martes, 22 de noviembre de 2011

ACCIÓN REACCIÓN (I)

Cierto derrotismo, llamémosle así, se ha instalado entre muchas personas de mi entorno. Dicha sensación no tiene sólo que ver con la victoria del P.P., que, a los sumo, lo que contribuye es a acrecentar la visión negativa del presente y el futuro. Más bien se trata de un percepción generalizada de que un tipo de sociedad, la que hemos conocido hasta ahora, parece hallarse en quiebra, sin posibilidad alguna de remisión; esperándonos tiempos de restricciones y pérdidas de derechos. Además, basándose en extraños arcanos, algunas de esas personas parece que focalizan la génesis de esos problemas sobre el ciudadano de a pie, "ese gran dilapidador de recursos individuales y colectivos". Pues yo digo: no. Esta sensación, real, forma parte de una maniobra interesada, auspiciada por unos pocos: los que se están lucrando con lo que está ocuriendo o los que aún pasándolas canutas ,tienen mucho más que perder que que ganar si todo esto cambia. 
Tal vez deberíamos ir poco a poco; desmontando falacias, buscando culpables (va siendo hora de señalar a los culpables),proponiendo soluciones y, ante todo, considerando el medio y largo plazo.
Una de las mayores estupideces que se oyen por doquier es esa que dice: "no hay dinero para pagar el estado del bienestar". Sería fácil alegar que algunos de los países europeos más pujantes tienen un estado del bienestar tremendo, infinitamente mejor que el nuestro. Por ejemplo: Alemania, Finlandia, Holanda o Austria. Con este argumento bataría para desmontar la tremenda herejía que supone asociar estado de bienestar a países pobres o con escaso nivel de desarrollo. Igualmente sería fácil desbaratar la idea disparatada que defiende que el estado de bienestar genera déficit. Bien al contrario, el dinero invertido revierta al estado de varias formas: menos parados, mayor recaudación impositiva o en aspectos más intangibles como la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos (que, por tanto, usarán menos los servicios y generarán menos gastos a las administraciones), mayor formación de los ciudadanos, lo que bien encauzado puede contribuir a generar, a medio y largo plazo, mayor riqueza o, para uno que viaja a menudo una cuestión importante, unas carreteras mejores contribuirán a que disminuya el número de accidentes de trafico, con las consiguientes víctimas, especialmente los heridos, que además de la desgracia personal suponen un gasto sanitario considerable.  En resumen: invertir puede suponer un gran ahorro a medio y largo plazo (atentos a lo de medio y largo plazo porque es más importante de lo que parece).



Pero no, tampoco va a ser este argumento el que voy a utilizar para demostrar que si hemos llegado a esta situación, reversible, es a causa de unos políticos sumamente necios, que encima no tienen ningún sonrojo a la hora de hablar de situaciones insostentibles.
Cuando hablamos de estado de bienestar, de cuadrar las cuentas, siempre solemos incidir en el gasto; craso error, pues miramos donde quieren que miremos, hacia el lugar donde a los que poseen el gran capital les beneficia. Veamos a lo que me refiero.
Cuando hablamos de unos presupuestos equilibrados, lo que no significa sin déficit, sino sin un gran déficit, que no es lo mismo, podemos hablar de gastar lo justo, de ingresar lo necesario vía impuestos y/o de que las administraciones generen ingresos de otras formas. Vamos a empezar por aquí, para abordar después el capítulo de la recaudación.
Cuando me refiero a generar ingresos por parte de las administraciones, especialmente por parte de la central, planteo la posibilidad de conseguir dinero gestionando empresas públicas (¡oh Dios el anatema, la empresa pública!) como por ejemplo: Loterías y apuestas del estado, la banca pública de ciertos Landers alemanes o del algún estado estadounidense, multinacionales como Renault o la eléctrica italiana ENEL.
¡Por Dios, empresas públicas! Pues sí, empresas públicas que reporten dinero al estado a cambio de un servicio. En este país hasta hace apenas dos décadas había una significativo número de empresas públicas, que generaban beneficios, además de empleo. CAMPSA, Endesa, Telefónica, Argentaria eran algunas de los nombres que eran de todos. Progresivamente, estas empresas se fueron privatizando, pasando de ser el empleo en empresas públicas del 12% a algo más del 4%. Tras el Reino Unido hemos sido el país más "privatizador de puestos de trabajos" de Europa. Parecía que todo iba a ser fantástico: el Estado iba a ingresar un dinero, la competencia iba a beneficiar al ciudadano... ¡Bobadas! Nadie en su sano juicio considera que es rentable vender, en algunos casos malvender, una empresa que genera beneficios año tras año. Los beneficios acumulados siempre serán muy superiores y, por si fuera poco, tenemos el caso de ENEL, con cerca de un tercio del accionariado directamente o indirectamente controlado por el estado italiano. ENEL, la empresa eléctrica italiana, uno de los gigantes del sector, es la corporación que cotiza en bolsa con mayor número de accionistas de toda Europa. Es decir, que incluso los particulares pueden beneficiarse de dicho estatus de empresa pública, o semipública en este caso. Pero uno intuye que cuando la eléctrica italiana reparte beneficios el estado se lleva un pico, que revierte en todos los ciudadanos.
Yo nací en una ciudad donde hace tiempo se privatizó el servicio de aguas, esa que podría haber sido una fuente sustancial de ingresos, aún más, de muchos ayuntamientos, que ahora se quejan de no tener dinero. Obvio los comentarios que me hacía un trabajador de dicho servicio, trabajador que desempeñaba su labor  desde antes de que fuera privatizada, que como podrá comprender el lector no eran nada gratificantes, pero a uno no le entra en la cabeza que un servicio que da bastante pasta se ceda, en las condiciones que sea, a una empresa privada. Si el negocio produce beneficios, muchos, ¿para que dárselo a una empresa? Cierto que los ayuntamientos reciben dinero, pero si la empresa tiene para pagar al ayuntamiento y, por supuesto, es capaz de ganar dinero, ¿cuánto dinero estamos regalando a la empresa privada? Dinero que ahora nos vendría de perillas. Por cierto, una vez más el precio ha subido exponencialmente y la calidad de la misma ha disminuido, igualmente, de manera exponencial.



¿Y la competencia? Lo de la competencia entre multinacionales es una milonga. Baste ver la diferencia de precios de carburantes entre estaciones de servicio, mínimos, con unos precios dirigidos, subiendo y bajando acompasadamente, según los dictados de las grandes multinacionales. Tres cuartas partes de lo mismo pasa con la empresas de telecomunicaciones o con las eléctricas, sectores ambos investigados por pactar precios. El caso de la banca es sangrante, como ya expuse en una entrada anterior. Aquí no sólo se trata de ganar dinero, sino de que este fluya entre pequeños y medianos empresarios y entre los consumidores y, a fecha de hoy, la única que podría hacer ésto es la banca pública.
Como se puede comprobar el estado tenía fuentes de ingresos, pero pareció buena idea en las décadas que van de la del ochenta hasta la actual, privatizar empresas que eran de todos y que generaban beneficios a todos. Alguien podrá alegar que de no haber vendido ahora tendríamos más déficit. Tal vez, pero lo más probable es que no fuera así, pues las ganancias generadas por esas empresas habrían, como poco, suplida esa falta de dinero por no vender dichas corporaciones y, además, tendríamos en nuestro poder, el de todos los ciudadanos, esas empresas.
Además habríamos evitado otro problema: la deslocalización de algunas empresas, el ejemplo más claro es el de Teléfonica. Dicha política, la de la deslocalización, provoca un mayor número de parados en nuestro país, cuya prestación ha de salir del bolsillo de los ciudadanos.
¿Realmente fue tan buen negocio privatizar estas empresas? ¿Como colectivo hemos salido beneficiado de este tipo de políticas? ¿A quién ha favorecido realmente este tipo de actuaciones privatizadoras que comenzaron con el gobierno de Felipe González? Aquí dejo estas preguntas y me dispongo a abordar el segundo punto, el relativo a los impuestos.
Mucha gente, como dije con anterioridad, repite la estupidez aquella que reza que el estado de bienestar no es sostenible. Curiosamente, las personas que repiten eso y que están en el poder o revoloteando en torno a él, son los mismos que han defendido y defienden la bajada de impuestos, aspecto éste que, casualmente, ha favorecido infinitamente más a los más acaudalados.
La pregunta parece obvia: ¿qué se ha conseguido bajando los impuestos a los más pudientes? La respuesta parece clara: que el dinero esté cada vez concentrado en menos manos. ¿Esta bajada de la recaudación impositiva ha creado riqueza? Depende de lo que se entienda por riqueza. Si riqueza consiste en que todos tengamos cada vez más, aunque sea en forma de servicios, la respuesta es no. Si riqueza consiste en números chuscos como el P.I.B. la renta per cápita y medidas estadísticas que distorsionan la realidad, la respuesta puede ser sí y actualmente ni eso. Si riqueza consiste en que el coeficiente de Gini tienda cada vez más a cero en nuestro país (lo que implicaría que las desigualdades han disminuido), la respuesta en un no rotundo.
Por tanto, el estado de bienestar es totalmente sostenible. Es más, con una economía sumergida en torno al 25% y una de las fiscalidades reales más bajas de toda Europa, con mucha diferencia, se pudieron aumentar en período de bonanza las prestaciones sociales.


Uno echa en falta que los que más tienen más paguen y que lo hicieran de una manera progresiva (lo de los rendimientos del capital es escandaloso). Tampoco sería descabellado exigir que el número de funcionarios dedicados a perseguir el fraude fiscal aumentase de manera evidente. De nuevo, una medida como ésta, que en un principio podría ser costosa nos resultaría muy rentable a medio y largo plazo. Tal vez, seguro, existe dinero para cuadrar las cuentas, pero no hay intención alguna de buscarlo, porque habría que pisar algún callo a los poderosos y eso no interesa a los que se han aupado la poder y a los que lo van a dejar, no se diferencian mucho los unos de los otros. El sistema que les permite medrar lo sostienen aquellos a los que deben meter el dedo en el ojo y "nuestros representantes" tienen muchos defectos, pero saben bien lo que les conviene.
Por hoy ya he aburrido bastante al lector y creo que sería muy apropiado dejar algo para mañana.
Un saludo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Completamente de acuerdo, pero los políticos no lo están. Yo siempre he pensado que había que hacer una reforma fiscal, no privatizar empresas públicas, perseguir el fraude, e invertir en generar empleo en el sector público. Pero da la casualidad que desde el PSOE al PP piensan al revés que nosotros, y les han votado.
Por si fuera poco, Merkel, quiere ahora, desde esa mezquindad que la caracteriza, dos Europas, una rica y otra pobre, que le compre a Alemania lo que fabrica para seguir manteniendo su mercado interno en condiciones. ¡Y dirán que sí!
Saludos.

PACO dijo...

Buenos días.
Los políticos de los dos grandes partidos nacionales y de los nacionalistas no lo están, pero existen partidos minoritarios que sí plantean las cosas de otra manera. Es evidente que a los que sustentan ésto no les interesa que esos partidos vayan ganando terreno. Pero existen otras opciones diferentes a los partidos mayoritarios.
Sobre la Merkel nada más que decir que lo escrito por ti.
Un saludo.

Anónimo dijo...

se puede decir más alto, pero no más claro.
salud

PACO dijo...

Hola.
Me alegra que muchos compartamos las mismas ideas. Espero que, poco a poco, seamos más y no nos dejemos llevar por el miedo.
Un saludo.