miércoles, 25 de enero de 2012

RELATOS CORTOS

Avanzó hacia su automóvil huyendo de su miedo y de lo que dejaba atrás. Miraba continuamente girando la cabeza para asegurarse de que nadie la perseguía. Sus sienes le golpeaban con fuerza una y otra vez, parecían la membrana de una tambor percutido incansablemente por el miedo. A lo lejos escuchó una sirena, aspecto al que apenas prestó atención. Nada podrían hacer para ayudarle en ese momento, pensó mientras giraba de nuevo la cabeza, comprobando que nadie le seguía. Afortunadamente.
 Se introdujo en el vehículo que arrancó acto seguido. Ahora se sentía seguro. En unas diez o doce horas,  estaría disfrutando en un país sudamericano del dinero que había recibido por matar a aquel tipo.

La conoció una noche, totalmente colocado, y, aún así algo de ella quedó en su recuerdo. Años después ambos ríen juntos en la cama cuando recuerdan como ella le detuvo a él en aquella redada.

Se encontraba participando en aquel concurso de televisión que tantas veces había visto a través de su televisión. Además, por si ésto no fuera suficiente, había conseguido llegar a la final, donde se disputaría el premio con otros dos concursantes. Sabía que no tendría dificultad en ganarles, sus conocimientos eran infinitamente superiores a los de sus contendientes. Fue en ese momento cuando le vino a la cabeza todo el proceso previo que había tenido que superar para poder participar en dicho concurso, cuando había tenido que asumir una serie de compromisos, entre ellos el de dejar ganar al concursante que se encontraba a su derecha.

Durante años fue considerado un alumno con escasa inteligencia. Los distintos test arrojaban que su perfil intelectual lindaba con lo que se conocía como persona límite. Todo cambió cuando tras una revisión médica rutinaria se le diagnosticó hipermetromiopía. 

Vio el camión que se acercaba a toda velocidad hacia él mientras cruzaba el paso de cebra. Pareció quedarse paralizado por el miedo, pero realmente pensaba en el momento en que hace dos semanas el médico le comunicó que le quedaban uno o dos meses de vida y en el más tétrico instante en el que vio a su mujer y a sus hijos sin ningún ingreso. Tal vez por ello no le costó ningún esfuerzo pararse en ese paso de cebra ante esas veinte y pico toneladas que estaban a punto de arrebatarle la vida y de asegurar la de su mujer y sus hijos.

La montería estaba a punto de acabar, pero él siguió en su puesto y su tesón tuvo éxito. Disparó entre los arbustos a aquel animal que se movía con celeridad. Acertó de pleno, pero algo iba mal. El animal emitió un gruñído demasiado humano. Descendió rápidamente y se encontró con el cadáver de aquel guía. Tras el desconcierto inicial lo empujó hasta aquel agujero que tapó lo mejor que pudo. Pocos minutos después estaba con el resto de cazadores, comentando los mejores lances del día. Con la excepción de un joven perro alano, que descansaba junto a aquel trozo de tierra recién baldeada, nadie se acordó del guía.

Tras la operación recuperó la vista parcialmente y pudo comprobar que el mundo que le rodeaba estaba lleno de luz y de maravillosas formas preñadas de colores inimaginables hasta ese momento. Entonces comprendió que la vida distaba bastante de ser algo monocromo y sazonado de ese ansia destructiva que aquellos locutores de radio, que le habían servido de guía durante muchos años, se empeñaban en transmitir.

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