miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL NIETO, EL ABUELO Y LA REALIDAD, EL TIBURÓN

Hoy vamos a contar una historia de fe, de fe en una religión que continuamente ha demostrado que sus dogmas adolecen de credibilidad alguna, pero que, a pesar de ello, seguía ocupando un lugar preferenteentre las diversas religiones. Dicha creencia no sólo se mostraba como incierta y carente de todo fundamento, por si esto no fuera suficiente, la puesta en práctica de sus creencias producían dolor y sufrimiento a un amplio número de personas, seguidoras voluntarias o involuntarias de dicha fe, que contemplaban atónitos como lo prometido distaba años luz de los resultados reales.
Imagino que tras esta introducción el lector habrá establecido, a través de sus experiencias personales, un marco de referencia y, muy probablemente, habrá asociado la información del primer párrafo con alguna religión, más o menos conocida. Pues siento desilusionarle, pero en esta entrada no me referiré a ninguna forma organizada de fe, con su casta sacerdotal, garante de todas las esencias, al menos a ninguna religión con su dios, su casta sacerdotal, sus rezos, sacrificios y rituales varios. No, hoy dejaremos en paz a las castas sacedotales varias. Sin embargo, sí que ocuparé el tiempo restante a desmantelar un dogma de fe muy extendido y, como tal dogma de fe, basado exclusivamente en la creencia, creencia sustentada en la fe, que no en los resultados empíricos.


¿Qué creencia me ocupa, y hasta me preocupa tanto? Tal vez a través de un pequeño cuento pueda explicarme mejor. El cuento se titula: "El abuelo que no entendía nada" y relata lo siguiente:

Un día de diciembre se encontraban el nieto y su abuelo frente a la televisión. El uno absorto con las aventuras de un pequeño muñeco amigo de patos y elefantes. El otro concentrado en sus pensamientos, concretamente  en ese fastidioso dolor que él consideraba reuma, por más que el médico lo atribuyera a la edad y no le diera más importancia a ese dolor, que, por supuesto, el asqueroso matasanos no sufría en sus carnes.
Tras un largo rato, en el que la voz del niño y los sonidos de los animales, debidamente interpretados por una voz en off, eran los dueños únicos y absolutos del cuarto donde convergían niño y abuelo, este último se atrevió a deshacer la hegemonía sonora de la serie y preguntó al nieto por la causa del llanto que había sido su fiel compañero desde la salida del colegio hasta casi el final de la comida.
El niño, atrapado por las escasas palabras del niño vestido de azul que en esos momentos llenaba la pantalla rectangular del televisor, apenas hizo caso a su anciano familiar, pero, ante la insistencia de éste, no le quedó más remedio, sin disimulada desgana, que responder a la pregunta de su interlocutor.
-Verás, abuelo. En el cole hay un niño llamado Pantagruel que continuamente nos está pidiendo parte de nuestra merienda del recreo para saciar su apetito. Si no queremos dársela, como es muy fuerte, nos empuja y nos pega- prosiguió el pequeño.
- ¿Y no se lo decís al maestro?- preguntó el abuelo, visiblemente indignado.
- ¡Claro! Pero nos dice que si le damos lo que nos pide se calmará y, al menos, podemos comer algo de nuestra merienda. No os preocupéis el sólo, con el paso del tiempo, se calmará y podréis disfrutar de todo, o de gran parte, de vuestro almuerzo- explicó el nieto.
- No lo entiendo- dijo el adulto confundido.
- Es muy fácil. Nosotros le damos parte de nuestro bocata, zumo o fruta para que no se meta con nosotros- aclaró, o eso creía él, el niño.
- Ya, ya, eso lo entiendo. Lo que me confunde es la actitud del maestro. En vez de recriminar al niño ese, ¡cómo se llame!, os pide que le deis parte de lo vuestro para que no de guerra- replicó el anciano.
- No sólo eso. A veces se come todo lo que le damos y el don Demócrata nos exige que le demos una parte más de nuestro comida para el patio. Dice que sí no se la damos Pantagruel se puede poner enfermo, pues no tiene reservas, y no nos dejará dar las siguientes clases pues los gritos causados por sus dolores de estómago nos impedirá dar las clases. Mejor tenerle contento- concretó el pequeño.
El abuelo, extremadamente confuso por la posición del adulto encargado de dirigir la clase ante la actitud violenta de Pantagruel, sólo fue capaz de exclamar: "¡Ah!", para, acto seguido, considerar que lo correcto sería obviar la autoridad del maestro por parte de los niños y, entre todos, hacer frente al voraz y desalmado Pantagurel. Pero, por no contrariar el modelo educativo que intentaban transmitir sus padres al pequeño que tenía frente a él, calló y no le transmitió aquello que consideraba la mejor solución: luchar para que nadie abusara de él.
Y... colorían colorado, este cuento lo conocemos de sobra y, por desgracia, no se ha acabado.


Imagino que el amable lector ya tendrá constancia de cual es la religión a la que me he referido en los primeros párrafos de esta entrada. Sí, efectivamente, hablamos del  Mercado, dios único del neoliberalismo, encarnado en la figura del Pantagruel.
El maestro representa a aquellos que pudiendo variar las condiciones, beneficiando con ello a la mayoría, incluidos ellos mismos, no lo hacen, fiando todo a la autorregulación. El docente, que debe ser el árbitro de la situación encarna a aquellos que ofrecen sacrificios al Dios Mercado, para intentar aplacar su voracidad desmedida (esa misma que en ocasiones le lleva a robar más de la cuenta, pues el atracón que se han dado les lleva a vomitar lo ingerido, corriendo el riesgo de quedarse vacíos, como los bancos cuando juegan a la ruleta rusa, y necesitan que entre todos les demos parte de lo nuestro para paliar su hambre desmedida). Este docente figurado suele obviar que estos sacrificios siempre se realizan con polvora ajena, con bienes de los demás, de los ciudadanos. El maestro no puede ser otra figura que la de los políticos, que teniendo en su mano cambiar todo, se contentan con dejar hacer, dejar pasar, por si todo se arregla o, en el peor de los casos, por si los ciudadanos transigen con la mentira.
El abuelo no merece mayor comentario, su papel queda meridianamente claro. Y los padres, citados de refilón, pueden identificarse con aquel personaje o grupo de presión que el lector desee.
Aunque, debo reconocerlo, podría haberle ahorrado al lector toda la entrada si desde un principio hubiese colgado este vídeo de un tipo que la BBC presenta como inversor y defiende lo siguiente:


Un saludo. 

3 comentarios:

santos dijo...

Pues yo pensaba que la religión era el zapaterismo y los protagonistas ZP y su famoso abuelo...bueno mucho no me he confundido en eso de pedirte lo que no tienes y lo que no tendrás...

Unknown dijo...

Muy buena la parábola - ya que hablamos de religiones - pues el mercado es una nueva religión con sus sacerdotes y sacerdotisas, sus ritos y sacrificios humanos. Todo un paso atrás en la evolución social de esta especie humanoide.
Saludos y un abrazo.

PACO dijo...

Hola, Santos. Como siempre disparando con bala. Si es que lo llevas en la sangre. Ja,ja,ja..
Hola Carlos. Estoy de acuerdo en lo del paso atrás en la evolución social, aspecto éste muy importante, el de la evolución social, pero ante la involución siempre queda la reacción.
Un saludo.