jueves, 2 de mayo de 2013

RELATOS CORTOS PRIMAVERALES

La fiesta de despedida podía considerarse un éxito. Compañeros, de los que hacía décadas no sabía nada, antiguos alumnos, que reconocía con facilidad, a los que colocaba nombres y apellidos sin equivocación, a pesar de los visibles cambios y el tiempo transcurrido desde la última vez que les vio, su familia, una representación de las autoridades locales, todos estaban allí para acompañarle en su último día como maestro. Sin embargo, a pesar de las lágrimas que habían desfilado por sus mejillas, fruto de la emoción, en algunos momentos del acto, su única preocupación en esos momentos no era otra que intentar aplazar la cena en homenaje a él que sus compañeros habían planeado al final del trimestre. Si todo transcurría como le habían contado los médicos, por aquellas fechas acabaría de recibir su segundo ciclo de quimioterapia.


Miraba de manera compulsiva el reloj de su muñeca, lo que unido al lugar donde se encontraba, dando pequeños paseos de ida y vuelta, no dejaba lugar a dudas sobre lo que hacía, esperar a alguien. Su forma de vestir, ropas recientemente estrenadas y de cierta calidad, parecía indicar que la cita constituía algo más que una rutina en la vida de ese hombre que, de nuevo, acababa de consultar la hora. En el tramo de tiempo que duró la espera, casi media hora, el gesto se repitió varias docenas de veces. Todo acabó cuando apareció ella. Radiante, deslumbrante, pensó nada más verla.
Ella le sonrió y él hizo otro tanto. Un apretón de manos y un beso furtivo bastaron para que ambos emprendieran la marcha y comenzaran a conversar.
- ¿Llevas mucho esperando?
- Un rato, pero no importa. Ya estás aquí.
- Lo siento, me han surgido ciertas complicaciones de última hora.
- Olvídalo. Estás radiante.
- Gracias. Por cierto, sigues cobrando lo mismo que la última vez.
- Sí, mi tarifa es la de siempre, y más para clientas tan especiales como tú.


Allí, en su trabajo, no podía evitar acordarse de ella. Su sonrisa, atrapada de manera perenne en su recuerdo, iluminaba aquel cuarto impersonal. En su alma, de cuya existencia dudaba desde hacía muchos años, dos sentimientos luchaban por copar todo el espacio. La pena generada por la distancia física entre ambos y el amor, como nunca lo había sentido, que la anegaba. El impersonal reloj de pared le devolvió la mejor noticia que pudiese imaginar: en media hora estaría con la niña que había traído al mundo hacía algo más de cuatro meses, de la que se había separado por primera vez para reincorporarse a su trabajo.


- Fue una gran persona. Ayudó mucho a los demás cuando lo necesitaban- le dijo para intentar consolar a su viuda.
- Sí, siempre echó una mano a todos los que le necesitaban- respondió ella.
- Aún recuerdo como me dejó dinero cuando lo necesitaba y me aconsejó sobre lo que debía hacer cuando me quedé en paro. Le debo mucho- intervino una tercera persona, que se acababa de sumar al velatorio.
- A Mari Luz le hizo un gran favor, cuando intercedió por ella. De no haber sido por él ahora estaría en muchos problemas- volvió a intervenir el hombre que habló el primero.
- La verdad que sí. Y ahora... míralo. Ahí dentro de ese ataúd. Es una pena...- repuso una mujer que hasta el momento no había participado en la conversación.
Estas últimas palabras provocaron el llanto desconsolado de la viuda. Las frases incompletas, estereotipadas, actuaron como el percutor que golpea la bala y provoca una explosión con final incierto.
Las lágrimas y el sonido sordo que las acompañaban cesaron cuando un desconocido preguntó por el hombre que yacía en lo que iba a ser su última morada. Su mujer se apresuró a aclarar al recién llegado que la persona por la que preguntaba era la misma que el fallecido que se encontraba en la habitación contigua.
- Imagino que esta denuncia por malos tratos, interpuesta por su mujer ya no tiene ningún sentido- advirtió aquel hombre, mientras se encaminaba a la puerta.

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