miércoles, 6 de junio de 2012

BLANCA NIEVES

Salió Blanca Nieves, como todos los días, a eso de las diez de la noche. Encaminó sus pasos hacia una plaza de contados árboles, hierba igualmente escasa y enlosado regular, jalonado por una veintena de bancos, en uno de los cuales le estarían esperando su grupo de amigos. Entre ellos se encontraría, si alguna discusión con sus padres no lo había impedido, su nuevo novio, Rafa. Rafa no se diferenciaba en gran cosa de sus anteriores ligues: compartía sus gustos musicales, vestían el mismo tipo de indumentaria y en cuanto había ocasión la proponía practicar el sexo. 
Si no recordaba mal Rafa era el séptimo chico al que podía llamar novio, o algo parecido, en sus 21 años de existencia. Con los demás, excepto con Luis, no hubo una causa para romper. Simplemente sucedió. Sucedió, como sucedió enrollarse con ellos; como sucedió decírselo a las amigas o como sucedió acostarse con ellos, salvo con Luis, de forma natural.
Lo de Luis fue harina de otro costal. Ella se sentía atraída por Luis, tal vez la palabra atracción se quede corta para expresar lo que en realidad devoraba sus entrañas, y éste no puso obstáculo alguna al inicio de la relación.  Tal vez fuera ese deslumbramiento que cegaba a Blanca, lo que evitó que ésta se apercibiera de algo que resultaba evidente para todo su grupo de amigos: Luis era homosexual. Pero esa fase en que las hormonas mandan más que el cerebro, conocida vulgarmente por el nombre de enamoramiento, pasó y tuvo que rendirse a la evidencia: jamás podrían establecer una relación de pareja. A pesar de todo, y tras un pequeño período de acomodación, donde las palabras que se dirigían eran escasas y meramente de cortesía, surgió una amistad, se podría decir, sin miedo a equivocarse, estable y sincera.
Pero esa noche Blanca iba a convertirse en algo especial, iba a encontrar a su príncipe.
Todo ocurrió como suceden estas cosas, sin premeditación alguna. Entraron todo el grupo en uno de los bares de moda del momento y él se acercó a ella, ofreciéndole aquello que le podía dar. Fue suyo a cambio de nada. Él se lo ofreció de manera desinteresada y ella creyó haber encontrado su paraíso particular. Su estado de ánimo cambió de manera ostensible, encontrando a su vera un bienestar que no había sentido con anterioridad. Supo que aquello constituiría a partir de ese momento una parte fundamental en su vida.
A partir de esa noche ella buscó compartir más momentos con su nuevo amor. Amor que le trasladaba donde nunca antes ninguna de sus siete relaciones, más o menos formales,  habían sido capaces de transportarla. En su presencia todo se transformaba, consiguiendo que su vida se llenara de una euforia vital que no deseaba perder por nada del mundo.
De manera progresiva se distanció de su grupo de amigos y empezó a vivir sólo para su nueva relación. No le importaba haber roto cabos y navegar exclusivamente en su compañía. Blanca sentía como su deseo aumentaba día a día; no pudiendo, ni deseando, romper amarras con su nuevo príncipe, al que estuvo ligada durante quince años.
Sin embargo, como toda historia de amor pasional, la pasión se convirtió en vacío. Y como otras muchas peripecias vitales de este tipo, la de Blanca Nieves acabó de una forma típica: cuando los médicos de aquel centro psiquiátrico la diagnosticaron esquizofrenia paranoide, causada por su politoxicomanía. Había encontrado a su madrastra.

1 comentario:

Luis Fer dijo...

Me gusta la historia, y si se puede "poetizar" será una buena canción.