurre en el resto del planeta y nos ha llevado a esta gran estafa. De hecho problemas como la seguridad laboral, la explotación, lindando el la esclavitud constituyen cuestiones a resolver en el país asiático (junto con la eficiencia energética, la corrupción en los cargos intermedios e inferiores del partido único, la contaminación, la gran burbuja inmobiliara, que contribuye lo suyo a que el PIB creca tanto,...).
Un saludo.

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