viernes, 6 de enero de 2012

CRÓNICA DE UN FRACASO ANUNCIADO (I)

Cuando se decidió que hubiera café para todos, gobiernos autónomos por doquier, se intentaba, además de satisfacer a los nacionalismos, acercar la administración al ciudadano.¿En qué consiste acercar la administración al ciudadano? Básicamente en satisfacer aquellas necesidades de los administrados, basado todo ello en el mayor conocimiento de las mismas, debido a la proximidad de dichas administraciones, respondiendo con mayor eficacia. Gracias a ello se podría conseguir una mayor eficacia, incluida la económica, de la administración. Por desgracia la realidad nos ha acarreado algo bien distinto.
Aunque pudiera comenzar por el asunto del victimismo de los nacionalistas, ese que distingue entre pueblos y congregación de chusma que se dedica a esquilmar a sus prístinos y seculares pueblos, ungidos por el Mesías para la redención del mundo, no lo haré. Cada cual puede sentirse orgulloso de haber nacido en su tierra y puede amar a su tierra como desee. Allá cada cual y cada uno con el tamaño de su boina y su cayado mental (uno ya ha defendido que se puede estar a gusto, querer a su lugar de nacimiento o de "pacimiento", sin por ello despreciar lo que está ubicado tres pueblos a la derecha, fuera de las lindes de la finca patria. Es más, uno defiende que lo importante son las personas, no los mapas). Por ello pasaré a abordar el tema que me ocupa y preocupa en estos momentos: la corrupción ideológica y política que ha supuesto el estado autonómico.


Vaya por delante que la asunción de competencias en educación y sanidad por parte de las CC.AA. ha supuesto la contratación de mayor número de personal y la dotación de más infraestructuras en estos aspectos, aunque en algunos casos se ha despilfarrado el dinero sobremanera. Esta mayor inversión en políticas educativas y sanitarias me parece un acierto pleno; aunque resulta curioso que aquello que mejor han hecho las CC.AA. sea lo primero que se están cargando. La Historia les disolverá. Pero el hecho de que existan aciertos, faltaría más, no nos debe servir como elemento distractor sobre lo que ha supuesto el estúpido y, en muchos casos, detestable Estado de las Autonomías.
Una vez conformadas este tipo de administraciones pareció que todo iba yendo más o menos bien, especialmente porque muchas autonomías tenían muy pocas competencias y el pastel a repartir era pequeño. Aunque este tiempo fue el de aquellos que queriendo hacer política nacional aprovechaban las autonomías para aposentar sus posaderas y cimentar su poder en sus respectivas regiones, influyendo, o intentándolo, en la política nacional. En algún caso, como el de Aznar, la presidencia del gobierno de la comunidad les sirvió de trampolín para metas mayores. Pero este aspecto es el de las ambiciones personales, que no merece más espacio en esta entrada.
A la par seguían funcionando en todas aquellas comunidades autónomas que no eran uniprovinciales las diputaciones provinciales, instrumentos necesarios para llevar a cabo parte de las políticas de las CC.AA., como se recoge en los estatutos de autonomía. O lo que es lo mismo, los organismos administrativos creados para acercar al administrado la administración delegaba parte de sus competencias en otras instituciones preexisententes para, a su vez, cumplir con esa función. ¡Extraño hecho, pardiez! Parece que ya existían formas de prestar servicios a los ciudadanos de manera "cercana".
De manera progresiva las CC.AA. fueron asumiendo competencias, lo que implicó una mayor necesidad de personal, sobre todo de personal que mandase y "diese sentido al dictado de la Constitución". Si bien es verdad que el número de personal dependiente de la administración aumentó, no lo es menos que una parte significativa de ese personal, especialmente en muchos lugares a partir del año 2000, estaba relacionado con la sanidad y la educación. Aunque, curiosamente, el número de altos cargos, cargos de confianza y asesores externos aumentó sobremanera. Uno recuerda como no hace mucho se creaba un nuevo servicio dirigido a la dependencia y curiosamente sólo había altos cargos y dos funcionarios. Ahora sí se estaban repartiendo el pastel entre todos. Entre todos los colegas del partido, amigotes y familiares.

Mapa de la corrupción política en España

Por si ésto fuera poco cada CC.AA. debía distinguirse de la vecina en la forma de entender la política. Si bien es cierto que las necesidades de una comunidad como Castilla y León, con una población dispersa y bastante envejecida, son diferentes a otra como Madrid, cuyas características son las contrarias, las diferencias en la atención a los ciudadanos no se centraban tanto en éso como en el toque especial que cada caudillo autonómico daba a su reinado. Los unos apostaban por grandes actos; los otros por una apuesta por la educación, siempre diseñada desde arriba, sin contar con los protagonistas; los otros por el victimismo y por la representación externa y los otros, como los gallegos, por cosas diferentes en función de quien gobernara. Pero todos tenían una cosa clara: lo importante era pillar el poder fuera como fuera en la comunidad. ¿Para qué? Para detentarlo, sin importar el como y, en muchos casos, el para qué. Bueno, lo del para qué si parecía estar claro: para hacer y deshacer a su antojo.


El ejemplo más claro de lo expuesto anteriormente es el de Baleares. En las islas mediterráneas un pequeño partido, Unión Mallorquina, se convertía una y otra vez en la vez en la llave que permitía acceder al gobierno de dicha autonomía. Este pequeño partido era conocido por sus prácticas delictivas, hasta el punto que tuvo que refundarse por el altísimo porcentaje de dirigentes imputados por corrupción. A pesar de ello todos los partidos, todos, pactaban con Unión Mallorquina para acceder al poder. ¿Por quién miraban los dirigentes políticos, autonómicos y nacionales, que pactaban con dicho micropartido? ¿Por los ciudadanos? No, evidentemente. De ser así habrían denunciado las prácticas corruptas de sus socios. Por lo que únicos intereses que velaban unos y otros eran por los suyos propios. La única causa, nada oculta, era posar sus reales sobre la poltrona. El objetivo: permanecer cuanto más tiempo mejor sobre ella; al precio que fuere.
Si el nepotismo, el amiguismo, el clientelismo y demás ismos campaban a sus anchas, junto con el ansia de poder desmedida de auténticos mediocres que habían hecho de la política su forma de vida, todo pareció ir peor a medida que ocurrían dos cosas: por un lado, como se dijo anteriormente, la cesión de competencias aumentó el número de medradores profesionales que vivían de nada a cargo de dichas CC.AA. (no sólo ocurría en dichas administraciones, los ayuntamientos también han dado, y dan, mucho juego para los arrimados) y, cuando todo derivó hacia el abismo, con la burbuja inmobiliaria.
Pero eso es harina de otro costal y lo dejaremos para mañana.
Un saludo.

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