miércoles, 13 de junio de 2012

¿QUIÉN SOY YO?

Hoy voy a contar una batallita personal. Lo siento sufrido lector.
Como la mayoría de lectores de este blog mi profesión es la de maestro. Soy un maestro más en un colectivo de miles y miles de maestros, y no me considero ni mejor ni peor que la media de mis compañeros de profesión. A veces meto la pata hasta el corbejón y otras acierto, como todo el mundo. Lo dicho, uno más en un colectivo muy numeroso. Sin embargo siento la necesidad, por motivos que no vienen al caso, de contar aquello que define mi forma de trabajar, y que me lleva a acertar y a equivocarme.
Mi forma de trabajar se basa en cuatro principios: observar, analizar, motivar y recordar que todo lo que pasa tiene un por qué. Tal vez esta sencillez constituya algo fundamental en un tipo tan limitado como yo. 
Me gustaría analizar estos cuatro puntos, procurando no extenderme, y luego contar alguna cosilla más, que permitirá al lector completar la visión de lo que intento transmitir.
Empezaré por el último punto de los cuatro: todo tiene un por qué. Para ello voy a contar una batallita lejana ya en el tiempo. Recuerdo que hace unos quince años recibí un curso por parte de dos miembros, debería decir miembras, del equipo de Miguel Ángel Verdugo, uno de los tipos más reconocidos en retraso mental a nivel internacional, que es el campo que me ocupaba en aquel tiempo. En un determinado momento del curso nos expusieron un caso, real, de una persona con retraso mental severo que, aparentemente, tenía pica (trastorno que consiste, explicado de manera chusca, en comer cosas incomestibles), pero que sentía especial predilección por todo aquello que tuviera yeso. Nos preguntaron sobre la causa de tal conducta tan extraña. No voy a enrollarme mucho sobre como transcurrió el debate, pero tras una análitica que le realizaron al chaval descubrieron que su organismo tenía unos niveles de calcio bajos (el yeso contiene, entre otras cosas, calcio). Esa pequeña anécdota me marcó de manera decisiva, desde aquel día tengo muy claro que todo tiene una causa, bien orgánica, bien llamémosle de índole intrapersonal, posiblemente sea mejor decir perteneciente al mundo psíquico de cada persona. Este forma de entender la cuestión educativa me conduce al segundo punto: la observación, que no puede desligarse del análisis.
Cuando trabajo con algún chaval, mi especialidad es la Pedagogía Terapéutica, la educación especial, para que nos entendamos, no me planteo hasta donde pueden llegar o no. Mi propósito es contemplar cual es el siguiente paso que se debe dar. A partir de aquí empieza la fiesta. 
En determinados casos los chavales parecen no aprender nada de nada. En esos casos se cambia el sistema. Se fragmentan, aún más, los pasos para conseguir  los aprendizajes y se busca que el método se adapte a las capacidades de los chavales, generalmente se recurre a la manipulación y/o a la presentación visual de la información. Sin embargo, no siempre funciona. Aquí entra en juego la observación y el análisis. Es en este momento cuando nos encontramos con cuestiones tan paradójicas como aquellas situaciones, relativamente frecuentes, en las que el alumno trabaja cuando tú estás a su lado, no necesariamente indicándole lo que tiene que hacer, y, sin embargo, parece tener un colapso intelectual cuando atiendes a otro alumno. Incluso he visto algún caso en que "misteriosamente" un alumno era incapaz de aprender el 16, el l7, el 18 y el 19 y reconocía y escribía el 47 o el 58. Evidentemente, en ambos casos no había un problema para realizar la actividad o para aprender dichos números. En el fondo había algo distinto a lo meramente intelectual. En el primer caso el alumno necesita la atención, por motivos varios, del docente para realizar la actividad. En el segundo caso, por motivos que cada cual puede explicar a su manera, el alumno ofrece resistencia a reconocer que sabe esos números. 
Alguien pensará que estoy alucinando y, lo más importante, para que coño pagamos con dinero público a este tarado. Tal vez un ejemplo aclare al lector lo que quiero explicar.
Durante un mes, mes y pico, estuvimos, la tutora y yo, trabajando la decena entre el diez y el diecinueve, y el alumno parecía no aprenderla nunca. Decidimos seguir adelante y, más adelante, seguir trabajando dicha decena. No hizo falta. Introduciendo la suma con llevadas a dicho chaval, dos semanas después de haber consensuado seguir avanzando con el temario, descubrimos que no tenía ningún problema en escribir los números de dicha decena cuando eran el resultado de una suma. Parece que el problema no era su capacidad; más bien se trataba de motivación, de ganas de llamar la atención.
En otros casos estar atentos a las discrepancias que manifiesta el alumno en la ejecución de tareas similares, cuando no idénticas. El ejemplo anterior, no sé una cosa y no la aprendo, no es infrecuente en mi labor. Sin embargo, de vez en cuando, cuando el alumno está "relajado" y, por ejemplo, establece un diálogo con otro compañero o con el adulto, a veces este diálogo busca comprobar estas discrepancias, tiene un "desliz" y de repente expresa lo que no le entraba en su cabeza ni a tiros. ¡Sorpresa! Juro que me ha ocurrido alguna vez. La primera vez se me quedó cara de gilipollas, las siguientes no, proporcionando un punto de partida para trabajar.
Cuando existe un problema se trata de analizar el por qué, huyendo de los prejuicios, para intentar tener una  visión global del alumno, huyendo de los tópicos. Huir de los tópicos es fundamental en todo momento, pero especialmente con aquellos alumnos que podíamos definir como los malotes oficiales (reconozco que siento predilección por ellos). En muchos casos basta ver como reaccionan ante una palabra, un elogio o cualquier otro gesto de este tipo para comprobar que bajo la capa de malo malote hay un fondo que necesita que le llenen de confianza, sin olvidar explicar que es lo que se espera de ellos y, cuando es menester, cortar las conductas disruptivas de manera tajante. 
Volviendo a la interpretación del por qué de las cosas. Las llamadas de atención, que eso son muchas conductas de los críos, todas tienen una causa. Encontrar la causa se convierte en un trabajo que me encanta. No siempre soy capaz de hacerlo, pero cuando lo consigo me permite comprender mejor que debo dar al crío para que las cosas funcionen. Reconozco que no siempre funciona, incluso teniendo claro lo que ocurre, pero en muchos casos sí. Tal vez sea esto lo que me lleve a utilizar este método, que se debe depurar una y otra vez para intentar que funcione con todos los alumnos.
El último punto: la motivación, es fundamental. Motivar a los alumnos, que recuperen o adquieran un sentimiento de autoeficacia, que les permita una cada vez mayor autonomía en su trabajo. Dicho aspecto, la autonomía debe convertirse en  la meta última por la que se ha de regir en todo momento el proceso enseñanza-aprendizaje. A mayor motivación intrínseca, más autonomía y todo lo que se avance en este aspecto, por poco que sea, es un cargamento que lleva el chaval en su mochila para toda su vida.
Grosso modo, podía extenderme más, especialmente con lo de la observación, estos son los pilares sobre los que se basa mi actuación docente. Podría hablar de el reto que supuso, y supone, ser capaz de explicar problemas de Matemáticas incosistentes (aquellos en los que el enunciado dice más y es una resta o viceversa) u otros de, por ejemplo, de dividir donde no se trata de repartir. Igualmente podría extenderme en cuestiones sobre como intento enseñar a que los alumnos avancen a la hora de elaborar unas producciones escritas cada vez más complejas y mejor elaboradas. Pero eso no creo que aporte gran cosa a lo ya referido hasta el momento. Por tanto concluiré aquí la entrada para no seguir aportando datos que no suponen nada sustancialmente distinto a lo aportado hasta el momento.
Un saludo.

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