domingo, 28 de agosto de 2011

MÁS DE MI

Uno tiene la impresión de que despellejar a los ímbéciles que rigen nuestros destinos es cuestión harto necesaria, para él que suscribe tiene cierta facilidad. Dicha facilidad se convierte en mayor dificultad, casi en obstáculo insalvable, cuando se trata de hablar de uno mismo. Y eso, sortear la dificultad que supone hablar de uno mismo, es lo que me apetece hacer hoy, en esta entrada dominical. Por lo tanto, querido lector, si no le interesa la vida de este humilde bloguero, encontraré justificado que no pasé de esta línea. Si desea seguir, aquí va un relato, narrado en primera persona, como corresponde a una narración autobiográfica.
Durante el tiempo que duró mi enfermedad, al menos durante el año, aproximadamente, que la cosa llegó a extremos insostenibles, se produjeron una serie de cambios en mi visión del mundo, especialmente de las relaciones humanas, que, de manera progresiva, me han llevando hacia una deriva más honesta, al menos así lo pienso, conmigo mismo. 
Desde el momento en que el diagnóstico de trastorno ansioso depresivo se coló en mi mente, dejando intacto un armazón podrido hasta la médula, intuyó que algo se movió entre la carcoma, buscando un punto, de claridad o de oscuridad, no lo tengo claro, a través del cual otear la realidad que seguía ahí, esperando ser atrapada, siempre que mi miseria interior no lo impidiera. 
Los pasos, más o menos conscientes, más o menos premeditados, en ese sentido han sido, y son, firmes. En un primer momento un estallido de coherencia me impulsó, buscando comenzar el movimiento que me habría de llevar a otro lugar, que debiera ser todo lo acogedor que fuera menester para aposentar mi existencia sin grandes sobresaltos. De ese primer momento ya hablé hace tiempo y ya dí las gracias a quien tuve que hacerlo, por lo que no deseo extenderme sobre el asunto ni una palabra más.
Un segundo momento estuvo protagonizado por una psicóloga, que me introdujo en el mundo de la relativización de los sucesos vitales. No se trataba de Zen ni monsergas por el estilo, hablo de la manera de abordar los acontecimientos estresantes de nuestra vida. Dicha terapia se convirtió en un descubrimiento asombrosamente poderoso para mejorar mi percepción del mundo que me rodea, especialmente de las relaciones humanas, pues me permitió identificar aquellas situaciones que, mal manejadas, me convertían en un juguete en manos de la ansiedad. Aunque,a pesar de todo lo escrito hasta el momento, intuía que algo faltaba para exorcizar por completo mis demonios interiores, cosa que, presiento, nunca conseguiré de manera completa.
Y, de repente, hace unos meses apareció. Una especie de rabia afloró sin previo aviso. Rabia positiva hacia mi hijo, que me impulsaba a mirarle y amarle como, creo recordar, nunca había hecho. Rabia negativa hacia todo aquello que me rodeaba y que era una farsa para mantener un status quo, que en bien poco me beneficiaba y corroía hasta el último milímetro de mi consciencia.
En ello estamos en este momento. El proceso no está resultando fácil, pero empiezo a entrever a una persona que conocía desde hacía muchos años, a la que había perdido la pista de manera inexpicable y con la que me gustaría volver a retomar el contacto. Ni más ni menos me he encontrada a mi mismo, o a una buena parte de mi mismo. A pesar de lo doloroso, difícil o duro que pueda resultar, a mi personalmente esa rabia me está sirviendo para crecer, para comprobar que no sólo una enfermedad te puede alejar de lo que has sido y en el fondo eres y serás.
He acabado agotado de soportar en mis hombros el peso de idiotas, hipócritas y personas de escasa o nula inteligencia, cuya única función en este mundo es intentar modelar a los demás para que naden en su esencia de infelicidad y miseria. Pero, como he dicho, una rabia, unas ganas de allanar el camino que me queda por recorrer, poco o mucho, me impele a seguir viviendo todo lo vivible de la única manera que sé: a mi manera.



Un saludo.

No hay comentarios: