lunes, 4 de julio de 2011

EXPERTOS EN SER EXPERTOS

Si pregunto al lector quién es Michael Jordan, casi con total seguridad que todo el mundo responda lo mismo: un jugador de baloncesto, el mejor de la historia. Sin embargo, cuando fue elegido en el draft (sistema de elección de los equipos profesionales estadounidenses, a través del cual eligen a los jugadores provenientes de las universidad o del instituto, priorizando que los equipos más débiles elijan a las mejores promesas del deporte en cuestión), no ocupó el primer lugar ni el segundo en la elección. El mejor jugador de todos los tiempos ocupó la tercera posición en el draft. En otras palabras, los "expertos" deportivos de dos equipos no fueron capaces de apreciar las cualidades inigualables de Michael Jordan (más sangrante resulta el asunto si tenemos en cuenta que  el primer jugador elegido fue un fiasco absoluto).
Tras este apunte de baloncesto, el lector se preguntará: ¿hoy toca baloncesto? No, aunque me guste bastante. El asunto que me traigo entre manos es otro bien distinto: ¿quién decide o nombra a alguien como experto en un tema? ¿Era un experto en baloncesto aquél que pasó de Jordan y eligió a un tipo con una carrera en la NBA casi tan pobre como la mía? ¿Quién decidió que el responsable de tal decisión era un experto? Sinceramente, no lo sé. Pero a uno le caben dudas sobre la capacidad profesional del tipo que tomó dicha decisión  y, de la misma manera, también tengo dudas sobre el fulano, seguramente un tío forrado, que decidió contratar a tal lumbrera. Aunque, al fin y al cabo, el millonario jugaba con su dinero y sus decisiones no afectaban a nadie o, como mucho, a los aficionados de su equipo, que tenían libertad para ir o no a ver los partidos de su equipo.
Pero... ¿qué ocurre cuando los pretendidos expertos toman decisiones que nos afectan a todos? y ¿quién decide que estos tipos son expertos? He aquí la cuestión.
Según los cánones, existen dos fuentes fundamentales, generalmente complementarias, para determinar si un tipo puede ser clasificado como experto o como un imbécil integral con ínfulas desmedidas. A saber: los conocimientos teóricos, generalmente adquiridos en instituciones educativas formales, sobre el asunto en cuestión y, en segundo lugar, la aplicación práctica de estos conocimientos.
De todos es sabido, que la acumulación de conocimientos no conlleva que se sepan llevar a la práctica de manera correcta y eficaz. Bien sea por falta de experiencia o, directamente, porque existe gente incapaz de transformar esos conocimientos teóricos en procedimientos ajustados a las demandas del entorno. Sin embargo, con cierta frecuencia se produce el hecho de que personas sin los conocimientos teóricos necesarios, al menos dichos saberes no han sido validados por institución formal alguna, muestran una capacidad asombrosa para resolver situaciones complejas, cuya resolución no está al alcance de todos.
Entonces, parece ser que la prueba del algodón no engaña,  que sólo podemos considerar experto a aquel tipo que es capaz de abordar con éxito aquellas empresas que emprende.
Lo más normal sería acabar aquí la entrada, pero falta por resolver una cuestión: ante la avalancha de campos del saber y la especialización que requieren ciertos de ellos, ¿cuándo y quién decide que una persona es experta en alguno de esos campos?
Parece que en algunos casos es fácil de determinar. Un tipo que resuelve una fórmula matemática, de esas que llevan décadas o siglos castigando la imaginación de este tipo de científicos, no sólo es un experto, probablemente es un genio. Pero, ¿qué ocurre cuándo la rama del saber no es una ciencia exacta? ¿Cómo discernimos al sabio, al experto? Ahí está el problema.
En muchos casos, basta con aparecer en la televisión o en otro medio de comunicación para ser considerado un experto. Como me dijo mi madre hace unas semanas, referido a un tema de conversación: "salió el otro un señor en televisión diciéndolo...". Parece que salir en los mass media se ha convertido en aval, al menos para mucha gente. A este respecto es evidente, que si alguien, o algún grupo de presión, quiere que su verdad se propague como verdad absoluta, basta que aparezca varias veces por televisión, para que una mayoría de ciudadanos lo considere como doctrina de fe. Aunque se diga la estupidez más estúpida del mundo. Es más, en ocasiones dichos medios no se cortan en manipular a los presuntos "expertos" para defender la opinión del grupo de poder que ostenta la titularidad del medio de comunicación. Como ejemplo paradigmático de  dicha forma de actuar encontramos a los "psicólogos" que presentan en Interlobotomía mostrando la homosexualidad como una patología, curable y todo. Con dos eggs.
Sin embargo, no siempre discernir la parcialidad o la falsa sabiduría  del experto, es cuestión tan sencilla como en el ejemplo anteriormente citado. Cuando se habla de educación o economía la cosa no parece tan fácil.
En el primer caso, para asombro de uno, los expertos suelen tirar de lógica, de sentido común. El pedagogo tal, la psicóloga evolutiva cual, presentan propuestas basadas en la más obvio, que, por experiencia propia, suele ser lo más eficaz. Aunque existen otros expertos, como aquellos a los que apelaba la C.E.O.E., que lo son porque ellos lo han decidido y, a fuerza de presentarlos como tales, sus conclusiones, de corte fascistoide e interesadas, son tenidas como verdades, pues en varios de comunicación se presentan dichas conclusiones como veraces, sin exponer el debido contraste de opiniones y de datos.
Pero es en el segundo caso, la economía, donde los expertos muestra su verdadera cara. En el caso anterior, la educación, no es infrecuente que, en función del asunto, se recurra a personas distintas con opiniones distintas, o seguidores de corrientes pedagógicas o psicológicas dispares, pero en economía ésto no es así. Todos están cortados por el mismo patrón, el patrón que interesa al dueño, o dueños de los medios, no importando que dichos tipos, los economistas presentados como expertos, hayan metido la pata una y otra vez. Basta con que usen el argot típico del economista y que hable mucho de los mercados. Lo demás sobra, para eso sale en los mass media, que, de manera automática, avala su trayectoria, vete tú a saber porqué.
Resulta curioso el mundo de los presuntos expertos. Basta con salir en un medio de comunicación para serlo, aunque se digan las barbaridades más bárbaras.
Me gustaría concluir comentando que los medios buscan "expertos" en dos tipos de ocasiones: cuando la noticia "salta" per se, entonces se busca a un tipo que hable sobre el problema desde un punto de vista profesional, uno tiene la impresión de que eligen al experto al azar, por ejemplo tirando de guía telefónica. El segundo caso en que el "experto" hace acto de aparición en un medio, es cuando éste necesita que alguien, reconocido socialmente por su profesión, relacionada con el tema a tratar, avale sus tesis. El ejemplo de Interlobotomía, o el de ciertos locutores matutinos, que contrata a palmeros neoliberales para avalar sus tesis, es de manual.
Creo que por hoy es suficiente, a veces me vuelvo experto en enrollarme.
Un saludo.

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